Es un tipo decente -el hombre de las rutinas predecibles- y no merece sufrir tanto. Su secreto es una misteriosa bipolaridad, que él disfraza con la conducta correcta, poniéndose una máscara de actor para así afrontar el mundo de los otros. Este es su pecado, un martirio que le envejece. Pero hoy cambiará su suerte. Un poco de diversión, levantar ese ánimo. Está harto de la rutina. Agarra la chaqueta de cuero. Se lava la cara y unta colonia. Viéndose al espejo, aprecia lo que ve. La soledad no lo anuló todo.
Sale a la calle y se monta en su moto. Arranca picando caucho, sin casco. Desea sentir libertad, que el viento choque contra sus mejillas y su nariz se transforme en agua. Acelera y sale de Francia. Anda rápido, siente que vuela. La máquina es extraordinaria, una Ducati que compró en Milán. El motor ruge como los leones. Su imaginación por fin supera la hibernación. Doscientos kilómetros por hora y nada de frenos. El objetivo es llegar a Ginebra antes de las doce. El Bar del señor Dumont.
Las rayas del asfalto son una borrosa monotonía. Las montañas parecen fantasmas y su rostro es un hielo seco. Toma las curvas como si todos los peligros del mundo fueran de mentira. Su mente proyecta imágenes. Las neuronas obsequian escenas felices, un festín de adrenalina. El fastidio ahora es éxtasis. Su corazón la samba en Río y es joven otra vez.
A lo lejos Suiza se desnuda y en su cabeza se clavan los dardos de la memoria. Patricia, Ornella, Susana, hembras en su cama. Moto, viento y velocidad, la fórmula mágica que hace del aire un juguete erótico; y grita de placer. Las estrellas dicenque hay un loco escapado del manicomio.
Llega… once y media pm.
Frena la moto y disfruta el chorro, que desde el puente parece el humo de un cohete espacial. De frente está el edificio Rólex y las oficinas del Banco. Hace frío. Y la calma hace rechinar los dientes y sus labios parecen los de un muerto.
Asegura la máquina en el puente y camina hasta cruzarlo. El Bar está en la esquina.
¿Cuántos años han pasado?
Rechaza pensar. Ella tiene que recordarlo. Lo que experimentaron es inolvidable: el látigo, un liguero, la soga, el grito, lo prohibido. Y siempre con ella, no otra, solo ella.
Nervioso está. Su estómago pide cobardía, pero su voluntad le da valor.
Falta poco. Tres pasos, dos…
Cigarrillo, copas y voces, el ambiente de su juventud perdida. Frente al mostrador están las botellas alineadas, del techo cuelgan los vasos y las luces convierten en bruma a la gente… hay ruido, pero el caos tiene armonía.
Se inclina y apoya los codos. La “barwoman” es casi una niña y sexy hasta el insulto. Verla es pecar. Pocas palabras. Es allá, la escalera del fondo, porque el ascensor es para los gallardos. Sube y cada escalón es su calvario. Tercer piso, única habitación. Hay oscuridad y huele a cloro.
Sola, ella está sola y postrada a una silla de ruedas, paralizada de pies a cabeza. Nada mueve, excepto un meñique y los ojos verdes, una mirada que todo lo dice.
Le toca el hombro y se sienta a la cama… silencio, silencio, solamente el silencio.
Toma su mano y la besa. Ella responde parpadeando.
Veinte años, fueron veinte desde la última vez…
Le acaricia el cabello y la observa sin mirarla.
Ahora se levanta hacia la ventana y le da la espalda. Al fondo otra vez el chorro gigante del lago Lemán, Le Jet d’eau, que fluye igual que sus lágrimas.
Siente que su pecho es una cueva de espectros y terremotos. Se ahoga y no puede confrontar esa mirada otra vez.
Transcurren los minutos y finalmente se atreve, pero ella no está.
No necesita pensar, es tan obvio. El tonto fue él, y su decisión de ir a ese Bar.
Absorbe la humedad del cuarto y saca el pañuelo.
Baja y ya en la calle, sube la vista hasta la ventana del tercer piso. Y sí, allí están sus ojos, los más hermosos que jamás existieron.
Pasan los segundos, quizás un minuto, y él no lo soporta más.
Camina hacia el puente y arranca sin prisa. Le da una vuelta a la diminuta ciudad y sale a la autopista. Acelera.
Ella se apodera de su mente; olor, tristeza, condena… las lágrimas se pierden en el viento.
Un monstruo despierta. Ese demonio y su gotero llevan una vida envenenándolo. El vampiro tiene hambre.
Nada. Lo que viene es una curva, pero él la hace recta.
Luz. Su vida finalmente tiene sentido.
Es un soplido de placer después de un encuentro que no debió ser…
…una vela, el huracán…
Fue su beso de despedida.
@jcsosazpurua