Rafa Nadal es el deportista más querido de España. Cuando pierde y cuando gana. La paliza que se ha dado en los Juegos de Río ha sido descomunal. Afrontó el evento como si fuera un crío que recién comienza, con ganas de comerse el mundo, y olvidando las secuelas de una lesión de muñeca, que ha driblado con elegancia y sin quejarse.
Lo ha intentando por tierra, mar y aire. Individual y dobles. Con el mixto era ya de Superman. Se llevó con su ‘hermano’ Marc López el oro en dobles y se quedó a las puertas de la final en individual tras un épico partido ante Del Potro. Mereció estar en la final también, pero aún le quedaron arrestos para retar a Nishikori por el bronce. Se llevó un diploma a su casa de Mallorca de premio. Pero a los Juegos les dejó un legado inolvidable, por su coraje y determinación. Nadal es de otro mundo. Está fuera de catálogo. Lo ha ganado todo en la vida.
Podría haberse ido a la playa a las primeras de cambio, pero defendió su prestigio hasta el último segundo. El crédito suyo personal y el de su país.
Nadal ofreció otro esfuerzo sublime. Llegó de abanderado y lució la enseña con orgullo en la inauguración. No podía haber mejor portador. España se lo reconoce todos los días. El ciudadano se lo agradece. Los Reyes, Rajoy, los Ministros… Nadal es de las pocas personas en España que pone de acuerdo a todo el mundo. Al Gobierno y a la oposición. Domina un escenario que no admite plebiscitos.
Nike, la gran multinacional que viste a Nadal, puede presumir de tener en su nómina deportistas del perfil universal de Lebron James o de Neymar, tipos que venden botas, zapatillas y camisetas pero seguro que no tendrá ninguno más valiente, honesto, con fortaleza mental y con más resiliencia, uno que jamás se rinde y que exhibe valores auténticos a seguir por la gente de bien. EFE