En la televisión resuena un discurso de Nicolás Maduro. Habla de conspiración internacional, del enemigo que quiere acabar con la revolución bolivariana y de “mafias monetarias”, una cantinela que recuerda al fallecido expresidente cubano Fidel Castro, obsesionado en culpar a otros de los descalabros provocados por sus propias decisiones.
Las diferencias de estilo entre ambos líderes resultan incontables, pero algo más determinante los separa: el tiempo. Han transcurrido décadas entre que Castro desplegara su interminable oratoria sobre Cuba y que Venezuela estuviera gobernada por el errático Maduro.
En ese tiempo, los latinoamericanos nos hemos vuelto suspicaces con los discursos populistas y aprendido a detectar las costuras de los redentores, bajo cuyo ropaje se esconden los autoritarios. Los discursos políticos no funcionan igual que antes. Como esos manidos versos que comparaban los ojos con las estrellas o la boca con una rosa, y que ahora solo provocan burla.
En estos tiempos que corren, cuando desde la tribuna se invoca demasiado la patria, se agita el espectro de la injerencia extranjera y no se ofrecen resultados, es momento de ponerse en alerta. Si los líderes nos llaman a derramar hasta la última gota de nuestra sangre, mientras ellos se rodean de guardaespaldas o se esconden en algún “punto cero”, hay que dejarles de creer.
Una dosis de escepticismo inmuniza contra esas perniciosas arengas en que se explica que los problemas del país tienen su origen fuera de las fronteras nacionales. Sospechosamente, el denunciante nunca reconoce responsabilidad alguna en el desastre y culpa del fracaso a supuestas componendas y guerras mediáticas.
Maduro se formó en la escuela de la política como crispación permanente, cuya cátedra principal se ubica en La Habana. Para colmo, el líder venezolano ha sido un estudiante mediocre, que interpretó el guion original con mucho aspaviento, poco carisma y una gran dosis de disparate. Su principal desacierto ha sido no darse cuenta de que el manual diseñado por Fidel Castro ya no funciona.
El líder venezolano llegó tarde para aprovecharse de esa candidez que por décadas hizo que muchos pueblos de este continente encumbraran dictadores. Sus discursos resuenan a pasado y, como los malos poemas, no conmueven el alma ni ganan afectos.
Tomado de 14ymedio