A nadie sorprende la muerte del dictador Fidel Castro quien desde hace diez años había entregado el poder a su hermano Raúl en medio de muchos rumores. Su muerte es sin embargo noticia. El dictador cubano, el más cruel y sanguinario de la historia de América Latina, estuvo al frente de la “revolución” por 50 años y Cuba, después de haber sido una potencia regional, perdió su riqueza, las libertades y los derechos de todos, menos de los gobernantes y los seguidores interesados que siempre hubo y sigue habiendo.
Sólo de los “avances” en los sectores educativo y de salud se jactan los revolucionarios. Es probable que haya habido algunos. Se masificaron, es verdad, pero la calidad nunca llego a los entandares del mundo. En educación hubo más, pero controlada, dirigida y mediocre. En salud, muchos enfermeros llamados médicos que fueron utilizados por el régimen de los castro para invadir otros países, como es el caso de Venezuela adonde llegaron, algunos se quedaron, la mayoría por miedo a las represiones a ellos y a sus familias en Cuba; muchos otros desertaron y encontraron la libertad y la vida.
Si hubo algún avance, este no fue para todos. Siempre prevaleció la relación con el régimen. En resumen, fueron avances basados en la discriminación política, propia de los regímenes totalitarios y déspotas como el de los castro.
Los revolucionarios marcan sus pasos con cuidado. El primero de ellos, como lo han pretendido y lo están haciendo en Venezuela, fue arruinar al pueblo, para luego “complacerlo” con dadivas que estarían a cargo del estado o del gobierno que lo representa en todos sus aspectos.
El costo de esos avances ha sido la sumisión del pueblo, la creación de un nuevo cubano que acepta la tiranía y se rinde ante las dificultades, viviendo siempre de las esperanzas y los anuncios que ese grupo de irresponsables que conforman el partido Comunista cubano ofrecieron por décadas.
Los derechos humanos fueron y siguen siendo pisoteados, antes con Fidel y ahora con Raúl. No hay libertad de pensamiento, de ideología, nadie puede pensar distinto al régimen, nadie puede oponerse. El que lo haga y lo sabemos corre el riesgo de ir a la cárcel sin proceso judicial, sólo por apreciaciones políticas, tal como ocurre en la Venezuela del siglo XXI, hecha en La Habana y ejecutada por los cubanos que con beneplácito y privilegios llegan al país para “ayudarnos” a resolver nuestros problemas pero que en realidad lo que hacen y han hecho es tomar las decisiones que nosotros deberíamos tomar.
Los derechos políticos no existen, nadie puede votar, tampoco agruparse para llevar adelante un proyecto político distinto al que han presentado estas décadas los hermanos castro.
Hoy vemos en la isla una marcha fúnebre, silenciosa, desde La Habana hasta Santiago en donde sepultarán por fin al tirano. Miles de cubanos se acercan y lloran ante las cenizas de Castro. No son sin duda las expresiones de duelo más sinceras, pues los cubanos saben perfectamente en donde están desde hace 50 años y que la muerte del dictador puede abrir un espacio de desarrollo y crecimiento en libertad, aunque digan ante las cámaras que lloran al padre la patria, quien les dio todo para ser felices. Mentiras, farsa, pero como siempre bien montadas.
Si todo eso fuera verdad, la dominación de los castro no sería la causa de la desgracia cubana, sino la consecuencia de ello. La causa sería la ignorancia y las debilidades de un pueblo dócil.
Es claro que el gran esfuerzo de los castro fue siempre hacer un hombre nuevo como lo han pretendido los golpistas militares que todavía tienen el poder en Venezuela. Pero esos hombres nuevos como en la Alemania de Hitler o en las repúblicas Socialistas soviéticas dejan de serlo tan pronto como se percatan de los beneficios de la libertad y de la independencia. Revolucionarios hoy, demócratas mañana.
Los cubanos han tenido miedo estas décadas, miedo a vivir, a expresarse, a ser lo que realmente son. Hoy se debaten entre el seguir siendo, pese a la persecución y las amenazas; y el despertar de un pueblo que pronto alcanzará su libertad.
La muerte de Fidel abre un espacio para el cambio, pero más importante que ello es el cambio que se ha producido en los Estados Unidos con el triunfo de Donald Trump quien ya ha anunciado que o cambian adentro, en Cuba, o se acaba el Acuerdo suscrito por Obama, aunque éste haya tenido la mejor de las intenciones cuando decidió negociar con los castro y reabrir una nueva era en las relaciones bilaterales, para superar el embargo que durante décadas se basó en las Leyes Helms y Torricelli.
Para Venezuela la muerte de Fidel no significará mucho, aunque Maduro seguramente estará invadido hoy de cierto nerviosismo, por cuanto Raúl no es precisamente su mejor aliado. Si el dictador de turno entiende que debe haber una apertura y en definitiva ajustarse al plan de la nueva administración estadounidense para sobrevivir, las cosas serán más complicadas para Maduro y con él los mediocres Evo y Correa quienes están ya al final de sus respectivos mandatos presidenciales.
Robert Carmona