La destituida presidenta de izquierda Dilma Rousseff partió este martes de Brasilia para instalarse en Porto Alegre (sur), desde donde promete dar batalla contra su sucesor conservador Michel Temer y sus anunciados planes de ajuste.
AFP
Seis días después de ser removida del poder por el Senado, Rousseff, de 68 años, abandonó el Palacio de Alvorada bajo el sol incandescente de la meseta de Planalto, rodeada por un centenar de militantes y varios exministros y legisladores.
La expresidenta descendió de su vehículo y pisó el asfalto regado de pétalos rojos y amarillos en la entrada del predio para saludar a sus partidarios. Allí, detrás de unas gafas de sol, recibió besos, globos en forma de corazón y rosas.
Su gesto fue acompañado por lágrimas y uno de los gritos más usados durante los agitados últimos días de su presidencia: “Dilma, guerrera de la patria brasileña”.
La exmandataria, una exguerrillera que padeció cárcel y tortura durante la dictadura (1964-1985), partió hacia Porto Alegre en un avión de la Fuerza Aérea Brasileña a las 16H30 locales (19H30 GMT). Sus objetos personales serán transportados en cuatro camiones.
“Estoy muy triste, muy triste, sintiendo que el país va a quedar un poco huérfano”, dijo Cecilia Monteiro, jubilada de 56 años, frente al palacio de Alvorada.
Rousseff, elegida en 2010 y reelecta en 2014, perdió su mandato tras un turbulento proceso de nueve meses por manipulación de las cuentas públicas, pero conservó sus derechos políticos, lo que le deja la puerta abierta a una eventual candidatura.
En una entrevista publicada este martes por el diario francés Le Monde, Rousseff dijo que evaluaba presentarse a un cargo electivo en los comicios generales de 2018. “Reflexiono [sobre ello]”, declaró.
La Constitución brasileña impide ejercer más de dos mandatos seguidos. Pero según su abogado, podría volver a presentarse incluso para el cargo de presidente de la república.
Resistencia
Rousseff será recibida en la ciudad donde forjó su carrera política con un acto de apoyo que será también el primero que realizará como opositora a Michel Temer, su exvicepresidente, a quien señala como el articulador de un “golpe parlamentario”.
“Dilma va a resistir al golpe. Esa será su prioridad”, dijo a periodistas Miguel Rossetto, exministro de Trabajo y Previsión Social de Rousseff, a las puertas de Alvorada.
Desde su destitución, el 31 de agosto, miles de personas han salido a las calles a manifestar en apoyo de Rousseff, principalmente en Sao Paulo, capital económica de Brasil.
El Partido de los Trabajadores (PT), fundado por Luiz Inácio Lula da Silva -dos veces presidente de Brasil y emblema de la izquierda- apuesta a capitalizar esa reacción y recuperar el apoyo de los movimientos que se beneficiaron con su agenda de distribución de renta durante más de 13 años, para presionar por un adelanto de las elecciones presidenciales de 2018.
“Es un proceso creciente. La sociedad brasileña no va a reconocer a un presidente golpista. En este país quien elige al presidente es el pueblo”, agregó Rosetto, que estuvo junto a Rousseff durante los más de 100 días que duró su suspensión antes de ser destituida.
La debacle del PT arrastró a Lula, que es blanco de varias investigaciones de la justicia ligadas a un millonario fraude en la estatal Petrobras, que desvió fondos hacia la política.
Lula no formó parte de la comitiva que enmarcó el adiós definitivo de Rousseff.
Agobiada por una crisis económica, desconectada del Congreso y con su gobierno golpeado por acusaciones de corrupción, Rousseff tambaleó desde el inicio de su segundo mandato en 2015 y cayó cuando aún le quedaban dos años y cuatro meses de gestión.
Rousseff “sale con la cabeza erguida, tal como luchó durante todo este proceso y durante toda su vida”, dijo el senador del PT Lindbergh Farias.