El descontento en la población era evidente. Conflictos laborales, huelgas, inflación. La diferencia entre 1998 y 2016 es que la gente no tenía que hurgar en bolsas de basura para comer, tampoco moría por falta de medicamentos y tenía la certeza de que en procesos electorales podría ejercer su derecho al voto, porque había independencia de poderes; había democracia, había libertad.
La diferencia entre 1998 y 2016, es que hoy vivimos una debacle jamás imaginada. Tenemos la inflación más alta del mundo, proyectada en 720% por el FMI; una escasez de medicinas por el orden del 90%, desabastecimiento de alimentos básicos superior al 80%, una violencia desatada, represión, violación a los derechos humanos, presos políticos y desobediencia a la Constitución por parte de quienes ejercen el poder.
Nuestros gobiernos municipales están casi quebrados, por falta de presupuesto. El pasado 1 de septiembre entró en vigencia un aumento de 50% del salario mínimo, pero a las alcaldías de oposición no han llegado los recursos para pagarlo; lo que significa que nuestros trabajadores no tienen el dinero suficiente para costear el precio de la cesta básica familia, estimada nada más y nada menos que en más de 500.000 bolívares.
Misma realidad sufren las amas de casa, los universitarios, académicos, artistas, transportistas; todos los venezolanos. La realidad es que a nadie le alcanza el sueldo para sobrevivir, o si tiene algo dinero no consiguen nada en el supermercado.
Es un horror caminar por la redoma de Petare y ver a nuestros hermanos revisando bolsas de basura para llevar comida a su casa. Luis Enrique es uno de ellos. Vive en el municipio Sucre de Caracas, tiene esposa y 2 hijas, dice que para comer debe registrar todos los días entre los desperdicios. “Nosotros llegamos aquí a las 6:30 am nos vamos como a las 11, 12 y con lo que consiga con eso nos vamos a la casa. Antes yo no venía para acá ahorita porque tengo a mis chamitas y no tengo trabajo y estoy aquí para sobrevivir porque antes la cosa no estaba así y uno iba a comprar con dos bolívares y compraba un mercado y ahorita con dos bolos no compras nada”, me contó una mañana mientras buscaba el alimento para su mesa.
¡Una situación INACEPTABLE!
Juan Carlos, también recurre a la basura para poder comer. “Antes comía de todo, comía mi arroz, mi pasta, mi arepa en la mañana cada vez que me paraba ahora ni eso. A veces uno dura prácticamente yo, tres días me he acostado sin comer así por la situación, pero a veces uno pasa la crisis también. La crisis ahorita no está fácil”, me dijo entre lágrimas.
¿Cómo no querer revocar a este desgobierno?
Hoy vemos cómo la impunidad en Venezuela no solo ampara a la delincuencia, sino también a que quienes están destruyendo al país.
No en vano tanta preocupación internacional. Mientras la OEA evalúa aplicar la Carta Democrática por ruptura del hilo constitucional y el alto comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Zeid Ra’ad Al Hussein,insiste en denunciar una situación de hambruna en la nación, cuerpos legislativos de algunos países de Europa y Latinoamérica insisten en la necesidad de que se realice el Revocatorio presidencial, como vía para superar la crisis. ¡Y esa también es nuestra exigencia!
Insistimos en que la salida a esta crisis política, económica y social es electoral, y que debe ser lo más rápida posible, en favor de los venezolanos; por eso nos mantenemos firmes pidiendo revocatorio ya.
El camino está trazado y la decisión del pueblo de cambiar de gobierno este año es inminente; ellos lo saben y por eso se empeñan en entrampar el proceso. 80% de los venezolanos queremos salir del presidente Maduro y para lograrlo nos estamos movilizando día y noche a nivel nacional, con el plan 1356.
Estamos convencidos de que casa por casa, esquina por esquina y de boca en boca activaremos nuestra maquinaria social para garantizar el 20% de las firmas a finales de octubre. La meta es superar ese requisito, y UNIDOS estoy seguro de que vamos a alcanzarlo.
¡Por Venezuela vale la pena seguir luchando!