Negar que el choque actual entre democracia y dictadura que sacude a Venezuela, es una continuidad del desiderátum que nació en el curso de la guerra de Independencia sobre si la República sería una universidad o un cuartel, es no profundizar en el enfrentamiento entre Bolívar y Piar en 1817 que culminó con el fusilamiento del segundo, en la discusión entre el presidente y científico, doctor Vargas y el golpista y héroe, teniente coronel, Carujo, en 1835 sobre si el mundo “era de los hombres justos o de los valientes” o del enorme simbolismo que irradiaba la actitud del general Ezequiel Zamora al lucir siempre el sombrero del civil sobre el kepis del militar y hacerse llamar “El Valiente Ciudadano” y no “El Valiente General”.
Hadus trágicus que, pienso, era inevitable dado los orígenes cívicos y militares de las repúblicas americanas, que, incluso, encontró algún eco en los Estados Unidos cuando en 1829 fue electo séptimo presidente el general, Andrew Jackson, pero que, sobre todo, ha hecho estragos en los dos países suramericanos que parieron “libertadores”: la Argentina del general, José de San Martín y la Venezuela del general, Simón Bolívar.
Lo realmente singular, irónico y hasta misterioso de esta historia, es que Bolívar y San Martín eran dos hijos del republicanismo liberal, democrático y civilista del siglo XVIII, que solo por la vía de la ceguera crepuscular del imperio español se vieron obligados a involucrase en una guerra y que hubieran preferido los títulos de héroes constitucionalistas al de generales que participaron en campañas y batallas que les significaron pérdidas enormes a sus dos países.
Pero no fue el caso de los grandes, medianos y pequeños hacendados, de los comerciantes, campesinos, conuqueros y pulperos que los secundaron en la guerra, en los campos de batalla, hábiles algunos, regulares otros, valientes los más, y quienes sí corrieron a vestir los uniformes, kepis y charreteras militares, a lucirlos permanente y temerariamente, y a no hacer diferencias entre el botín que siempre deja una guerra irregular y el de unas repúblicas recién constituidas, liberadas e independizadas.
Digamos que esta tradición, cultura o desgracia se trasladó a los ejércitos regulares latinoamericanos que se institucionalizaron mucho más tarde, a comienzos del siglo XX, filtrando en las academias y cuarteles el autoritarismo, la corrupción y la ilegalidad típicas de las montoneras y guazábaras postindependentistas.
El mal mayor, sin embargo, no habría de sobrevenir sino, cuando, a la peste del militarismo militar (el oxímoron es del ensayista, periodista e historiador, Jorge Olavarría) se unió la plaga del populismo y socialismo civil, en Argentina a través del general, Juan Domingo Perón, y en Venezuela, vía el teniente coronel, Hugo Chávez.
Y que, aunque distantes en sus orígenes, son contemporáneos en sus resultados, pues Argentina trata hoy de escapar de los estragos de la última oleada de populismo peronista, la de los esposos Kirchner, que dejaron la economía en ruinas, la corrupción y la incompetencia alcanzando picos jamás vistos y las instituciones democráticas deterioradas al extremo de que, aun con un presidente como Mauricio Macri, se duda de su recuperación.
En cuanto a Venezuela, puede afirmarse que la oleada de socialismo (que en América Latina no es más que una versión extrema del populismo) salió de los cuarteles, pues, su promotor fue un teniente coronel, Hugo Chávez, que, luego de dos intentonas golpistas fracasadas, logró escapar al enjuiciamiento y las penas que le imponían sus delitos, incursionó como jefe de un partido político civil en unas elecciones que lo llevaron a la presidencia en 1998 y, desde allí, emprendió una labor de destrucción de una democracia desde adentro, simulando algún respeto por sus instituciones, pero en realidad dirigido a pulverizarla, a hacerla cenizas.
tal logro, le resultó indispensable destruir las Fuerzas Armadas Nacionales a través de la corrupción, de una limpieza ideológica implacable y de cambios continuos en su Ley Orgánica de modo que, pasarán de apolíticas a políticas, de independientes a partidistas y de profesionales a una montonera sin méritos, disciplina, ni rigor.
