Los más altos ingresos provenientes del petróleo, hacen del XXI un siglo muy particular, pues, sufrimos una terrible crisis humanitaria en los extremos de una paradoja antes – sencillamente – inimaginable. El régimen los devoró inclementemente, so pretexto de cancelar una deuda social que, tamaño detalle, ha agravado hasta lo indecible.
Por más de tres lustros, apartando la instancia constituyente, controló la Asamblea Nacional y no hubo proyecto de presupuesto que dócil y obedientemente no sancionara, por más razonables y hasta irrefutables que fuesen los argumentos de la oposición, dentro o fuera del hemiciclo. Añadiendo los innumerables créditos adicionales autorizados y un endeudamiento colosal, los parlamentarios oficialistas aceptaron y aplaudieron la ruptura de la unidad del tesoro y la ausencia de todo control sobre los fondos creados o sobrevenidos, según el antojo y la voracidad presidencial: hoy están de plácemes los augustos presupuestívoros de turno.
Algún día se abrirán las arcas documentales de los organismos contralores, a menos que logren incinerar todos los miles de expedientes, para constatar algo más que una hipótesis: el problema social se convirtió en un camino expedito para los más jugosos negocios de todo nivel. Vale decir, al no crear tampoco las condiciones y capacidades de las que habla Amartya Sen, las dádivas rindieron un excelente dividendo comercial para contratistas, subcontratistas, empleados y asomados que subastaron los recursos aún más modestos, dizque para superar la pobreza. Y esto, por no versar sobre las distorsiones y dislocaciones macroeconómicas de un presupuesto que expropió a todos de la generosa renta petrolera y confiscó a los venezolanos condenados al pago de los impuestos sin la menor contraprestación.
UNA MARCIAL NOTA OCTUBRISTA
A pocas horas de cumplirse el 71° aniversario de la llamada Revolución de Octubre, creemos que hay un consenso historiográfico sobre la ocupación de los militares y la de los civiles. El celebérrimo trienio registra como oficio esencial de las otrora Fuerzas Armadas, los asuntos concernientes a la defensa nacional, con sus matices, mientras que el del liderazgo civil exclusivamente atiende y se entiende en el oficio de gobernar. Luego, sigue firme la voluntad de encaminar las relaciones civiles y militares por una senda distinta a la tradicional, con los inconvenientes y obstáculos del caso.
La reflexión viene a la mesa, porque esa voluntad nunca se expresó y testimonió en el siglo XXI, aunque contradijera el antiguo criterio de algunos de sus personeros, como José Vicente Rangel, por ejemplo: “No queremos unas Fuerzas Armadas socialistas, ni socialdemócratas ni copeyanas, sino institucionales en el sentido real del término, no en abstracto” y, faltando poco, “profesionales, al servicio del país, de la Constitución, respetuosas del orden democrático, pero que participen en el proceso político, económico y social” (Alfredo Peña, “Conversaciones con José Vicente Rangel”, Ateneo de Caracas, 1978: 130). He acá un contraste excesivamente evidente, entre una gesta del XX y la que se dijo tal en la centuria siguiente.
@LuisBarraganJ