La condena en una corte de Nueva York los dos sobrinos de la pareja presidencial pone al gobierno de Venezuela en una situación extremadamente comprometida ante la opinión pública mundial. Los delitos por los cuales fueron juzgados no son cualquier cosa sino de marca mayor como lo es el narcotráfico, uno de los grandes flagelos que afectan a la humanidad y que hacen muchísimo daño a la sociedad en general y, en especial, a la juventud.
Que desde las más altas esferas del poder se haya comprometido irresponsablemente el prestigio de Venezuela causa en el ciudadano común no solo dolor e indignación, sino estupor porque aquellos que fueron elegidos para cuidar y enrumbar nuestro país no han sabido hacerlo con la probidad y la dedicación que la ley les exige.
Que estos jóvenes se hayan podido aprovechar de su parentesco para, ante las propias narices de las máximas autoridades, usar con fines delictivos las instalaciones oficiales, los aeropuertos y los documentos diplomáticos, dice mucho de la debacle moral que envuelve al oficialismo y del insólito cinismo de sus más altos representantes. Un cinismo intolerable porque corre paralelo a las privaciones a las que se somete al resto del país y, de forma infame, a los sectores sociales más desprotegidos.
Que se les cierren las aduanas, los puertos y los aeropuertos a las ayudas humanitarias internacionales consistentes en medicinas y alimentos para niños y ancianos nos parece un acto repugnante y espantoso, aparte de mostrar la creciente deshumanización del proyecto bolivariano. Pero más espantoso aún es que esos puertos y aeropuertos sean usados por los familiares de los círculos más cercanos al poder para sacar provecho de una de las actividades criminales más dañinas del planeta.
Basta con recordar que el narcotráfico constituye hoy en día una de las más extendidas formas del crimen trasnacional, que abarca todo una intrincada red de delitos y delincuentes cuyas dimensiones resulta difícil cuantificar debido a que componen una economía subterránea en permanente crecimiento. Alrededor del narcotráfico no crecen sino todas las formas abusivas y despreciables del crimen. Esto desde luego llena de dolor y vergüenza a los venezolanos honestos y sencillos que quieren a su país por encima de cualquier dificultad, pero ahora va a ser difícil impedir que se nos vea como un país de narcotraficantes.
Hay que recordar el hecho fundamental que significa el veredicto de un jurado multiétnico, de mujeres y hombres de distintas edades y oficios y de religiones e ideas políticas diferentes. Este veredicto, luego de dos semanas de juicio público, fue unánime y esto es lo más grave porque bastaba con que alguno de los integrantes del jurado hubiese tenido “una duda razonable” sobre la culpabilidad de los dos sobrinos para que no hubiera veredicto.
Ahora falta esperar la respuesta de la pareja presidencial como bien lo han pedido los voceros de la oposición, pues, y ello es fundamental, lo que está en juego no es la inocencia o culpabilidad de estos dos sobrinos, sino el grado de complicidad de quienes ampararon desde el poder sus andanzas con el narcotráficos. Y esto incluye a todos, civiles y militares