La arbitrariedad, la usurpación, la violación de los DDHH, el desconocimiento de los derechos de la disidencia, propias del totalitarismo, son parte de la carga de excesos cometidos por este régimen, que usa el terrorismo de Estado, para intimidar. Pero, si agregamos a esto, al caótico desempeño y la siniestra administración en los asuntos del Estado, la mala conducción e ignorancia sobre los principios fundamentales de la economía, el imperdonable descuido en los asuntos precautelares de protección, seguridad y prevención a favor de la población venezolana.
Por Víctor Vielma Molina
En fin, todas estas irregularidades, colocan en estado de indefensión los intereses del ciudadano, hasta llegar a destruir, de manera atroz, a la familia venezolana. Esta situación, está degenerando en una crisis social sin precedentes. Este ingente y demencial escándalo, no tiene parangón en los anales de la historia política de la nación. Aquí no se necesita lentes de aumento ni lupa para verlo. Y como todo régimen totalitario, este gobierno se ilegitima y se condena al fracaso, por propia voluntad. Se ilegitima, al violar de palabra y de hecho, al espíritu de convivencia consagrado en la Constitución Nacional. Pues, para mantenerse, disimula delitos, usa el traje de apariencia que porta la demagogia y lo más capcioso de la propaganda política. Este gobierno, que se hace llamar revolucionario, no tiene como superar los problemas económicos. Perdió la confianza y el prestigio. Pocos o ningún país, auxilia a un gobierno que se retrata ajeno a la realidad sin reconocer la crisis que genera.
Los viajes y llamadas de emergencia no funcionan. No hay medicina porque el gobierno no paga las ingentes sumas que debe a los laboratorios nacionales e internacionales; no hay producción de alimentos porque el gobierno expropió, invadió y llevó al fracaso a las empresas e industrias productivas. Irónicamente, en este país petrolero, las divisas escasean y no llegan a los pocos empresarios que han tenido la valentía de resistir a la crisis político-económica y a la agresión e ineptitud gubernamental. Por ello, las sedes de las instituciones públicas y privadas lucen sin mantenimiento, el transporte se deteriora y detiene, las ambulancias y las patrullas nunca llegan, porque no hay dinero ni repuestos para arreglarlas. La escasez, el hambre, la mendicidad y la delincuencia campean a lo largo y ancho del país. Estos antecedentes impactan a la cadena de todo el sector económico de producción. Esto, como ya se ve y se siente, condena al país a la inflación, la escasez, la mendicidad, el hambre y la pobreza.
Por esto y más, la gente, coloca la esperanza en el diálogo. El diálogo no ha de confundirse con un soliloquio ni con un monólogo. Como monopolio de la razón, es un asunto de dos o más razonadores. El diálogo se internacionalizó y esto es bueno. La mirada del mundo y de sus instituciones está sobre Venezuela. El Vaticano no va a ser una simple figura decorativa y retórica, es un moderador de excepción. El gobierno, para ganar tiempo y evadir la derrota, después de negar la salida electoral, tal como lo era el Referéndum Revocatorio, recurrió al diálogo porque no le quedó de otra. La MUD, con todos sus partidos políticos, tiene sus sentidos en el diálogo y no deja de abrirlos ante el clamor de la gente en la calle. El gobierno, aunque lo esconda detrás de su hipócrita discurso de paz, está en la obligación de deponer el llamado de guerra, que inició en 1999. La guerra no ha empezado, porque la oposición no ha atendido a ese fatídico llamado. Por ello, quienes dialogan, saben que la nación es y será primero.
El país espera respuestas, salidas, soluciones, entendimiento y capacidad racional para superar escollos y salir de la crisis. Pues, con el diálogo, han de llegar las libertades político-económicas, la liberación de los presos políticos, elecciones transparentes y el cese de la represión.
Víctor Vielma Molina/Educador/[email protected]