Suficientemente advertidos, ya lucen insoportables las quejas de aquellos que devotamente confiaron en la palabra del gobierno para sentarse en la mesa de diálogo, así llamada aunque luzca reñida con los rasgos universales que la institución adquiere en los efectivos procesos de paz. Excepto el gobierno juzgue conveniente darle un poco más de credibilidad para sostenerla, reactivándola con pequeñas o medianas concesiones, lo cierto es que la engañifa le obsequió con tiempo precioso y necesario para liquidar el proceso revocatorio en el presente año, desmotivar y desmovilizar a la ciudadanía, y exponerse ante la comunidad internacional como un referente democrático, pacífico y tolerante.
El vocero principal del régimen, naturalmente el más aventajado, no otro que Maduro Moros, ha desgranado su particular interpretación de la mesa de diálogo, publicitándose como un obstinado propulsor de la paz. Palabras más, palabras menos, la ofreció como una concesión a las fuerzas violentas que lo asediaban, protagonistas de una guerra económica que él, y no otro, impide que cruce las fronteras de un abierto conflicto civil; dijo que respetaría escrupulosamente los acuerdos, imputándole todo incumplimiento a las contrapartes; y, luego, cruzado por la paz, al fin y al cabo, sacando al estadista que lleva por dentro, ha decidido que la mesa se prolongará por tiempo indefinido.
Prolongación que sugiere la estabilización e institucionalización de una instancia de entendimiento mínimo con los partidos que tienen un evidente peso parlamentario, aunque le desinterese al poder establecido cualquier otro que exhiban en términos electorales. En definitiva, ha se sentarse, con la representación privilegiada de todos los sectores, grupos y corrientes que conforman el gobierno, con aquellos que tienen los votos parlamentarios para aprobar cualesquiera iniciativas del Ejecutivo, si de concertar soluciones se trata.
Luego, es lo que colegimos de las intervenciones públicas de Maduro Moros, hurgando sus invectivas y desplantes, apuesta por el reconocimiento de los partidos dispuestos a acatar sus peculiares reglas de juego, dándoles ocasión – dirá – para un ingenioso movimiento de piezas que desafíe la imaginación y el instinto de conservación de quien es el dueño del tablero, no faltaba más. Así como en la Unión Soviética, Polonia o la Alemania Oriental hubo partidos de una muy formal oposición parlamentaria, le recordará algún asesor, en Venezuela pueden cohabitar dos de los tres partidos principales: el que lidera Maduro Moros y, como insiste en denominarlo, el que jefatura Ramos Allup, ambos sintetizadores de una variedad de grupos y corrientes.
El Comandante en Jefe de la Fuerza Armada, insistiendo en el rango legal que ostenta más que en su condición o carácter constitucional, mientras le sea posible, no permitirá que ella se siente con voz propia en una mesa de entendimiento a la que, todo un detalle, corresponsabilizará de los males que nos aquejan. Sin embargo, aceptemos, se trata de una ausencia engañosa, porque es el otro y esencial partido del Estado Cuartel en el que nos encontramos.
@LuisBarraganJ