Las minas de Sierra Imataca, por José Luis Centeno S

Las minas de Sierra Imataca, por José Luis Centeno S

 

Rumbo a las minas, lo que se observa por la ventanilla del avión al arribar al Aeropuerto Internacional “Carlos Manuel Piar” de Puerto Ordaz, estado Bolívar, contrasta con lo visto de Upata en adelante, desde donde nos dirigimos a El Palmar, capital del Municipio Padre Chien, territorio ganadero, maderero y de pujante agricultura, tomado por asalto por la pequeña minería, que domina actualmente su estructura económica.

Nuestro destino, los campamentos mineros de Sierra Imataca, hábitat del Águila Arpía, en peligro de extinción, una reserva forestal escindida del resto del estado Delta Amacuro por el soberbio Orinoco. Allí llegamos el 21 de diciembre, en un recorrido que haremos hasta finales del mes de enero de 2017 por recónditas minas, en inhóspitas zonas fronterizas con Guyana, derroteros de esperanza, delincuencia, violencia y frustración, que reflejan una doble perspectiva acentuada por el “Arco minero rojo maldito”, así llamado en la zona, la mega minería vendida como portadora de prosperidad y bienestar, incompatible con la miseria, dolor y penas que vemos a nuestro paso.

Sierra Imataca está pasando Río Grande, afluente que surte de agua al pueblo del mismo nombre, “donde lo mejor que pudo pasar fue que se cayera el tanque de agua, para que no siguieran bebiendo agua envenenada”, por el mercurio usado en la actividad minera desplegada en sus riberas, afectando además indígenas que viven en sus orillas por Guanamo y Puerto Arturo. Hasta comienzos de este siglo, la compañía Codeforza se dedicó a “sacar madera” en su margen oriental, en terrenos ocupados hoy día por numerosos parceleros. Río abajo existen vestigios de una vía por donde se llegaba a Los Castillos de Guayana y San Félix; por allí, sorprenden las cascadas de Río Lindo y asombra la Quebrada de los Tembladores, anguilas que fritas son exquisitas.

Seguimos caminos construidos por Somagua, beneficiaria de concesiones de explotación maderera desarrolladas a lo largo y ancho de Sierra Imataca, desforestación voraz robustecida por la minería ilegal. Elías y el Negro Carlos, operadores de Somagua, domesticaron un Águila Arpía, “Pancho”, facilitando importantes estudios sobre esas regias aves. En rústico llegamos hasta La Rola, “ahí comienzan las picas pa´ las minas”, nos había dicho nuestro guía, Filemón, que consiguió “moto taxis para seguir por la selva”, que imponente se presentaba con la montaña poniéndose oscura.

Campamentos mineros: trabajo duro, alegría y desencanto

Caía la noche de aquel 21 de diciembre, cuando después de pasar por “El Autobús”, llegamos a “La Beta”, donde “campamentos mineros” de precarias estructuras de madera y plástico negro, de 5 o 6 personas, suman más de 200 mineros, que extraen oro de una formación rocosa, cavando “barrancos” y “túneles” para sacar “la piedra” que continuamente muelen hasta que aparecen las diminutas partículas del preciado metal, “repartidas equitativamente en gramos y puntos (onzas) entre el dueño del molino, los mineros y la cocinera, a veces alcanza para darle una manito de mono a los que ayudan”, explica Eusebio, llegado de El Samán de Apure. “Cada uno vende el oro al mejor postor, en una cadena que incluye vacunas a policías y militares” -concluyó el apureño-.

Los “barrancos” y “túneles”, profundas excavaciones, suelen derrumbarse tapiando a muchas personas, allí quedan, sitios de trabajo clausurados, “cuando mucho uno se toma un trago de ron en homenaje a los muertos”, refirió el larense Martín; “también ocurre que al hacer excavaciones se han encontrado huesos humanos, porque por aquí el monte crece rápido y la gente va y viene sin parar”, explicó Octavio, con más de 5 años en la zona sin regresar a Cumanacoa, estado Sucre, de donde vino.

En el recodo de una pendiente de vegetación inexpugnable, con árboles gigantes que compiten con las aves por llegar al cielo, está “Puente Roto”, traspasando tupidas montañas se encuentran “Los Arenales”, “El Águila” y “El Limón”. Campamentos donde se hacen “cortes”, lotes de terreno segados de la capa vegetal, y con agua a presión, lo que se denomina “pistolear”, se remueven grandes cantidades de tierra, “succionada con una manguera, la maraca, que la manda al tame, que es un cajón rectangular de madera inclinado, con cobijas o alfombras en el fondo, donde se queda el oro cuando lavan esa tierra, esas cobijas son sacudidas en una tanquilla, allí se resume, es decir, se extrae el oro”, describió Javier, natural de Guanarito, estado Portuguesa.

