La negociación gobierno-oposición fue diseñada por el régimen para ganar tiempo y evitar cualquier confrontación que implique ceder el poder. El cálculo del gobierno es que los factores que ayudaron a la victoria de la oposición en diciembre de 2015, hoy están multiplicados por cien. La falta de comida, la escasez de medicinas y la inseguridad se han convertido en flagelos que azotan a millones de venezolanos. La gente en la calle está convencida que no hay posibilidad de salir de esta tragedia con este gobierno. No debe sorprender entonces que hasta en las encuestas ordenadas por el régimen, el 80% de los encuestados expresen su rechazo a la gestión de Maduro.
En estas condiciones, sería un suicidio para el régimen contarse, bien sea en un Referéndum Revocatorio o en una elección de gobernadores. Cualquier oportunidad de participación que tenga el pueblo se convertiría en un plebiscito contra la “revolución”.
Pero impedir la participación de los venezolanos en el Revocatorio y en las elecciones de gobernadores es una maniobra atrevida y compleja, que no podría ser ejecutada exclusivamente por el gobierno. Aunque el régimen cuenta con el control del poder judicial y el poder electoral para imponer su voluntad, hay formas políticas y jurídicas que debe tener en cuenta. Unas, derivadas de la presión internacional sobre Venezuela para que respete sus leyes; otras, provenientes de la presión interna de la calle y de los militares. Saltarse sus propias reglas de juego implica para el régimen, un alto costo político que al menos hasta hoy sus operadores han querido evitar.
En este contexto se crea el artefacto de negociación gobierno-oposición, con la intención audaz de involucrar a la oposición en la jugada y de alguna forma obligarla a compartir su costo político. Por eso el gobierno —como lo hizo en el pasado— monta un esquema de diálogo y negociación a su medida: Con mediadores que actúan más como emisarios, con objetivos difusos e indefinidos, para hábilmente quemar tiempo y ocultar la intención de diferir la confrontación, mientras el CNE sigue descuartizando los lapsos para el Revocatorio. Por otra parte, el gobierno continúa moviendo la maraquita del diálogo en una operación perfectamente coordinada.
No hay incentivos reales para que la oposición y el gobierno negocien. En realidad, el gobierno no necesita estos incentivos, porque ya sabemos que su intención real no es negociar; es simplemente ganar tiempo con el amague de la negociación. Pero, ¿y la oposición? Si el gobierno dice de entrada —pública y privadamente— que no va a aceptar bajo ninguna circunstancia el Referéndum Revocatorio, que es la piedra angular de la estrategia opositora, entonces ¿cuál podría ser el incentivo para que la oposición negocie con el gobierno?
La oposición tampoco tiene incentivos para negociar. Tiene presión. El argumento de que el gobierno cuenta con todo el poder institucional para aplastar a la sociedad es usado para desmovilizar a la oposición y obligarla a negociar a la fuerza. Es un chantaje que parece estar quebrando el espíritu de algunos dirigentes de los partidos opositores. La imagen de “inevitabilidad” que el gobierno trata de imponer con su comportamiento y su hegemonía comunicacional estaría llevando al límite de la resistencia física y psicológica a algunos dirigentes que muestran señales de fatiga y ablandamiento frente al régimen. Esta debilidad se expresa en propuestas “realistas” que pretenden justificar la negociación y diferir el Revocatorio, porque inevitablemente el gobierno tiene todo el poder para hacerlo.
Esos temores revelan una falsa apreciación de la realidad y en consecuencia podrían influir en el diseño de una estrategia equivocada. El gobierno está arrinconado, contra las cuerdas, y quiere negociar porque necesita un descanso. Sólo una negociación extemporánea y difusa podría darle al régimen el tiempo que necesita para recuperarse. Para la oposición este no es el momento de negociar, este es el momento de confrontar, de atacar rápido y fuerte porque lleva la ventaja.
Frente al señuelo de la negociación, la oposición debe subir el volumen de las cacerolas, presionar al régimen en la calle, sin tregua, para que cumpla los lapsos del Revocatorio, e incorporar a otras fuerzas sociales en esta lucha para arrinconar a la dictadura.
No se trata de rechazar de plano una negociación con el gobierno, porque hasta en la guerra se negocian rendiciones y armisticios. Se trata de definir qué se va a negociar, cómo y cuándo. Mientras esas condiciones no estén claras, no hay nada de qué hablar.
@humbertotweets