Nadie, en su sano juicio, ignora la importancia y necesidad de un diálogo. Únicamente, quienes tienen las armas y hasta apetitos para un nefasto negocio, pueden apostar por una guerra civil creyéndola un día de feria. No obstante, para que lo haya, el diálogo amerita de su propia institucionalización, transparencia y eficacia que parte de condiciones que, ciertamente, lo propicien y garanticen.
Imposible que haya un diálogo serio y convincente, como todo que se repute de tal, si las partes no se reconocen en pie de igualdad, no aceptan de mutuo acuerdo a mediadores de incuestionable credibilidad, no admiten las realidades que los fuerza a sentarse y no honran los compromisos adquiridos, por modestos que fuesen. Hay sobradas experiencias de sendos procesos de paz que, además, difícil de evadir, concluyeron en el enjuiciamiento de aquellos que incurrieron en algo más que defender una determinada bandera política.
Quince organizaciones de la oposición democrática, añadida en la que militamos, hicieron pública una firme postura respecto al diálogo en ciernes, sobradamente razonable. Resulta indispensable la presencia de otros organismos y personalidades internacionales, convincentemente imparciales; ha de ampliarse la representación de la oposición democrática, sumando igualmente a las sociedades intermedias y los liderazgos políticos y sociales emergentes; la liberación de los presos políticos, cesando la persecución y represión de la dirigencia democrática; detener inmediatamente las agresiones contra la Asamblea Nacional, acatada en y por toda su legitimidad; la apertura de un canal humanitario, respetada las diligencias que la oposición haga para aliviar la situación de la oposición; rechazar la interlocución de Jorge Rodríguez, responsable de los hechos de violencia contra la ciudadanía disidente e inconforme. Por supuesto, no es difícil colegir que un compromiso básico de diálogo con el gobierno, obliga política y moralmente a hacer lo propio en el seno de una oposición que, por fortuna, diversa y compleja, corre una misma suerte.
Requisitos y condiciones que autorizan a hablar e institucionalizar el diálogo, por lo que cualquier conversación preliminar y unilateral, por muy buena intención que haya, no puede serlo, a menos que festejemos la corrupción del lenguaje, fenómeno inherente al régimen, e, incluso, toleremos que éste incumpla o pueda incumplir con el propósito que ha planteado, como ocurrió en las numerosas ocasiones anteriores que deben aleccionarnos. Por lo demás, el resultado del reciente referéndum celebrado en Colombia, es de una enorme pedagogía política: se requiere del consenso de las fuerzas democráticas, con plena participación de todas sus corrientes y expresiones, lo cual exige de habilidades que solamente la humildad puede visar.
Incumplidas las premisas, luce inevitable calificar cualquier simulación o simulacro de diálogo, como una divertida peña tanguera que, a contracorriente, aspira a la continuidad de una situación francamente inatajable, con una insólita evasión de responsabilidades. No tratamos de ensayar una experiencia de fingida cordialidad y armonía, sino la de resolver un dramático conflicto a través del revocatorio que ha de realizarse en 2016, acordando una transición pacífica y constitucional para la reconstrucción del país, porque es el sufragio ciudadano el que decidirá si el régimen prosigue o no, aquí y ahora, cuando estamos sumergidos en una crisis inédita en nuestro historial republicano. Acotemos, en el fondo, quienes integran el poder establecido se saben vencidos y, en consecuencia, aspiran a una salida – digamos – honorable, pues, de lo contrario, vaciarían sus cacerinas, llevándose por el medio a peñeros y tangueros: morderían, en lugar de ladrar.
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@LuisBarraganJ