La condena unánime contra los narcosobrinos en el juicio de Nueva York no solo fue contra ellos dos, sino contra el régimen venezolano.
Durante las audiencias, reseñadas magistralmente por la periodista Maibort Petit, quedó claro que los narcosobrinos tenían el apoyo incondicional del Estado: pasaportes diplomáticos, acceso a la rampa cuatro, aviones a granel, pilotos de la Fuerza Aérea, y recursos inagotables para sus actividades. Y para colmo, el dinero producto de sus delitos era para financiar las campañas de su tía Cilia.
El juicio a los narcosobrinos es una prueba más de que la Venezuela de Maduro es un narco Estado. Ya antes habían salido a flote las confesiones de Walid Makled, luego la información suministrada por el ex gobernador Rafael Isea sobre Tarek El Aissami, y después las crudas revelaciones de Emili Blasco en su libro, Bumerán Chávez.
El ingrediente del narcotráfico impacta, sin lugar a dudas, a la mesa de diálogo. Preguntamos a la MUD: ¿Se puede creer en la palabra de narcotraficantes? ¿Van a seguir dialogando con quienes envían toneladas de cocaína a los Estados Unidos? Y al enviado del Papa le preguntamos: ¿Es moralmente correcto mediar entre un gobierno de narcotraficantes y una sociedad oprimida? A Samper no hay nada que preguntarle, porque él mismo está vinculado al narcotráfico.
La sociedad venezolana debe manifestar con fuerza su rechazo al diálogo. Se trata de una farsa, orquestada por tres dirigentes colaboracionistas, en contra de la opinión de la mayoría de los partidos pertenecientes a la MUD, y en contra de la opinión del pueblo venezolano. Un pueblo que exige la salida inmediata de Maduro y no un acuerdo de convivencia con el régimen.
Y finalmente, le preguntamos a las Fuerzas Armadas: ¿Hasta cuándo van a seguir apoyando a un gobierno de narcotraficantes? ¿Hasta cuándo van a seguir órdenes de un Comandante en Jefe extranjero? ¿Hasta cuándo le van a dar la espalda al pueblo venezolano, que clama por comida, medicinas, justicia y libertad?
@LuisSemprumH