Hórrida pesadilla resultó la revolución bolivariana para la sociedad venezolana. Las insanas acciones de su liderazgo, motivadas por la más indigesta de las ideologías y los más recónditos rencores, impelieron al país a dar una dolorosa voltereta que lo colocó de espaldas al futuro. Los peores fenómenos de la historia patria retornaron por sus fueros para entronizarse en el desafortunado «por ahora» que resiente llegar al punto final.
La asquerosa corrupción practicada desde siempre por facinerosos disfrazados de funcionarios se incrementó exponencialmente con la excusa del perfil revolucionario. La antipolítica encarnada en los agazapados enemigos de la democracia ejecutó la brutal estafa retratada en la destemplanza de militares felones, los que ayer pretendieron trocar el gusto por la sangre en épica angelical y hoy reclaman el retorno a los orígenes «bolivarianos» como engañosa respuesta a la desgracia por ellos mismos inoculada en el horizonte.
El pretorianismo voraz pisoteó de nuevo las libertades políticas y civiles de la población, desmontando con ello lo poco o mucho construido por la modernidad. El repugnante y nunca derrotado militarismo se pasea orondo gritando órdenes por oficinas gubernamentales, cuando la prudencia llama a convocar el consenso. Los negligentes lectores de contraportadas imponen fracasadas recetas económicas que ni siquiera fueron válidas para el amarillento papel que las recogió.
El hambre, la morbilidad y la mortalidad reinantes en tiempos del brujo de la Mulera reventaron los marcos de las fotografías sepia y enlutan los titulares de los medios de comunicación que resisten al acoso de la malhadada hegemonía comunicacional. Luz eléctrica y agua de grifo volvieron a ser objetos de lujo para familias acoquinadas por la imposibilidad de prever una digna existencia.
Cual Edad Media de los tormentos, la delincuencia estableció feudos sangrientos a lo largo y ancho del territorio y cada año siembra sobre los camposantos las lápidas de decenas de miles de asesinados. El esclavismo se cuela en gacetas oficiales que dictaminan el «trabajo voluntario» mientras los desaprensivos que medran del poder proclaman como Monagas que la Constitución sirve para todo, en especial para escarnecerla. La sociedad se desencuadernó. La esperanza pasó a medirse por las horas desparramadas en los trámites dispuestos para el escape.
El poder sentencia: no hay tiempo para la expresión del pueblo y éste debe resignarse con mansedumbre. Mentira. El tiempo es cruel también para los poderosos. Los de palacio saben que va a amanecer porque, indefectiblemente, de toda pesadilla se despierta.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3