Una de las favelas más famosas de Río de Janeiro, la Ciudad de Dios se hizo tristemente célebre en una película que ayudó a consolidar un estereotipo que contrasta con la “Ciudad Maravillosa” que alberga los Juegos Olímpicos — uno en el que los barrios bajos están controlados por capos de la droga y en el que delincuentes de rostro infantil tiran a matar.
La actual Ciudad de Dios, a pocos kilómetros del Parque Olímpico, no es tan fácil de definir. Es un sitio de contrastes que se resiste a la simplificación excesiva, donde la pobreza y la violencia persisten junto a modestos programas destinados a sacar a algunos chicos de las calles y ofrecerles un futuro que no implique tener un arma en sus manos.
También fue el hogar de la primera medallista de oro de Brasil en los Juegos de Río, la campeona de judo Rafaela Silva. De no haber sido por el deporte, que la ayudó a escalar hasta salir de ahí, “yo podría estar viviendo todavía en Ciudad de Dios ahora”, dijo entre lágrimas el lunes, después de su coronación.
El barrio de chabolas de aproximadamente 50.000 habitantes adquirió fama mundial por la novela “Cidade de Deus” de Paulo Lins, que el cineasta brasileño Fernando Meirelles tomó como base para hacer su cinta. Fue él mismo quien ayudó a crear la ceremonia de apertura de los Juegos, que incluyó una representación de las favelas de la ciudad. Lins creció en Ciudad de Dios, y tanto el libro como la película narran una historia de pobreza y violencia centrada en una juventud que enfrenta elecciones que podrían llevarla a un final funesto — o a un nuevo inicio.
Aunque muchas zonas de Río sufrieron transformaciones para la cita olímpica, la comunidad de Ciudad de Dios quedó en el olvido y continúa atrapada en muchos de los problemas que sirvieron de base para la cinta que exhibió sus brutales realidades al mundo. Mientras que otros vecindarios pueden aprovecharse de las mejoras en tráfico rodado, vivienda y seguridad, lo único “olímpico” en este barrio pobre es el carril creado para la circulación más rápida de vehículos acreditados.
“Aquí en Ciudad de Dios, nuestra impresión de los Juegos Olímpicos es como una famosa canción de hip-hop, ‘miren al chico negro mirándolo todo desde afuera”’, dijo Sergio Leal, un lugareño conocido como DJ TR. “Estamos mirando todo desde afuera”.
Ciudad de Dios es distinta en muchas maneras a los centenares de favelas de Río. Está en el extremo oeste de la ciudad, lejos de las playas en las que los turistas toman el sol y recorren horizontalmente laberintos de calles en lugar de caminar verticalmente por una ladera. Fue construida como un proyecto habitacional en la década de 1960, durante la dictadura militar brasileña, cuando el gobierno desalojó a los residentes de las favelas de las elegantes Ipanema, Leblon y Lagoa y destruyó las casuchas para dejar paso a los turistas.
“En ese momento, no muy distinto de hoy en día, el Estado estaba decidido a ‘embellecer’ Río de Janeiro, eliminando las favelas de las áreas atractivas de la ciudad y mudando a los pobres hacia lugares aislados”, recordó Mariana Dias Simpson, investigadora en el Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos (Ibase), que ha estudiado las barriadas de Río durante más de una década.
Ciudad de Dios, agregó, es lo que los líderes de la ciudad llaman una “refavela”, es decir, un asentamiento creado para albergar a familias desalojadas que siguió creciendo hasta convertirse de nuevo en una favela.
En la sección más violenta de Ciudad de Dios — un lugar llamado Karate — los criminales dispararon contra la policía un día antes de la ceremonia de apertura de los Juegos la semana pasada; ningún agente resultó herido. Varios residentes entrevistados dentro de un estudio del grupo Ibase reportaron que los tiroteos entre vendedores de drogas y policías son casi diarios, en ocasiones incluso mientras los niños van a la escuela.
Los menores de las zonas más duras de Ciudad de Dios suelen convertirse en lo que los narcotraficantes llaman “aviaozinhos”, o pequeños aviones. Los avioezinhos vigilan y alertan a los capos cuando la policía está cerca. Se considera que ocupan el primer escalón de la organización, como un empleo de nivel bajo. No resulta inusual ver a delincuentes apuntando sus armas a quienes visitan el vecindario, ante la impavida mirada de unos niños acostumbrados a la violencia.
Aun así, Dias Simpson y otros hacen hincapié en que la gran mayoría de los habitantes de Ciudad de Dios y otras favelas no tienen relación alguna con la delincuencia.
“Si uno va a la favela más peligrosa entre semana, lo puede ver (…) madres yendo al trabajo, hombres rumbo a sus empleos en la construcción”, afirmó Barbassa. “Este es básicamente el hogar de la clase trabajadora de Río”.
“La película es mero entretenimiento, es ficción”, insistió Dias Simpson. “La realidad de Ciudad de Dios es mucho más compleja que eso”. AP