Kalinina Ortega sigue desaparecida. De acuerdo con sus familiares, esta periodista que sacó brillo a su oficio en El Nacional entre los años 70 y 80, salió de su casa para hacer unas diligencias, posiblemente bancarias, el pasado 4 de octubre y esta es fecha en que todavía no se sabe nada de su paradero. Tomando en cuenta que Caracas es una ruleta rusa, donde el ciudadano cruza las calles y pone sus fichas para ver si no será asaltado, tiroteado o caer en manos de secuestradores, la ausencia por muchos días de la colega genera un escalofrío con malos presagios que echamos de la mente y nos negamos a comentar.
Es angustiante, porque después de largo tiempo sin saber de ella, empezamos a pronunciar su nombre con miedo, y eso nos entristece: su desaparición se inscribe en el drama que viven miles de venezolanos a diario, y que resumimos con la ya manida frase de que “uno sabe cuándo sale de casa, pero no sabe si regresa”. Por eso, quiero pensar que Kalinina anda perdida en algún sitio y no sabe cómo regresar.
Para quienes tuvimos la suerte de trabajar en El Nacional en los años 80, la redacción era una plaza pública donde se mezclaban la pasión por el periodismo y la amistad. Miento si digo que conozco bien a Kalinina, como si podrán asegurarlo quienes se sentaron a su lado. Pero sí recuerdo que Kalinina asumía la cobertura de Educación Superior no ya como una fuente para sus noticias y reportajes sino como una misión. De modo que en aquel bullicio de jóvenes y viejos periodistas, su nombre era sinónimo de profesionalismo a toda prueba.
Por eso nos conmueve que la policía, atareada como anda en golpear muchachos en las marchas, no haya ofrecido apenas una conjetura de lo que ha podido ocurrirle. Alguna autoridad del Cicpc debería dar la cara y explicar a los familiares y a la opinión pública en qué estado se hallan las investigaciones sobre el paradero de Kalinina Ortega.
Alguien tiene que hacer algo, antes de que sea demasiado tarde.
Informar a:
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