El chavismo, en el actual ocaso y estertor del régimen de Nicolás Maduro y sus cómplices, es un proyecto político con aparente vocación suicida, al que ya no le importa eso que llamamos “país”, no como pedazo de tierra o cuna de permitidas intromisiones antillanas, sino como pacto de convivencia, refugio de amores y afectos, de sueños y posibilidades, certeza de un destino colectivo, en común, aunque con diferencias.
Resulta extenuante el cotidiano inventario de nuestras carencias y miserias, generadas, alentadas y defendidas por una herencia de promesas e idealismo del encantador de serpientes, del ángel vengador con uniforme militar. Su ausencia hoy y la desazón de saber que robaron, saquearon y malbarataron nuestra mayor bonanza petrolera, además de haber destruido buena parte de nuestro tejido empresarial e institucional, desde el jurásico fracaso de un extremismo y resentido ánimo izquierdoso, nos colocan hoy en las orillas de nuestra peor y más trágica crisis económica, política, social y cultural.
El arrebato tiránico que hoy intenta gobernar el país, parado sobre las armas del estamento militar al servicio de una parcialidad política, ha desconocido la mayoría parlamentaria surgida el 6 de Diciembre pasado, a través de una cirugía de corte y disección a la Constitución y a la Independencia del Poder Legislativo, cuyo último episodio fue el asalto de grupos pro oficialistas, con no disimulada violencia, al hemiciclo de la Asamblea el pasado domingo 23-10-2016.
La grotesca tramoya del régimen de Maduro, urdida con los tentáculos pseudo-jurídicos de su TSJ, jueces con boina y alma roja a nivel regional, y un CNE en burocrático y abierto saboteo al ejercicio del poder del voto y derecho constitucional, ha cerrado las puertas a una salida electoral a la crisis actual, colocándonos en las frías aguas de la incertidumbre que va creciendo sin parar.
La Asamblea Nacional se ha declarado en rebeldía, y exige el restablecimiento del hilo constitucional, luego de las recientes acciones del Ejecutivo.
Horas decisivas. Días de definiciones. De calle y protesta necesaria y firme en su motivación democrática. El diálogo se propone de nuevo, como una tabla salvadora a quienes lo han despreciado con su persecución y criminalización de la disidencia.
El país está agotado. Extenuado. Quiere que cese la humillación. Que cese la imposición de un fracaso estatizante y autoritario. Que termine el aplauso a los antivalores y la impune injusticia. En medio de esta penumbra totalitaria, solo la protesta en la calle con la Carta Magna en la mano, iluminarán el camino al cambio y a la Libertad. Mientras tanto, el futuro quiere asomarse al final del camino. Nosotros, como ciudadanos, seguimos buscando el horizonte.
@alexeiguerra