Morirse en Lara es un espectáculo indigno. En cuanto un cuerpo traspasa el umbral de la morgue del Antonio María Pineda inicia una odisea casi imposible de narrar, reseña La Prensa.
Frente a la mirada impotente de los trabajadores la descomposición se acelera. Las neveras o enfriadores que deberían preservar el cadáver para evitar su corrupción marchan a media maquina. Aunado a eso, los morgueros deben lidiar con la ausencia de guantes e insumos básicos de limpieza dentro del servicio.
“Lo que ven es lo que hay”, dice con resignación un trabajador, mientras señala el portón negro de la sala patológica. “Lo que más preocupa es la falta de guantes para preparar un cuerpo. Los familiares a veces se enojan y dicen que nosotros retrasamos todo y que somos unos sinvergüenzas pero la verdad es que aquí se trabaja con las uñas”, dice la fuente.
Las condiciones del servicio son tan críticas que los morgueros han recurrido a los familiares para conseguir insumos elementales como sutura o agujas para poder trabajar los cuerpos. “Hay una realidad que no se puede ocultar. Cada vez es más cuesta arriba para nosotros realizar un buen trabajo. Las condiciones no están dadas para preparar un cuerpo”, admite uno de los morgueros, quien además confiesa que “en más de una ocasión se ha entregado un cuerpo mal preparado por culpa de la crisis”.