El viernes pasado la Corte de Apelaciones de Caracas ratificó la sentencia infame que en septiembre del 2015 la jueza Susana Barreiros, luego del juicio político más amañado en la historia de nuestro país, le diera a nuestro hermano Leopoldo López.
Este nuevo golpe, hay que decirlo con franqueza, era absolutamente predecible en un país donde la democracia y el estado de derecho no existen, y donde los poderes públicos, a excepción del legislativo nacional, están secuestrados por un grupito corrupto y sectario que solo se interesa por mantener sus privilegios sin importarle el dolor de todo un pueblo que cada día sufre más.
Leopoldo es un hombre de convicciones democráticas sólidas que han quedado sobradamente demostradas a lo largo de los más de dos años que tiene tras las rejas de una cárcel militar. A pesar de todas las injusticias que a diario debe soportar, del trato denigrante que él y sus familiares reciben al momento de realizarse la visita, del aislamiento al que es sometido, del bombardeo impune de infamias que a través de los medios de comunicación del estado le lanza el gobierno nacional entre otras cosas, Leopoldo, está más fuerte de ánimo y más optimista que nunca con respecto al futuro de nuestro país.
¿Y cómo es que alguien estando en la condición que él está, preso y aislado injustamente por una dictadura, puede ser tan fuerte como para no dejarse quebrar el espíritu? La respuesta a esa pregunta es clave no solo para entender la determinación que mueve a un hombre como Leopoldo, sino también para captar la capacidad de resiliencia de todo un país que a pesar de estar viviendo sus momentos más duros, no se rinde en su lucha por alcanzar un futuro de paz, de bienestar y de progreso.
A Leopoldo, como a todos los venezolanos que luchamos por el cambio, nos mueven dos fuerzas importantes: por un lado la obligación moral de impulsarnos hacia una Venezuela donde todos los derechos sean para todas las personas, y donde todos juntos podamos superar la pobreza en paz y en democracia; y por otro lado la certeza de saber que nuestro país cuenta con todas las potencialidades naturales, económicas y sociales para sobreponerse a las dificultades y convertirse en una referencia de progreso y bienestar. Y es precisamente esa mezcla de voluntad moral y de certidumbre de la realidad la que nos da ánimos y nos permite seguir adelante con pie firme sabiendo que sí es posible alcanzar La Mejor Venezuela.
Sin embargo quienes hoy están atrincherados en el poder se empeñan en hacernos creer que no. Se les va la vida en eso. Y por eso todos los días buscan desmotivarnos y hacernos creer, como un animal que no quiere soltar a su presa, que no vale la pena luchar, que no vale la pena soñar, que no sirve de nada guardar esperanzas en un futuro distinto. Pero a pesar de todo su poder, de todos sus abusos y de todas sus injusticias, no han podido asesinar las ganas que la mayoría de nuestro pueblo tiene por hacer realidad el cambio pacífico, constitucional y democrático que nos permita salir de la peor crisis que hayamos vivimos en toda nuestra historia.
La reafirmación de la sentencia injusta contra Leopoldo no busca más que desesperanzarnos. Pero se equivocan si creen que nos vamos a rendir, al contrario, ahora más que nunca estamos más firmes y decididos a seguir en nuestra lucha por la construcción de una democracia verdadera, sabiendo que la libertad de Leopoldo no vendrá de las manos de los verdugos de todo un pueblo, sino que será el producto de la fuerza liberadora de un pueblo que pasará a la historia por quitarse de encima a una dictadura a través de métodos democráticos y no violentos.