Nunca como en ese momento, Roma comprendió que era necesario un cambio. Tal vez por esto fue el último de los reyes de la Monarquía Romana. Llegó por un evento casual, tal vez como lo relatan algunos historiadores, una herencia manipulada. Se dice que el Lucio Tarquino “el Soberbio” mató al rey anterior, Servio Tulio, para convertirse en rey de Roma. Esto siempre empañó su legitimidad de origen, hasta hacerse odiar entre quienes seguían adorando la figura del monarca difunto.
Ejerció un gobierno despótico y autoritario, su reinado duró del año 535 hasta que los romanos se rebelaron en el año 509 a.c contra la monarquía. lo que llevaría a la creación de la República Romana. Tarquino fue muy cobarde para enfrentar al pueblo enardecido y murió en el exilio en Cumas, Campania en 496 a. C, territorio que le debía demasiado durante su lamentable reinado.
Más allá del hecho detonante que los historiadores narran sobre la violación de Lucrecia, la historia utiliza a Tarquino como el perfecto ejemplo de quien nunca tuvo ninguna de las Virtudes que luego sirvieron de base para la construcción de la República.
La “Religio”, término de amplia aplicación no sólo implicaba el respeto que el gobernante debería demostrar a los creyentes y a sus dioses. También implicaba el respeto que merecían los padres, los hijos, los trabajadores, los hombres de bien, la Patria. Es por eso que el gobernante no debía proferir insultos ni agresiones verbales contra sus gobernados, y al hacerlo con una frecuencia inusitada, el odio de las masas comenzó a ser contagioso hasta en quienes habían saludado con afecto la llegada de Tarquino al poder.
Luego tenemos otra Virtud muy importante, la “Gravitas” que era definida como “el sentido de importancia que el gobernante debía darle a los asuntos entre manos”. Tarquino nunca pensó que gobernar era un tema serio, porque nunca se formó con seriedad. Su ignorancia en temas trascendentes sólo fue superada por su sarcasmo, disfraz de incapacidad, con el que abordó los temas más importantes de su reinado. No escuchó el consejo de los Ancianos, quienes respetados por sus antecesores eran motivo de sorna del ilustre ígnoro revestido de poder.
Tarquino practicaba lo contrario a la Gravitas, la Levitas, esa ligereza pueril que lo convertía en una suerte de bufón de su propia corte complaciendo a quienes con sus fingidas carcajadas satisfacían su inmenso ego, escondite del Yo enano que Tarquino nunca pudo disimular.
“Constantia y Firmitas”, dos virtudes que denotan constancia y firmeza en los actos de gobierno fueron mal interpretados por Tarquino, quien fue constante en sus errores sin entender que el mal rumbo de su reino era un hecho que no podía achacarle al pasado ni a terceros, y la firmeza en mantener posiciones erradas lo llevaron a ser más odiado de lo que ya era por caer en la inevitable crueldad de quien es firme en el error a cualquier precio.
La virtud que denota la atenuación de la excesiva seriedad, la “Comitas”, que era representada por el necesario buen humor del gobernante en Tarquino no fue recogida más que por sus procacidades verbales y su contoneo torpe y sin ritmo que exhibía la precariedad cultural de quien fue criado sin los mínimos cuidados requeridos para ostentar tan alto cargo.
“Virtus” traducida en Disciplina e Industria (Trabajo Duro) eran para Tarquino cualidades esquivas, por una juventud licenciosa, sin mayores compromisos ni responsabilidades y donde realmente quedaba al desnudo su arribo relancino al poder constituido.
Pero de todo este catálogo de virtudes, tal vez las dos últimas sembraron en su ausencia el destino inefable de un sistema agotado que los historiadores llamaron la Monarquía Romana, pero que dejaron profundas enseñanzas al mundo moderno.
La “Frugalitas”, cualidad de sencillez en sus gustos que debe caracterizar a un buen monarca. Tarquino, criado en ropajes sencillos y sin más joyas que las que su ascenso político le permitió, no escondía el lujo en sus apariciones personales, mientras que su pueblo atravesaba una hambruna sin precedentes.
La “Clementia”, virtud que ilustra la disposición sincera de ceder en intereses propios para favorecer los intereses de su Pueblo. Esta nunca existió. Fue perseguidor implacable de sus disidentes sin dar su brazo nunca a torcer en los evidentes errores que cometió. Eso aceleró todo el proceso posterior, sin lugar a dudas.
Por esto, tomó tanta importancia rescatar en la República dos conceptos claves para el progreso de los pueblos. La libertas y la dignitas. La primera. esencia de la civitas o ciudadanía que era el respeto por las leyes e instituciones, por los derechos de los ciudadanos, y la segunda, la dignitas que era la actitud con la que debía los gobernantes asumir su cargo y responsabilidades para poder tener autorictas, el punto al que quería llegar.
Tarquino fue un déspota, a quien Tito Livio en un ejercicio de proyección señala que “…después de la afrentosa muerte de su padre, sin establecer el interregno acostumbrado, sin reunir los comicios, sin el sufragio del pueblo, sin la ratificación del Senado, había ocupado el trono…”
Tarquino tomó el Senado por asalto con hombres armados, porque esa era su lógica y su método. Su falta de carisma, su inexistente conexión emotiva con las masas provocó el desprecio colectivo que concluyó con un golpe palaciego en el 509ac, dejando profundas huellas en la historia romana.
En su “Historia Romana contada a los niños” de Lamé Fleury, se cita la siguiente referencia de este personaje: “porque en lugar de hacerse amar del pueblo y del senado para borrar si era posible el delito que había cometido, persiguió a los más hombres de bien de Roma por mil medios horrorosos, y sobre todo a los más ricos, porque quería apoderarse de sus bienes y de su dinero.”
Comenta National Geographic que:
“Asimismo, se ha comparado el gobierno de Tarquinio con las tiranías griegas arcaicas, con todas sus luces y sombras. Se trataba de un despotismo basado en un poder absoluto, en el que los reyes estaban protegidos por un amplio aparato de seguridad y manifestaban un particular amor al fasto. También era característico de estos tiranos el empeñarse en aventuras internacionales y en grandes programas urbanísticos.”
“Livio presenta el gobierno de Tarquinio como una auténtica tiranía. El rey, escribe, «hizo matar a los senadores más importantes que sospechaba habían sido partidarios de Servio» y gobernó sin aceptar más consejo que el de sus propios familiares. Él mismo decidía las causas que implicaban la pena capital, de modo que «estaba en su mano ejecutar, desterrar y privar de bienes». Iba siempre rodeado de guardaespaldas, pues sabía que «tenía que afirmar su poder sobre el miedo».”
De esta forma concluye este breve historia de un gobernante que no mereció haber ocupado el cargo que ostentó, sin vergüenza y sin prurito, sin preparación ni virtudes, persiguiendo el disenso y trayendo hambre a su pueblo disfrazándola con discursos de opulencia, desnudando, en sus carencias el inefable destino del sistema político que representó, pero dejando la lección a su gente y a la historia de que los cambios llegan, y por eso fue el último Rey de Roma, quien nunca se preocupó por otra cosa que mantenerse en el poder, aún a costa de la ruina de Roma.
La Historia, fuente inagotable de enseñanzas nos trae en sus páginas la experiencia que viaja tiempo y distancia, pero siempre deja en el lector, el pensamiento mágico del reconstructor de los hechos narrados, en esa infaltable película mental que nos permite mantenernos cerca de nuestros mejores amigos, los libros.
Amanecerá y veremos…
Atentamente,
Gabriel Reyes