Toda obsesión es expresión del enfermo deseo hacia alguien o hacia algo. Llegado el punto, toda conducta obsesiva puede generar efectos nocivos o lamentables en la salud de quien la sufre o en la tranquilidad de quien es objeto de tal desequilibrio.
Trasladando el concepto de lo individual a la psicología del poder y el delirio (parafraseando a Enrique Krauze) la historia recordará a la devastación social, económica e institucional venezolana de los últimos 17 años, como la crónica de la más nefasta obsesión por el poder, que llevó a una élite militar y civil corrupta a mantener un esquema de controles, regulaciones y estatización, que crearon la peor crisis económica de nuestro recorrido como República.
Pocos documentos son tan esclarecedores en la descripción del dramático cuadro económico que ha generado el chavismo, como el publicado recientemente por la Academia Nacional de Economía. De dicho comunicado, extraigo el siguiente párrafo: “El reforzamiento de reglas de juego no mercantiles, en un ambiente opaco en el que no se rinden cuentas sobre la aplicación de los recursos públicos, premia la discrecionalidad en la toma de decisiones a favor de intereses partidarios. Los precios regulados, divorciados de sus costos de producción y comercialización –incluyendo el incentivo de una ganancia adecuada-, la obligatoriedad de sacar permisos de todo tipo para distribuir productos y la amenaza de sanciones severas para las empresas que no cumpliesen, incentivó la búsqueda del lucro fácil para todo aquél que tuviera cómo intervenir en la aplicación de tales medidas. (…) Como era de esperar, se han creado poderosos intereses en torno a la permanencia de estos mecanismos de intervención y control. Constituyen la principal explicación de la resistencia del Ejecutivo a la rectificación de políticas para poder superar las terribles penurias que sufren los venezolanos”.
La militarización de lo que va quedando del sistema productivo en Venezuela, la intervención de empresas, el decomiso o robo (a los efectos de la impunidad, lo mismo) de depósitos y camiones con alimentos y productos que escasean, la ausencia de garantías para la actividad privada y particular, y la cínica y atrabilaria perorata oficial de una guerra económica que no existe, conforman un cuadro de conmoción y anarquía solo matizado por el miedo o la represión. Y hay señales que tienden a agravar tal escenario.
Ya no hay disimulo en los esfuerzos del Poder Ejecutivo, en todo el andamiaje institucional que controla, incluido el CNE, por bloquear e impedir los trámites y procedimientos que buscan la realización del referéndum revocatorio para cesar el gobierno de Nicolás Maduro.
Las rectoras del CNE no ocultan ya su abierta negativa a la consulta, mientras sueltan amenazas a sus promotores y se colocan fuera de la Ley inventando requisitos para retrasarlo o hacerlo imposible. Así, la criminalización de toda acción ciudadana, opositora, disidente o democrática que busque la salida electoral ante la crisis este año, o de cualquier protesta o movilización, deja desnudo en toda su decadencia el carácter autocrático y totalitario del actual gobierno.
Cualquier artimaña que se pretenda utilizar a través o bien del TSJ o del ente electoral para cerrar las vías legales y políticas al revocatorio, se las cerrarán también a la paz, a la tranquilidad y gobernabilidad del país.
La presión para que Maduro y los grupos militares y civiles que co-gobiernan a su lado respeten la Constitución, deberá sopesar esta negativa como estrategia oficial, en un punto sin retorno que pudiera incluir por parte del Ejecutivo lo que ya se asoma: la propia ilegalización de la MUD, más detenciones a líderes políticos y mayor represión.
La hiperinflación en desarrollo, el hambre, la desesperación de familias enteras ante la escasez de comida y medicinas y la inseguridad, la diáspora creciente de venezolanos, siguen definiendo el cuadro actual del país. Negarlo, ocultarlo, es solo irresponsabilidad, irracionalidad política o estupidez, o una posible combinación de las tres.
El país avanza a la deriva. El deseo de cambio crece como un imperativo urgente, como un torrente de inconformidad y búsqueda de futuro y libertad que creará su propio cause y rebasará los diques que pretendan bloquearlo. Mientras tanto, no cabe otro nombre para quienes conducen hacia un despeñadero desde el (des)gobierno, el actual desastre de escasez y destrucción de tejido productivo. No son japoneses. Tampoco son aviadores. Pero si son kamikazes económicos.
@alexeiguerra