La ciudad china donde todos sus habitantes son ricos y de la que no pueden hablar

La ciudad china donde todos sus habitantes son ricos y de la que no pueden hablar

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“El mejor restaurante de un pueblo es donde come el cura”, “el fútbol son once contra once y siempre gana Alemania” y “en teoría, el comunismo también funciona… en teoría” son tres tópicos de barra de bar que todos hemos oído en algún momento. No podemos decir gran cosa de los dos primeros, pero sí de la máxima de Homer Simpson gracias a Huaxi, “la ciudad número uno bajo el cielo” según las autoridades chinas y la culminación del sueño rojo… O la mejor representante de la propaganda oriental cuyo lema es “aquí todo el mundo es rico”, con información de El Confidencial.

Huaxi, que se encuentra en la provincia de Jiangsu, es la ciudad más rica de China gracias a sus potentes industrias textil y fabril, pero no siempre fue así. Hace medio siglo, no era más que otra ciudad campesina más, al menos hasta que el secretario del Partido Comunista en la región y comerciante de materias primas Wu Renbao decidió convertirla en la joya de la corona china. Ahora, 55 años después, cada uno de los 2.000 habitantes del pueblo dispone de unos 100.000 euros en su cuenta corriente a cambio de guardar un absoluto silencio hacia los medios de comunicación. Tiene truco, eso sí: tan solo son los habitantes originales del pueblo o sus descendientes los que se benefician de estas ganancias económicas. El resto de trabajadores inmigrantes, que superan los 20.000 (alrededor del 95% de la población) tienen que contentarse con ver sus necesidades diarias cubiertas.





Dinero, coches lujosos y censura: una peculiar mezcla que se repite en todos los reportajes sobre el tema. Sin embargo, no todo es tan bonito como parece. Puede ser que sus habitantes conduzcan los últimos modelos de los automóviles Mercedes, BMW o Cadillac (lejos quedan los tiempos en los que tan solo los bueyes transitaban sus vías), como señala un artículo publicado en ‘Crienglish’, pero la realidad es que su dinero no les pertenece.

Al fin y al cabo, así es el comunismo: como señalan los habitantes, estos pueden disponer de su dinero siempre y cuando no se vean tentados por la posibilidad de abandonar la ciudad y probar suerte en otra. En dicho caso, tienen que devolverlo todo, desde su casa hasta sus ahorros. La pregunta que se hacen los habitantes de Huaxi –al menos, aquellos a los que se les permite hablar con la prensa– es que, de todas formas, ¿quién querría abandonar un lugar así? Como explica uno de ellos, “no tenemos que preocuparnos por la ropa, la comida y todas esas cosas básicas. Lo que en realidad perseguimos es cumplir nuestros mayores sueños. Creo que nuestra vida aquí puede ser tan buena como la de la gente de ciudades como Shanghái o Pekín, y en algunos momentos de nuestras vidas, incluso mejor”.

Con la diferencia de que esas dos grandes urbes no eran ciudades cuyos habitantes subsistían cultivando la tierra hace tan solo unas décadas. Actualmente, la mitad de la economía de la ciudad está producida por la industria del metal y la textil, y según señalan las autoridades locales, los activos comunes de la ciudad valen 300 millones de dólares. Renbao consiguió construir esta utopía desde cero con una mezcla de “los principios comunistas tradicionales y la economía de libre mercado”. Es su hijo Wu Xiéen quien dirige la ciudad desde el año 2003.

La vida en el paraíso

Huaxi se ha convertido en uno de los símbolos del despertar económico chino. Fue la primera ciudad en ser listada en el mercado de valores a finales de los años noventa y exporta su producción a más de 40 países diferentes a partir de los materiales importados de la India y Brasil. También, por esa misma razón, ofrece una imagen al extranjero que muchos han comparado con el férreo control informativo de Corea del Norte. El silencio que están obligados a guardar sus habitantes es tan solo la punta del iceberg: como recordaba un reportaje publicado este año en ‘Atlas Obscura’, “su estrecho control de los medios de comunicación locales y la prohibición de hablar con la prensa extranjera ha mantenido los horrores de esta comunidad orwelliana bien tapados”.

Se refieren a las canciones que suenan sin parar desde los altavoces situados en todas las calles (“los cielos sobre Huaxi son los cielos del partido comunista / la tierra de Huaxi es la tierra del socialismo” son los dos primeros versos), las pancartas que conmemoran la vida y milagros de Renbao en todas y cada una de sus calles o el control que se ejerce sobre una población rica pero atada de pies y manos si quiere conservar su estatus. Por supuesto, el juego y el consumo de estupefacientes son severamente castigados. A cambio, disponen de algunas de las mejores escuelas del país, dinero para gastar en productos de lujo que mostrar a sus también adinerados vecinos (o a los menos afortunados trabajadores migrantes), productos de consumo del día a día proporcionados por el Partido y una red de galerías que impide que los paseantes se mojen durante los días de lluvia.

Tan famosa se ha hecho Huaxi, al menos dentro de los confines de la frontera china, que ha conseguido atraer a millones de turistas durante los últimos años. Según los datos proporcionados, una vez más, por las autoridades locales, cada año acuden dos millones de viajeros a conocer las bondades de la utopía china cumplida. Una de sus atracciones es el Happy Amusement Park (Parque Feliz, como el mundo de Aldous Huxley), en el cual pueden contemplarse las estatuas de Mao Zedong, Confucio o Deng Xiaoping. Es un elogio a la tradición, la filosofía maoísta y una vida de trabajo, pilares sobre los que se apoyó la existencia de su ideólogo.

“Era un hombre que creía en los viejos valores”, escriben sobre él en el reportaje de ‘Crienglish’. “Levantarse pronto, irse a la cama temprano, trabajar duro… Es un hombre que, incluso hoy en día [Renbao falleció en 2013, a los 84 años, por un cáncer de pulmón] se define a sí mismo como un sencillo granjero con un filosofía simple: está bien ser rico pero no hay que olvidar las cosas que importan en la vida (la familia, la lealtad, la honestidad y el trabajo duro)”. Valores quizá representados en el rascacielos del Longxi International Hotel, con 74 plantas, 328 metros de altura y la capacidad de albergar a todos los habitantes originales del pueblo.

Un monumento definido como “un símbolo de colectivismo” por los dirigentes del partido. Visto desde fuera, quizá la culminación de esta distopía pesadillesca con la que China siempre soñó.