“El diálogo es el único camino para todos los conflictos. Si no se dialoga, se grita y no hay otra solución. Yo, de corazón, apuesto todo por el diálogo y creo que se tiene que ir por este camino”, dijo el Santo Padre ante la situación de ingobernabilidad que atraviesa Venezuela.
En un país donde tres jóvenes fueron arrestados por incitar a la rebelión -por mencionar el último- porque realizaron y subieron un video en las redes sociales, que dice “…esto no se aguanta, tú lo sabes” manifiesta el grado autoritario del gobierno de Nicolás Maduro.
Ya en abril de 2014, Maduro utilizó el diálogo de paz para poner fin a la crisis de gobernabilidad originada por meses de protestas callejeras en contra de su gobierno, ante las dificultades (violencia criminal y escasez de productos básicos) que atravesaba el país. En esa oportunidad, Maduro llamó a Unasur como organismo mediador del proceso de diálogo e incluyó a los cancilleres de Brasil, Colombia y Ecuador y el Nuncio Apostólico en Venezuela como “los terceros de buena fe”. El resultado fue la suspensión del diálogo un mes más tarde por parte de la Oposición, tras la escalada represiva del régimen (detención de estudiantes) y la falta de resultados concretos.
Treinta meses después del último diálogo entre Gobierno-Oposición, Maduro apela nuevamente al diálogo para mantenerse en el poder a pesar de estar deslegitimado en la acción por la profunda crisis política-económica-social y la falta de votos para gobernar. Mientras tanto, la Oposición para salir de la crisis ha recurrido al mecanismo constitucional del referéndum revocatorio (RR) presidencial, en la legitimidad que otorga el pueblo.
Una solución que Maduro y sus asesores rechazan. Porque saben de antemano que en una consulta popular (elecciones) saldrán del poder. Buscan en el diálogo la legitimidad del poder, para lo cual han creado cuatro mesas de diálogo: “Paz, respeto al estado de derecho y a la soberanía nacional”, coordinada por el exjefe del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero; “Verdad, justicia, derechos humanos, reparación de víctimas y reconciliación”, dirigida por Emil Paul Tscherrig, Nuncio en Argentina y representante del Papa Francisco; el tema “Económico social“, bajo la coordinación de Leonel Fernández, expresidente de República Dominicana; y una cuarta mesa sobre “Generación de confianza y cronograma electoral”, coordinada por Martín Torrijos, expresidente de Panamá.
Cada mesa de diálogo debería presentar en corto plazo a todos los venezolanos las propuestas resultantes (qué, cómo, cuándo y quién), para salir del estado actual en que se encuentra el país, tales como: el desarme de los grupos paramilitares, la reconciliación nacional, el cumplimiento de la constitución en el que incluye la renovación y revisión de los miembros en los poderes públicos, el regreso de las fuerzas armadas a sus funciones señaladas en la Constitución, la amnistía de los presos políticos, el levantamiento de los controles en el mercado (economía), los programas sociales, el manejo de la deuda externa tanto soberana como corporativa de PDVSA, la restitución de la credibilidad, competencia y sinceridad en los poderes públicos, y la fecha de las elecciones de gobernador y alcaldes, entre otros.
Asimismo, las partes negociadoras del proceso de diálogo deberían abrir un espacio para que la sociedad civil participe con propuestas en cada una de las cuatro mesas.
Hasta ahora, la única señal de buena fe que el gobierno de Maduro ha dado dentro del diálogo (reconciliación) es la liberación -no plena- de 7 rehenes políticos. Lo que demostró “que [en Venezuela] no hay autonomía del Poder Judicial y que al final son ‘presos políticos” [Nicmer Evans]’. Mientras que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) postergó tanto el juicio político a Maduro en la Asamblea Nacional como la marcha hacia Miraflores. Una decisión que busca generar confianza dentro del diálogo. Lo mismo no sucede con la acción de Maduro anteayer, cuando calificó que el partido político Voluntad Popular, integrante de la MUD, es un grupo terrorista, contraviniendo el espíritu de la mesa de diálogo coordinada por Zapatero.
El nuevo juego del diálogo (teoría de los juegos) planteado por el gobierno de Maduro, busca disuadir a la Oposición de no ser una opción de poder, haciéndole creer que ante el juicio político a Maduro y el RR, el gobierno responderá con todos los poderes públicos que controla -“apoyaré todas las decisiones para que pague con la justicia” [Maduro]. Es un juego de suma cero, es decir, el gobierno de Maduro se beneficia solamente a expensas de la MUD, por ejemplo, quebrando la Unidad.
Es conocido que Maduro no aceptará las propuestas de la MUD distintas al Plan de la Patria para salir de la crisis. Y precisamente, ese Plan es el causante de los males de Venezuela. Sin embargo, dentro de la estrategia de consolidar las mayorías, la MUD deberá hacer la tarea de presentar las iniciativas necesarias para resolver la situación de emergencia que atraviesa el país. Para luego, plantear el juego del ultimátum en el cual no solo el gobierno de Maduro pierde sino también el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). La calle y el juicio político serán determinantes para alcanzar el éxito.
Por lo que el diálogo propuesto por Maduro para resolver la gobernabilidad y la crisis en Venezuela será exitoso sólo si la Oposición logra demostrar que es una estrategia para mantener a Maduro en el poder -ganando tiempo- a espalda de las mayorías, el pueblo. De lo contrario, Maduro se atornillará en la presidencia por más tiempo, hasta que se dé un estallido social.