El lenguaje, por Oswaldo Paez Pumar

El lenguaje, por Oswaldo Paez Pumar

thumbnail oswaldo paez-pumar¿Cómo reconoce usted a un inglés, francés o venezolano? Sin duda el modo mas accesible y fácil es cuando habla. Aun los que se expresan en el mismo idioma pueden ser distinguidos. Así, un uruguayo de un cubano, o también a niveles mas afines, un maracucho de un oriental. En otros niveles también es posible hacer la distinción. Un maracucho culto y un oriental culto, como lo fueron Udón Pérez y Andrés Eloy Blanco, comparten un lenguaje mas afín que el que uno u otro compartirían con pescadores de cada una de sus respectivas regiones.

El lenguaje por lo tanto define al usuario y lo que es más importante, quién define el lenguaje se impone al usuario. Esto forma parte importantísima de la política. Toda la palabrería del marxismo (lucha de clases, explotación del hombre por el hombre, etc) formó parte de un momento político de alta influencia del marxismo a nivel mundial, porque dominaban el lenguaje. Los actores políticos conforme a esa terminología eran revolucionarios o reaccionarios, de izquierda o de derecha y así un sin número de otras categorías que responden a la visión maniquea que informa al marxismo y en la cual colaboraron amplios sectores intelectuales, como lo siguen haciendo hoy en otras circunstancias, entre las que se encuentra la nuestra con la irrupción del tc Chávez.

Tenemos cuatro años hablando el lenguaje de Chávez. Los cuarenta años del “puntofijismo corrupto” lenguaje impuesto por Chávez al colectivo lleva constantemente a los voceros de la oposición a afirmar que la salida de Chávez es sin vuelta al pasado. La historia no se devuelve. Eso sí, no camina derecho sino en vaivén y por lo tanto sentirse obligado a aclarar permanentemente que no nos proponemos recorrer un camino intransitable (la vuelta al pasado) es aceptar que Chávez defina el lenguaje y que nos lo imponga, que es igual que aceptar que él se nos imponga.





Lo mismo ocurre en el momento presente. Aceptar que hay oposición democrática y otra que no lo es, es aceptar el lenguaje que el gobierno se propone utilizar como recurso político y por lo tanto dejarse dominar. Más grave todavía, es aceptar el falso mensaje que supone admitir que el gobierno es dual en lugar de uno. La circunstancia de que haya partidarios del gobierno que tengan fe democrática (aceptado “gratia arguendi”), no puede llevar a aceptar que hay posibilidad de una salida que prescinda enteramente del uso de la fuerza como si estuviéramos en presencia de un régimen efectivamente democrático cuyos voceros principales (presidente, vice, ministros, jefes de cuerpos armados y otros funcionarios) aceptan el principio de soberanía popular y de gobierno de la mayoría.

Estimados lectores: Ofrezco disculpas por un doble pecado. Ser repetitivo es uno y citarme a mi mismo es otro. Pero ante lo que ha ocurrido en la mesa de negociación no puedo menos que hacerlo. Reproduzco un artículo escrito en febrero de 2003, hace casi catorce años, por lo que pueda ser de utilidad para otras reuniones o ‘diálogos’.