Igual que los ladrones callejeros ampayados, “disculpe, señorita, tengo hambre, robo por dignidad”, Lula irrumpió en llanto por las acusaciones de corrupción, en el caso Lava Jato. La estirpe del socialismo del siglo XXI, destruye, roba, corrompe y mata, pero cuando los arrinconan se victimizan, lloran, acusan al imperialismo y enarbolan la moral. Lula no cambió el manual. Convocó a una manifestación e hizo noticia dando un discurso de lágrimas atragantadas mientras, sincronizadamente, los acólitos coreaban “¡guerrero!”, un artificio propagandístico para que sus lágrimas parecieran heroicas y no cobardes.
Lula es tan inocente como Al Capone. Fue ficha principal de los Castro desde sus inicios metalurgistas y estuvo en todo sarao internacional “anti-imperialista” que la isla hizo, entonces. Fue figura y orador del Encuentro de la Deuda Externa (1985), con tres mil invitados del más alto nivel político, desde expresidentes hasta guerrilleros. Junto al Partido Comunista de Cuba, auspició el Foro de San Pablo (1990), el proyecto de reinserción cubana en América Latina con un modelo de democracia controlada: el socialismo del siglo XXI.
El primer gran resultado fue Hugo Chávez y con dinero venezolano apalancaron las candidaturas triunfantes de Lula y Kirchner (2003), Evo Morales (2005), del nicaragüense Ortega (2006), Correa del Ecuador (2007), Lugo del Paraguay (2008), Zelaya de Honduras (2009).
En su sollozada intervención, Lula alegó no tener dinero aunque, en Ginebra, contrató a los carísimos abogados de Mike Tysson y Julian Assange (Wikileaks) para levantar un caso ante Naciones Unidas. Su gimoteo de niño maltratado tuvo también algo de cierto: ya no gozará nunca más del juguete anhelado del poder para hacerle daño a América Latina.