Prefiero guerrear con Nicolás Maduro o Diosdi Cabello que con Gabriela Montero. Mientras los primeros se comportan como piltrafas inhumanas, que actúan como pellejos de carne viciada que uno patea y patea hasta arrinconarlos en el basurero de la historia, a la célebre “niña prodigio” venezolana (quien ya es madre) uno no puede alcanzarla ni siquiera con la mirada de lo alto que vuela en el firmamento artístico venezolano.
No quiero ni imaginar cómo se siente Gustavo Dudamel cuando en la más íngrima soledad su ser, sin maquillaje ni velos, se ve frente al espejo de la cultura universal después de ser abordado por los acordes éticos con que magistralmente Gabriela Montero desentona su virtuosa sinfonía de oportunismo y avorazado provecho.
¿Sentirá en sí mismo el vil egoísmo que ante la libertad tiembla de pavor?
La oración desde el exilio
Como se sabe y es reiterativo entono frecuentemente el himno nacional en mis entregas semanales. Lo entonamos juntos: tú mientras lo lees, yo mientras lo escribo.
No es un artilugio retórico ni una arenga (aunque en cierta medida sí lo sea), es una oración desde el exilio, y, como toda oración, pese a la infranqueable y desconsoladora distancia, funde tu espíritu con el mío.
En el estrépito y la alharaca chavistas (esa perversión sin límite), intento exaltar la gloria del bravo pueblo que nos dio nombre, que nos dio independencia y libertad, que nos hizo venezolanos.
Por lo general, o más bien siempre, relaciono al chavismo con la enigmática frase de nuestro himno que nos recuerda que “el vil egoísmo” alguna vez triunfó entre nosotros y que lo podría hacer “otra vez”.
¿Por qué lo hago?
El egoísta que hay en cada uno de nosotros
Sin duda pienso que el chavismo es una sumatoria exacerbada de todos los vicios que una sociedad puede padecer: corrupción, crueldad, criminalidad, perversión, cinismo, etc. Pero faltaríamos a la verdad si señalásemos que cuando Vicente Salias escribió la letra del himno si quiera imaginaba una peste de semejante envergadura como la chavista. No la imaginó, lo hubiese anticipado y advertido en su canto. No lo hizo.
Sin embargo, sí anticipó el egoísta que puede haber en cada venezolano, lo vil de ese vicio, y su imperecedera capacidad de triunfar “otra vez”, bis, “otra vez”, entre nosotros.
Pensemos cuan destructivo ha sido el egoísmo para nuestro país. Mientras unos niños mueren de hambre otros tocan sus relucientes instrumentos. Mientras un activista cae preso y es torturado un director blande insensiblemente su batuta. Mientras un país se hunde en el abismo un sistema muestra la mueca más vil de la indolencia.
¿Titanic?
Los piratas del Caribe
La grave presunción de que somos un país riquísimo que aguanta todo asalto y que nos impone el egoísmo de arrebatarle todo lo que queramos porque al fin y al cabo vivimos en la abundancia, nos tiene arruinados.
Lo más delicado y triste es que el vil egoísmo no es sólo económico, también lo es social, cultural, moral y político. Cada cierto tiempo triunfa “otra vez” lo bucanero, lo pirata del Caribe que hay en nosotros.
Por ejemplo, no puede ser, es vergonzoso, que exista todavía algún político capaz de sacar cuentas frente al estrepitoso drama que vive el país. Que si el Revocatorio se realiza en 2016 o en 2017 conviene a tal o cual dirigente. Que si esperamos al 2018, cuando Venezuela no sólo esté hundida en el fondo del abismo sino, peor aún, putrefacta, permitirá que surja un nuevo líder, otro.
Egoísmo, vil egoísmo, que pareciera triunfará otra vez mientras el pobre en su choza libertad nos pide.
¿Alguien tiembla de pavor?
Mientras tanto el chavismo
No sé si sea Ramos Allup o Capriles quien se beneficie de un Revocatorio, no sé si sea Leopoldo López o María Corina, no lo sé, pero tampoco importa, lo que sé es que el Revocatorio le da una solución republicana a nuestra ruina, todos los esfuerzos que podamos realizar para que se lleve a cabo no sólo son esfuerzos políticos, son esfuerzos profundamente humanos.
Si no se realizase, nadie debe dudar que una gigantesca protesta, acompañada de paro laboral, huelga y toma de las calles en toda Venezuela, debe realizarse. Para ello se necesita máxima voluntad y unión. Además, sea quien sea el destinado a liderar el peliagudo tránsito de la dictadura a la democracia debe contar con la fuerza unida de todos los venezolanos, incluyendo militares, empresarios, trabajadores, artistas y estudiantes.
Basta de rebatingas y riñas, basta de sacar pequeñas o grandes cuentas, basta de intrigas y zancadillas, liberemos al país y hagámoslo, pese a las críticas y los desencuentros, con desprendimiento y bravura.
¿Permaneceremos incólumes frente a la devastación nacional porque conviene a uno u otro posible candidato?
La dificilísima decisión que deberán de tomar próximamente nuestros líderes políticos ameritará conocer muy bien nuestro himno, recordar que una y otra vez el vil egoísmo tiende a triunfar, y nos divide y derrota, permitiendo que el yugo, las cadenas, la opresión y el despotismo chavistas –esa lepra– se afiance.
Si la fuerza es la unión y la bravura la gloria, el amor desinteresado por Venezuela será la salvación.
Y el sublime aliento
Bella palabra, bellísima palabra Venezuela, que nos nombra y entraña, que sentimos y nos anuncia en cada latido, que nos ensancha en cada respiro, nos aglutinó –desinteresadamente– a un grupo de venezolanos en torno a la genial interpretación moral que Gabriela Montero ha dado –con su sublime aliento– y celebrar que sí hay esperanza, porque no todo es egoísmo en nuestra nación, porque también hay desprendimiento y solidaridad, es decir, amor.
Idania Chirinos, Ana Julia Jattar, Mari Montes, Carolina Perpetuo y Carlos Mata, esa constelación deslumbrante de talento que, junto a Gabriela, brilla en el firmamento venezolano y que permiten a un poeta inconcluso como yo, admirar y confirmar que hay más ilusión que frustración porque hay más amor que egoísmo en Venezuela, me lleva a una última reflexión: ¿el liderazgo político opositor formará parte de la misma constelación de desprendimiento y amor venezolanos?
A estas alturas, en este callejón sin salida histórico, no tengo razón para pensar que no.
Frente al santo nombre de la libertad el egoísmo no triunfará nunca más.
Gustavo Tovar-Arroyo