En definitiva, un apéndice del partido de gobierno, inmersas en una profunda corrupción y partícipes en actividades de la delincuencia organizada que ya hacen a muchos de sus oficiales culpables de crímenes de lesa humanidad que esperan por juicios internacionales.
Y es por eso que, la lucha contra el socialismo en Venezuela, ha devenido, igualmente, en el viejo enfrentamiento entre el Poder Civil y el Poder Militar, pues, vía la corrupción, y masivas violaciones de los derechos humanos, los civiles Chávez y Maduro lograron convertirlo en su perro de presa.
Son los hechos a que, dolorosamente, se refirió el martes 25, desde el Palacio Federal Legislativo, el ciudadano diputado y presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos, en un gesto que lo honra, puesto que, retrotrae a la respuesta que le dirigió el diputado Fermín Toro al general José Tadeo Monagas al invitarlo a incorporarse al congreso después de haberlo asaltado y provocado decenas de muertos el 24 de enero de 1848: “Dígale al general Monagas que mi cadáver lo llevarán, pero Fermín Toro no se prostituye”.
Y no es que Padrino López hubiese asaltado a la Asamblea Nacional, ni que pretendamos hacer una comparación forzada de hechos, tiempos y personajes, pero sí que al presentarse ante el país en cadena de radio y televisión en zafarrancho de combate, rodeado de oficiales de su misma calaña y ralea para respaldar a la dictadura de Maduro y amenazar al Poder Legislativo por violar la Constitución, pues estaba situándose en el mismo paralelo de quienes en la historia nacional, continental y mundial tomaron las armas para cerrar congresos a sangre y fuego y detener, encarcelar y fusilar a diputados y senadores.
Hitler y el Reichstag se vienen a la memoria, el coronel Tejero tomando por asalto las Cortes españolas el 23 de febrero de 1981, y Fujimori disolviendo con tanquetas el Congreso peruano el 5 abril de 1992.
Que pudo haber sucedido el domingo 23, en Caracas, cuando turbas de colectivos que dirigía el Alcalde del Municipio Libertador, Jorge Rodríguez, y bajo la protección de la Guardia Nacional, asaltaron la cámara, hirieron diputados, golpearon periodistas y asistentes a las barras y estuvieron a punto de provocar una tragedia tipo 24 de enero de 1848 si los diputados democráticos no mantienen la calma y logran el desalojo del palacio.
Por eso, el ciudadano diputado, Henry Ramos, no se ahorró sustantivos, adjetivos, puntos ni comas para anunciar al general y ministro de la Defensa, Padrino López, el futuro que lo espera por cómplice de un dictador payaso que ahora resulta que ni siquiera es venezolano.
Y atropella la Constitución y las Leyes, patrocina el latrocinio y el lenocinio y es el agente de una minipotencia del crimen internacional que lo rodea y protege para que autorice la expoliación de las riquezas nacionales.
Con la venia y participación de Padrino López que, como ministro de la Defensa, es el responsable de que la FAN hayan devenido en un apéndice del partido de gobierno y de que oficiales de un ejército extranjero, el cubano, operen en los cuarteles venezolanos como una fuerza de ocupación.
Repartidor de la poca comida que ingresa al país después que Chávez y Maduro destruyeron el aparato productivo público y privado y PDVSA se quedó sin dólares para importar, y ahora la FAN, y el general Padrino López, son enviados a poner orden en las colas donde la gente se pelea por los mendrugos y hay que estar pendiente de atender a la corrupta burocracia militar que también quiere lo suyo.
Los administradores del desastre, de la catástrofe, del naufragio del socialismo, con fusiles y cañones para contener el pueblo y condenados a la impotencia de no reaccionar a los insultos, porque, sencillamente, son una pestilencia del tiempo, y un narcosarcoma de la historia que emergieron para ser arrastrados a la nada por nulidades que son más protuberantes que ellos mismos.
Palabras del ciudadano diputado, Henry Ramos, recordadas al tiento por mí que, definitivamente, no termino de asombrarme ante el fenómeno de los políticos dignos, sinceros, carismáticos y francamente populares.