Las cacerolas de Villa Rosa, en Margarita, hablaron con mucha claridad sobre lo que está sucediendo en el país. Sin duda fue una de las expresiones más genuinas del malestar de una sociedad cansada, de un pueblo que grita ante un gobierno sordo y ciego, una declaración contra un régimen que insiste en narrar un país distinto al que vivimos la mayoría de los venezolano.
Ellas atestiguaron, que este gobierno es realmente, una tiranía. Tras un cacerolazo donde participaron de forma espontánea, miembros de esa comunidad, como forma de protesta pacífica, se sucedieron más de 40 detenciones, entre ellas la de un abogado y comunicador social, que ni siquiera estuvo en el sitio de los acontecimientos, y cuyo único delito fue haber publicado los videos de lo acaecido en su portal de noticias -hasta este momento en el que escribo, sigue secuestrado y totalmente incomunicado, por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN)-.
Ese cacerolazo evidencia también que el gobierno sigue empeñado en tratar de tapar el sol con un dedo Quitar relevancia a algo tan genuino, tan directo, tan voluntario, es, como mínimo, una torpeza. El régimen definitivamente no quiere entender el mensaje y mantiene su error de no responder a los insistentes reclamos que se hacen desde todos los sectores de la sociedad, como si de esa manera fueran a desaparecer sin más, cuando en realidad, crecen y se profundizan a diario.
Pero quizás el testimonio más importante que dieron esas cacerolas de Villa Rosa, a Venezuela y el resto del mundo, es que aquí se perdió el miedo, los ciudadanos decidimos salir a las calles a ejercer nuestros derechos, a pesar de la represión brutal de un régimen amenazante y forajido, lo que significa que al gobierno ya no le queda nada; ni tiene “calle”, ni tiene votos, ni tiene fuerza.
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