El bello oficio de cuentacuentos que regala deliciosos momentos a los niños de todas las latitudes, se convierte en hórrido cuando es trasladado al campo de la política con el objeto de engañar a los pueblos y sacar provecho de errores inducidos. La Venezuela de hoy, que de ser el País más rico de Latinoamérica, es comparable desventajosamente con Haití y con los más pobres del mundo, es clara muestra del cuentacuentismo político, del mimetismo ideológico y de la ingenuidad de un pueblo que ve esfumarse sus riquezas por la cañería de las ofertas engañosas y de las promesas incumplibles.
El cuentero y el traidor se funden en una sola persona cuando, ganada la confianza de la víctima, aflora la verdadera intención del victimario; la daga escondida en el doblez del manto que mató a Julio César o la Beretta de NathuraGodse que el 30 de enero de 1948 puso fin a la vida de Gandhi, hacen prueba de ello.
La historia se repite una y otra vez y los medios y métodos siempre son los mismos: prometer sin ánimo de cumplir y culpar a otros por el incumplimiento; justificar lo injustificable por cualquier medio, sin importar su absurdidad y dejar que el tiempo diluya la gravedad de las mentiras y de los daños causados por la falsedad del promitente. Este juego milenario de borrón y cuenta nueva animó a Capriles a plantear la refundación de la MUD, cuando lo que en justicia procede es su incineración en la hoguera de la ira popular; este jugar al olvido hace que Julio Borges aspire a la Presidencia de la Asamblea Nacional, a pesar de ser uno de los políticos más nefastos de la actualidad venezolana y culpable de muchos de nuestros males y, sobre todo, de la permanencia de un régimen evidentemente genocida. Este esconder la basura debajo de la alfombra, hace posible que Juan Carlos Caldera sea el representante de Primero Justicia ante el C.N.E., echando al olvido el video con la «platica» que le regaló Wilmer Ruperti, por intermedio de Luis Peña, para interceder ante el candidato presidencial de entonces: Henrique Capriles Radonsky.
El hecho de que el cuentacuentos más hábil y exitoso de la política venezolana haya sido Hugo Chávez Frías, no exculpa a los dirigentes de la falsa oposición concentrada en la MUD. Estos, simplemente, no fueron dotados por el Creador de las habilidades del comandante eterno y, por
ello, no han sido tan dañinos; más no por ser mediocres quedan perdonados ni merecen una segunda oportunidad. En su gran mayoría, los políticos venezolanos, de uno u otro lado, son partes de la testa de Jano que no por mirar en sentidos contrarios dejan de pertenecer a una sola raíz: la del interés personal y la solución de los problemas propios en desmedro de los legítimos de la colectividad.
Cuando hacemos contacto con los medios de comunicación social y leemos o escuchamos declaraciones como las de Enrique Márquez (UNT), respecto a que la Asamblea Nacional «no es para derrocar a Maduro», sentimos una profunda desazón que cede a la rabia cuando recordamos las promesas que precedieron a las elecciones legislativas de 2015: elección de nuevos rectores del CNE, y de nuevos magistrados del TSJ; promoción de la aplicación de la Carta Democrática Interamericana; determinación de la nacionalidad de quien ejerce la presidencia; revocatorio presidencial y otras de similar importancia, dirigidas a la recuperación de la libertad que, necesariamente, pasa por la cesación constitucional del actual régimen.
Por simple aplicación del aserto bíblico «Por sus obras los conoceréis», tenemos tiempo afirmando que la MUD se inscribe dentro de las grandes estafas de la política venezolana. Lo dicho por el señor Márquez no es más que la corroboración de los que tenemos mucho tiempo sospechando: la MUD y el PSUV son el mismo musiú con diferente cachimbo, la misma gente, apenas diferenciada por el color de sus egoísmos.
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