“Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los apóstoles y les dijo «Yo tenía gran deseo de comer esta pascua con vosotros antes de padecer. Porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que sea la nueva y perfecta Pascua en el Reino de Dios, porque uno de vosotros me traicionará”. Juan 13:21… Así describe la Biblia la última cena de Jesús de Nazaret con sus doce discípulos. Una cena que, al terminar –al levantarse de la mesa, como diríamos en criollo- daría inicio a las persecuciones, calvario y crucifixión de quien fue llamado el hijo de Dios.
Esta mesa, donde tuvo lugar la última cena de Cristo, es quizá de las primeras de la historia que adquiere tanto protagonismo: allí se sentaron los apóstoles. Allí se sentó Judas Iscariote, el traidor; y Pedro, quien negó a su Maestro, no una sino tres veces. Y todos decían amar a Jesús. O por lo menos, eso es lo que nos cuentan las sagradas escrituras sobre este episodio: un episodio muy simbólico, profundo y de gran significado para el cristianismo.
La última cena de Jesús de Nazaret ha sido motivo de inspiración para los artistas a través de los siglos. No hay última cena sin mesa en torno a la cual se distribuyan los apóstoles. Quizá la más famosa de estas representaciones sea la de Leonardo Da Vinci, en cuyo mural la “mesa” ocupa un primer plano y pasa a ser tan importante como el resto de los personajes pintados magistralmente en esa obra. Una mesa con mantel blanco impoluto –más impoluto que las intenciones de algunos de sus comensales- sobre la que Da Vinci pintó hogazas de pan y copas de vino.
También me viene a la mente otra mesa mítica y legendaria: la de Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda, la que dio origen – gracias a que todos se sentaban en la misma mesa- a una orden de caballeros que se encargaba de decidir el destino de Camelot y emprender épicas cruzadas. En ese tablero redondo, presidido por el Rey Arturo, se sentó, por ejemplo, Sir Lancelot quien supuestamente, fue de los más fieles al Rey: su mano derecha, el más solidario y el que le siguió la corriente en la búsqueda del Santo Grial…el que también tuvo un tórrido romance con Ginebra, la esposa de su pana, el Rey…
Estas son sólo las más famosas mesas que me vienen en este instante a la mente. Indiscutiblemente, debe haber otras, más mundanas que divinas; pero, con igual importancia que las dos con las que abro este artículo. Ya en nuestros tiempos, hemos tenido la ocasión de presenciar mesas más paganas. Preñadas de buenas intenciones; pero, ocupadas por algunos Judas Iscariote, Pedros o Lancelot, con o sin justificadas razones, para actuar de esa manera.
En los últimos días, hemos sido testigos de cómo el Vaticano, a modo de maestro que reprende a los camorreros del salón, sentó en una misma mesa a dos bandos opuestos para que limaran asperezas, apartaran sus ambiciones y antepusieran las necesidades de una nación completa que clama por soluciones. Muchos aplaudieron el momento, tan cargado de simbolismo como la Última Cena de Jesús o la Mesa Redonda de Arturo… Pero, no tomaron en cuenta que esta mesa, la de diálogo que impuso el Vatinicano y Zapatero, estaba infectada de termitas: esos bichitos que no se ven a simple vista; mas sin embargo, corroen y se devoran las entrañas de la madera.
Esta mesa de diálogo, de la Mesa de la Unidad y el régimen, la he interpretado de distintas maneras. Sin que falten los calificativos: mesa de ilusos, mesa sainete, mesa de reparticiones, mesa de la neodictadura de partidos, mesa de quienes creen sentirse los dueños absolutos de nuestro destino, mesa de quienes creen que los venezolanos somos ganado y Venezuela la gran hacienda que se reparten en parcelas. Recuerdo que cuando se anunciaban estas conversaciones de la Mesa de la Unidad y el desgobierno, no me hice mayores expectativas. A los pocos –o muchos- que me atreví a comentárselo, me tildaron de pesimista. Lo primero que alerté es que estas conversaciones no darían luz verde al revocatorio. Incluso, me atreví a cuestionar a los voceros de la MUD, a quienes desconocemos bajo qué criterios fueron seleccionados como representantes de una de las oposiciones. Esta mesa de diálogo, a mi juicio, oxigenó a un Maduro que –antes de sentarse a negociar- estaba perdido. Y no me cansaré de repetirlo. El régimen obtuvo lo que quería: afianzarse en el poder, prohibir las protestas en su contra y negar las posibilidades de que, amparados por la Constitución, salgamos de él.
Atrapado en el tráfico, enciendo la radio. De pronto, un ritmo contagioso llama mí atención: “mesa, mesa más aplauda; mesa que más aplauda le mando, le mando, le mando a la niña…za za za cha cu za, cha cu za. Za za za ch acu za, cha cu za…”. Llego a mi casa, aun tarareando el “za za za cha cu za”, voy directo a la computadora y la busco en Youtube (https://youtu.be/WTzHir-jmes). Al ver el video, y escucharla de nuevo, suelto la carcajada. No pude evitar pensar que la mesa de diálogo era como está canción: una rochela, que estará sonando por un tiempo y que pondrá a bailar a más de uno…Luego, irremediablemente, caerá en el olvido, sin que nada haya cambiado.
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