Tengo 40 años escuchando que “este país tiene futuro”. Y de tanto futuro que tenemos por delante, nos hemos olvidado del presente. Se nos ha ido la vida enfocados en ese futuro que está por allá, intangible y lejano, y no nos hemos ocupado del “aquí y ahora”. Hemos pisoteado y descuidado este presente que es el que nos daría la base de un futuro promisorio. ¿O es que acaso lo que hagamos en este momento no es lo que forma y consolida a un país como una gran nación? Es lo que emprendamos y construyamos ahora lo que encaminaría a Venezuela hacia el progreso. Y allí es donde queda el futuro: la consecuencia directa y lógica de una buena planificación, organización y administración de recursos, de la mano de gerentes calificados y capacitados, que se encargarán de edificar “aquí y ahora”, ¡en la actualidad! ¿Nos hemos ocupado del presente con miras a tener un excelente futuro? Cuando volteo a mi alrededor, por más que busco, no veo las señales del “futuro halagüeño” que tenemos por delante.
No lo confundamos con la esperanza. Porque la esperanza, a mi manera de ver, es otro concepto. El futuro que tiene el país -pero que, insisto, todavía no vemos- debería ser el legado –que aún no hemos comenzado a construir- para las generaciones de revelo que tendrán la tarea de continuar con la ejecución de esos planes y acciones que engrandecerán cada vez más a Venezuela. Porque, a medida que envejecemos, y más en estos tiempos de revolución trasnochada, el futuro se parece más a los siglos pasados donde el analfabetismo, la pobreza, el hambre y las enfermedades diezmaban a los venezolanos.
¡Este país tiene futuro! Y lo dice, un aficionado al béisbol cuando se entera que un muchacho venezolano, allá en el norte –con un equipo que canta un himno nacional muy distinto al “Gloria al bravo pueblo” cada vez que va iniciarse un partido- la saca de jonrón o hace una gran jugada. Pero, ese señor cuando elogia la labor del novel pelotero, no está refiriéndose al futuro de Estados Unidos, sino al de Venezuela, sin darse cuenta que el muchacho, o cualquier otro prospecto criollo que haga vida en las grandes ligas americanas, está contribuyendo con su desempeño al futuro deportivo, pero en aquella nación. Y dejando en alto el nombre, pero de aquella nación, la de los gringos que sí supieron sentar las bases en el presente para que esos jóvenes y tantos otros peloteros venezolanos prefieran irse para allá a ganar dólares y no bolívares devaluados como los que tenemos en este momento.
Lo mismo que ocurre cuando algún científico o un intelectual venezolano, en Harvard o Cambridge, se lucen derrochando intelecto y sapiencia en esas aulas perfectas e impolutas –que no saben de déficit presupuestario como el que padecen las nuestras. Nos llenamos la boca diciendo que Venezuela es grande y tiene futuro porque un venezolano, allá en Inglaterra, hace aportes relevantes en las tierras de la Reina Isabel. Sin duda, nos puede llenar de orgullo que un compatriota logre éxito en otras naciones; pero, eso señores, no nos aproxima al futuro promisorio que tanto anhelamos. Porque son casos excepcionales y aislados, que solo forman parte de escasas estadísticas y no precisamente de las estadísticas de nuestra Venezuela.
Nuestro país se ha quedado embelesado con las probabilidades que tenemos para ser una gran potencia. Nos quedamos estancados en las riquezas de nuestros suelos, en la belleza de nuestros paisajes y en lo estupendo de nuestro clima. Porque los recursos, el clima y las condiciones geográficas las tenemos, y de sobra, para ser un gran país. Sin embargo, nos hemos “enchinchorrado” esperando que el futuro, como por arte de magia, obre el milagro de transformarnos en una gran potencia. Ese discurso de que somos un país de grandes riquezas está trillado. ¿De qué nos vale tener de todo si no hemos sabido aprovecharlo para multiplicar los beneficios y hacernos grandiosos? No por el hecho de tener cemento, ladrillos y cabillas, tenemos un edificio. Esos materiales, si queremos lograr un buen lugar donde vivir, no basta con tenerlos: hay que unirlos, mezclarlos y comenzar a levantar paredes; y eso, señores, exige esfuerzo, trabajo, dedicación, constancia y sacrificios.
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