Maduro no debe tener amigos. Si los tuviera ya le habrían persuadido para que abandonara Miraflores y negociara una salida, si no honrosa, por lo menos pacífica y constitucional.
Pierden penosamente el tiempo quienes piden o esperan una rectificación. No puede rectificar quien cree que lo hace bien o quien no tiene margen para cambiar; solicitarlo es parte de una ingenuidad que bordea el engaño.
Hay dos razones por las cuales el régimen no puede rectificar nada. En primer lugar, porque es presa de una visión ideológica y política que le condujo por 18 años al intento de aplastar toda disidencia; así, ha destruido muchas de las fuerzas políticas adversas, empresas y empresarios, movimiento sindical, gremial y estudiantil, militares, y todo lo que se oponga al control total del poder político, económico, financiero, administrativo, cultural y comunicacional. El régimen prefiere destruir todo lo que se mueva porque detrás de cualquier vibración puede estar un amago de resistencia, oposición o contestación. En la medida en que sus bases sociales se deterioran, el esfuerzo por acallar lo diferente es mayor, lo que explica el recurso a la represión brutal. Maduro se ha convertido en un Duvalier zurdo, con sus Tonton Macoutes y sus zombis.
La segunda razón por la cual Maduro no puede rectificar es que Venezuela entró en un torbellino caótico resultado de 18 años de chavismo, remolino en el cual desaparece la relación entre causas y efectos, se esfuma la previsibilidad, las tendencias históricas no sirven para mucho y lo más probable es que ocurra cualquier cosa (normalmente lo improbable, cuando lo más probable es no saber qué es lo improbable). En este contexto, una medida de impacto general que se adopte (caso del cono rochelero de Merentes) contribuye al caos; y la supuesta rectificación, lo potencia.
Maduro ya no es un destacado contribuyente al caos; ni siquiera simboliza el caos. Maduro es el caos. Sus acciones son turbulencia pura: sus medidas, sus gestos, sus bailes, sus máscaras, sus dichos y su impotencia, son todos vértigos. Si hace algo pone la torta y si hace lo contrario, también.
No hay más opción que su remoción. Todo lo que se hace dentro del orden madurista (el caos masivo) para enmendarlo, no sólo es inútil sino que lo potencia. En este atolondramiento entra el sector de la oposición que pretende imponer un orden compartido con el régimen, sin advertir que sus pasos –como el del diálogo- también contribuyen al vértigo.
Manejar el caos es imposible, pero entenderlo hace posible navegarlo. Es el desafío para lograr la salida.