Las horas pasan de manera vertiginosa y los acontecimientos desencadenados obligan a repensar cada frase una y mil veces. No hay tiempo para el descanso; éste degenera en tormentosa demora. El caso es que Venezuela enfrenta un momento crucial que va a trastocar para siempre el devenir de su historia. Estamos frente a una divisoria de aguas de la que no podemos escapar más allá de que temamos actuar en defensa de lo que más vale la pena, la libertad; más allá de que nos disguste el no tener alternativas que permitan seleccionar el camino menos costoso; más allá de que reaccionemos con presteza al virus de la desesperanza que desde los círculos de la propaganda rastrera se nos inoculó para que por instantes que se prolongan al extremo subestimemos toda la fuerza acumulada a punta de andar pausados pero firmes.
Es un momento con responsabilidades compartidas. El principal culpable de que la hora sin retorno haya llegado es todo el mal generado por los bárbaros del siglo XIX que sin reparo al ridículo se autobautizaron del siglo XXI. Pero, los que estamos del lado contrario al autoritarismo también tenemos culpa y, sin ánimos de inútil autoflagelación, debemos reconocer que ayudamos a crear las condiciones para que el alud totalitario se desatara al ser blandengues y timoratos cuando no debimos serlo y al prestar oídos sordos a quienes desde el principio de la mentira alertaron sobre la desgracia que se avecinaba. Por eso, y porque somos las víctimas visibles de tantas carencias, tenemos la irrenunciable responsabilidad de enderezar el destino de lo que ya casi no tiene visos de patria.
Es el momento donde el liderazgo democrático, si pretende continuar siendo faro direccional de la población arrinconada, ha de responder a la inexcusable obligación de demostrar cuán bien se puso los pantalones en esta mañana brumosa que le tocó lidiar. Feneció el tiempo de sí pero no, de jugar a las frases de autoayuda donde se opta por los grises cuando bien se sabe que sólo cabe escoger entre el blanco o el negro. Es el momento donde el resto de los mortales nos cubriremos de vergüenza si nos anclamos en el silencio cómplice y la inamovilidad cobarde de quien demanda el sacrificio para que sea asumido por el otro. El espanto de …«posponer el proceso de recolección hasta nueva instrucción judicial»… es una afrenta a la esperanza, un desmentido a la civilidad, un escupitajo maloliente a la posibilidad de construir democracia lanzado sin rubor sobre el rostro de la soberanía popular que debería desperezarse y abandonar tanta candidez que le es impropia.
La ignominia goza de impunidad si aquel a quien va dirigida decide aguantársela. Tampoco es que hay que ser genio para descifrar el desafío. La calle no queda lejos: con atravesar la puerta basta.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3