“Cuando la mina está botando oro y se forman las bullas, es decir, cuando viene mucha gente, todos se cuidan, porque hay muertos, dicen que la mina reclama vidas por lo que le quitan”, comentó Valeria, docente desempleada oriunda del estado Cojedes. “Las expectativas del minero siempre superan el resultado de su trabajo, más en esta época, que con lo del billete de 100 el valor del oro se vino al suelo y obligó a muchos a seguir trabajando en navidad y año nuevo, cuando todos salimos de la mina”, recalcó la educadora. La deforestación, inseparable de toda minería, es tan nociva para el ser humano como el uso de sustancias químicas como el mercurio, conocido como “azogue” entre los mineros, de uso entendido hasta entre los que sacan oro con batea.

Pandemónium

La buenaventura del minero es rebasada por tragedias y la muerte, recién por la pérdida del valor del signo monetario, sobre todo por enfermedades recurrentes: dengue, hepatitis, difteria y el paludismo que está diezmando a mineros y pobladores de la zona; “desde Río Grande esto está cundió de paludismo, hasta el médico de ese pueblo, Juan, tiene paludismo. Sanidad es raro que venga por aquí y cuando uno va a buscar el tratamiento le dicen que no hay, pero lo venden al frente”, expresó Orlando, un obrero de Socopó, estado Barinas. Sería ínfimo el porcentaje de personas sanas en campamentos y poblados aledaños, desde donde el paludismo se extiende en un radio que ha traspasado las fronteras de la región guayanesa y del estado Delta Amacuro.

Decenas de cientos de personas “acuden a Sanidad a practicarse la Prueba de Paludismo, a todos se les saca la gota, se le da la lámina y en su gran mayoría dan positivo”, informó la Lic. Kenya Silva, Bionalista adscrita al MSAS en Upata. A Ysabel, una cocinera de Puente Roto, le diagnosticaron a la vez “vivax y falsiparum”, sólo recibió medicina para el último. En plena pica, de camino a Los Arenales, vimos como traían muerto en una hamaca a un ciudadano colombiano, de Manizales. En los campamentos es algo común ver a hombres, mujeres y niños “titiritando de fiebre, envueltos en sus cobijas”.

A falta de medicamentos, “toman pasote con ron, sábila con ajo y ron, ajo y limón, onoto, gotas de creolina”, dijo Antonia, una cocinera venida de Acarigua. Chicho Facundo, quien en los últimos 7 años no ha dejado de tener paludismo, dice combatirlo con Cacique negro; una mujer apodada “La Cochina”, aseguró: “lo mejor para eso es mascar raíz de onoto”. Un hombre conocido como “El Danto” es famoso por sus brebajes de mazá, para muchos un “remedio efectivo” contra la malaria.

Viernes 23 de diciembre, son las 5 de una fría y lluviosa mañana en El Palmar, más de 60 personas hacen cola para realizarse la “Prueba de Paludismo”, antes de las 8:00 a.m., 9 se desmayan y otros tantos vomitan, a las 8:30 a.m. un funcionario informa: “sólo le haremos la prueba a 10, hoy tenemos el compartir de navidad”, de nada valieron reclamos y lamentos; “eso se ve a diario, hoy había poca gente por lo que es navidad, en días normales le hacen la prueba a los que se bajan de la mula”, indicó una enfermera que prefirió el anonimato. “Es que ellos vienen aquí cuando se están muriendo y después quieren que uno los atienda rápido”, aseguró un médico consultado al respecto, quien no dio su nombre.

Navidad que vuelve… sin oro

En las minas se consigue de todo, un aceite cuesta 11 mil bolívares; un refresco de medio litro, 5 mil; un kilo de carne, 8 mil; “lo que más come la gente es catalina con fresco”, nos confió una bodeguera conocida como “La Princesa”. Abunda la cacería, durante nuestra visita al lugar probamos báquiro (jabalí), lapa, cachicamo y venado; igualmente, con frecuencia se come danto (tapir), paují, pavas, morrocoy y chácharo (cochino de monte).

Es 24 de diciembre, desde temprano arden los fogones, entre música y algarabía los mineros tienden sus mesas para compartir lo que les da la naturaleza y la desidia gubernamental: víveres brasileños, con los que se acompañan las piezas de cacería, asadas, como asadas tienen las entrañas muchos de los comensales por las altas temperaturas de las fiebres palúdicas, los remedios caseros y las pocas medicinas se hacen a un lado para celebrar y alegrarse con el licor que se consiga, sin importar cuanto cueste, al fin, todo se paga en oro, y el oro tarde o temprano se consigue. Así esperan el advenimiento del Niño Jesús, con el alma herida por no estar con sus familiares y amigos.

@jolcesal

 

 

 

 

 

 

 

 

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