De haber dedicado exiguas horas al estudio de los intragables manuales marxistas, habrían llegado a saber que si de algo abominó el barbudo de Tréveris fue del hecho de que al asalariado se le sobreexplotara reduciéndole constantemente en la práctica el salario (valga la redundancia), de tal forma que éste sólo alcanzara para la reproducción elemental de la fuerza de trabajo. Cuando el gobierno «revolucionario» decreta que el bono de alimentación duplica el salario mínimo, amén de convertir en polvo cósmico las prestaciones sociales, dictamina que la retribución al esfuerzo de la población económica activa que tiene la magra suerte de estar empleada (no sea barullero: de la economía informal no se habla) sólo debe ser la provisión de miserable cantidad de alimentos; vale decir, lo apenas indispensable para que la masa laboral pueda levantarse cada día, encaramarse en el transporte público e ir a dejar el sudor en fabricas, tiendas, oficinas. Adiós a la educación, a la salud, a la vivienda, al esparcimiento, al ahorro para el descanso del mañana. Adiós incluso a la posibilidad de que cada trabajador alimente a la familia que le espera en casa. ¿Gobierno obrero, dijo usted, señor funcionario? Queme su ejemplar de La Madre de Máximo Gorki y no se burle del proletariado, que éste le puede cobrar cara la amargura que arrastra en el estómago.
Tanto nadar los autonombrados salvadores de la patria para ahogarse en la orilla. Los farsantes que día tras día ululan sobre la justicia social y el hombre nuevo son en verdad paladines de la versión más salvaje del capitalismo, adalides del neoliberalismo de peor laya. Tal cúmulo de desprecio por el país y su gente es imperdonable.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3