El Evangelio de éste segundo domingo de Adviento nos habla “del hoy y del aquí” que se nos viene encima ante la llegada del Mesías.
Juan, el bautista -el último y el mayor entre todos los profetas que precedieron al Señor- anuncia en su mensaje de invitación a la conversión que, “El Reino de Dios está cerca”. Esta es, por tanto una invitación que tiene decididamente que encontrar una respuesta en nosotros.
Juan el bautista, que para muchos es un personaje un tanto extraño, es indiscutiblemente también la voz profética anunciada por Isaías para gritar en el desierto. Justamente en su inspiración hace el llamado profético de enderezar el camino, dado el advenimiento del reino de Dios. El motivo por el cual su llamada debe ser escuchada y respondida decididamente a preparar el camino radica en que es el mismo Dios quien viene a visitarnos. Y porque Dios es la luz, su venida amerita la conversión para el perdón de los pecados. Ese es el mensaje de Juan.
Es posible que el mensaje del bautista sea escuchado hoy por hoy como si los destinatarios de esa invitación fuesen otros y no nosotros mismos.
Por hacer alguna referencia al “Hoy y al aquí” de ese mensaje evangélico pudiéramos remitirnos a nuestra vida cotidiana, argumentando que hay personas – incluyéndonos nosotros y los nuestros- que no pueden entenderse con “otras personas”, aunque hablen éstas últimas la misma lengua, sean de la misma cultura, del mismo credo y hasta miembros de la misma familia.
Por lo general pudiéramos estar convencidos de que todos o gran parte de los motivos para el mal entendimiento con los demás radican precisamente en “los otros” y no en nosotros y en nuestro comportamiento personal.
En resumen, tendría el cordero que estar convencido de que el mal que impide la vida comunitaria con el lobo tiene su fundamento en el comportamiento depredador de aquel, que desea devorarlo sin compasión alguna y a la mayor brevedad posible. Por el contrario, el lobo estaría indiscutiblemente convencido de la justicia que se haría realidad en el momento de devorar al cordero y saciar, según la ley natural su instinto depredador.
Dado que la visión del Profeta Isaías es diferente al anunciar que “El lobo habitará con el cabrito” se da, en ese contexto el anuncio invitatorio de Juan el Bautista, precursor del Señor, que exige de nosotros una respuesta decisiva.
Y es que también en las comunidades cristianas hay – y no pocos creyentes- que no pueden entenderse entre sí y por tanto tampoco convivir armónicamente con otros de su misma comunidad. Esa experiencia la henos vivido muchos, por no decir todos y cada uno de nosotros. Sobre ese tema discutimos poco o muy esporádicamente pero la realidad está allí y amerita discusión.
El tiempo de Adviento nos invita a la reconciliación, para la cual es necesario no poner como premisa que soy yo quien tengo la razón. La invitación a la reconciliación hace menester el allanamiento del camino, que puede partir de abrirnos a la opinión del otro o de los otros.
Ciertamente no podemos pasar por desapercibido el mensaje claro – y un tanto fuerte- de Juan el bautista, precisamente por tratarse de la inminente venida del Mesías, anunciada también, más de medio milenio atrás por el profeta Isaías.
Para entender mejor el mensaje del evangelio de hoy tenemos, necesariamente que referirnos a nosotros mismos. Y para esto podemos tomar como punto de referencia dos realidades importantísimas que atañían a los fariseos y saduceos que también se acercaron a Juan para ser bautizados:
La primera de estas realidades es que los saduceos y fariseos no eran inmigrantes sino oriundos, con auténtica raíz, nacionalidad e identidad judía. Y la segunda – y no menos importante- es que estos personajes eran miembros de los altos estratos sociales, eruditos bíblicos, con amplios conocimientos, especialmente en el campo del antiguo testamento.
Los escribas se sentían y reconocían a sí mismos como los mejores conocedores de la palabra de Dios y especialmente como la descendencia de su pueblo.
Pudiéramos imaginarnos entonces la posición de respuesta –casi provocativa- del precursor cuando los llama “camada de víboras” y les dice que “Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de éstas piedras”.
No olvidemos que la maldad de los hombres suele hacer mucho ruido; que ésta se anuncia a sí misma y que conduce a los pueblos a la miseria y a la carencia de perspectivas futuras. Pero la maldad nunca alcanzará la grandeza de la bondad.
Es por eso que el grueso de quienes vienen al precursor del Señor está representado por aquellos que lo hacen con el deseo franco de cambiar sus estilos inapropiados de vida y para ello acuden a su bautismo en el Jordán.
Justamente de estos es que Dios hará los nuevos hijos de Abraham. Ese es el punto central de invitación de Juan y de la decisión a una respuesta clara de quienes somos destinatarios del mensaje del evangelio de hoy.
El Adviento nos recuerda al Dios del amor y de la paz que viene a nosotros. El Adviento nos brinda la oportunidad de preparar el camino de su venida.
El Adviento es una maravillosa oportunidad que nos anima a mantener viva la esperanza de la que nos habla el apóstol Pablo en su carta a los romanos.
Especialmente en estos días nos invita la Iglesia de Cristo a mantener viva la esperanza, ya que Dios, en su infinita fidelidad no se olvidó ni se olvidará de su pueblo. Ese mensaje lo hemos descubierto también en el texto del profeta Isaías, que, ante las miserias y ruinas morales que aquejaban a la ciudad Jerusalén anunció la esperanza de que “del tronco de Jesé brotará un renuevo”. Aún del árbol viejo, caído y seco, sobre cuyo tronco se posó el hacha devastadora, nacerán nuevos frutos a razón del contacto de sus raíces con los manantiales de aguas vivas.
Esa paciencia de Dios es la razón de la esperanza viva de sus hijas e hijos que se preparan espiritualmente para su venida. Esa gran visión del Profeta Isaías en la primera lectura debe ser para nosotros tela suficiente para alegrarnos y esperar en el Señor.
Preparémonos para su encuentro. Amén.