Se acaba otro año de pesadillas, tal vez uno de los más intensos de este nefasto sainete tragicómico que ha tomado por asalto las instituciones públicas los últimos casi 20 años. Hacer un balance de lo sucedido es un tema desgastado, y desmenuzado por quienes el análisis forense se ha convertido en una obsesión compulsiva.
Pensar en el 2017 ofrece retos interesantes. Validar hasta cuándo la apatía de quienes todavía no comprenden el destino de nuestro inefable movimiento inercial puede mantener a una camada de pillos haciendo lo que mejor les parezca, aún cuando al hacerlo nos arrastren al borde del precipicio de una miseria que ya podemos sentir en todos los rincones el país.
Descifrar los códigos secretos de una clase política que no ha comprendido que los votos obtenidos por sus parciales nunca han construido capital político alguno más allá de servir de depositarios del rechazo cada vez más creciente al oprobioso régimen. Estos mismos protagonistas de tantas decepciones colectivas, que han alimentado tantas esperanzas fútiles, ahora pretenden convertirse en las víctimas de una opinión pública implacable que les restriega las consecuencias de la prepotencia y la arrogancia con la que asumieron la tarea de representar a más del 80% de un país sin ver más allá de sus ombligos, convencidos unos de sus dotes persuasivos, y otros ya en venta al mejor postor, esperando las mieles de una zona de confort financiada por la cleptocracia, donde el espacio de la oposición siempre resultaba más cómodo que la incertidumbre de gobernar en medio de una crisis estructural para la cual nunca prepararon un proyecto de país alternativo.
Quienes lo han preparado y no han recibido la oportunidad de permitir que sea potable a la población, están listos para emerger en el 2017, rescatando la energía positiva del cambio anhelado por millones, y con la convicción de que solamente elevando el costo político al inefable parapeto gobernante sería posible descifrar una salida real a este túnel aparentemente infinito. Son ellos los encargados de devolverle al pueblo noble venezolano las esperanzas en algo que no será fácil ni rápido, pero que será trabajado a la luz de la calle y no en las tinieblas de los encierros en dudosas sesiones de cogollos partidistas.
Y es que es la calle el escenario donde se visibiliza el malestar colectivo. Y no es una invitación a la anarquía. Por el contrario, es un reto a la organización, al ejercicio del civismo en procura del rescate de los derechos perdidos, a la formulación de reclamos fundamentados en la precariedad de una deplorable calidad de vida que nos convirtió de ciudadanos en supervivientes de un país rico en recursos y sumido en la pobreza absoluta.
Y el 2017, es el momento de enfocarnos en un cambio de sistema y no en el arreglo cosmético de elecciones fragmentadas que no solucionan el problema de fondo y contribuyen a la reiterada felonía de quienes nombran “protectores” que subyugan la voluntad popular dejando de lado la expresión popular del voto por un cambio real para distraer sus estrepitosas derrotas. Y esto obliga a los partidos políticos a convencerse de que solo en las democracias establecidas tienen cabida para ejercer el rol de “oposición”. En los períodos en los cuales el pensamiento único y totalitario construye oligarquías autoritarias es la figura de la “resistencia” la que resulta como antagónica y necesaria. Tal vez nos percatemos de que la clase política le ha creado una “oposición” al autoritarismo, barnizando de una democracia inexistente a quienes desde el exterior perciben una posibilidad al disenso sin que esto suceda.
A los militares venezolanos, herederos naturales de los gloriosos próceres, que deben estar revolcándose en sus sepulcros, si pudieran validar como tanta sangre derramada en procura de la ansiada independencia hoy se diluye en el patético tutelaje del gobierno insular de un territorio encadenado a la nefasta dictadura de más de medio siglo de un comunismo que no tiene espacio en ningún rincón del mundo del siglo XXI, les viene una tarea difícil. Reconocerse entre ustedes y apartar a quienes sucumbieron a las mieles de la corrupción desmedida, al poder putrefacto que proviene de la adulación a la perversión de un modelo que empobreció a su pueblo y lo ha venido sometiendo a todas las vejaciones e insultos de quienes, día tras día, amanecen a las puertas de un establecimiento para ver qué pueden llevar a sus hogares para paliar el hambre y la necesidad.
¿Será el 2017 el primero de un cambio real en Venezuela? No lo creo. Están demasiadas arraigadas las redes delictivas que operan en lo público y trascienden a lo privado para ser desmontadas en un año. Esta gente no se pasea por el dilema histórico de gobierno-oposición. Ellos saben, que la opción al ejercicio del poder es enfrentar a la justicia local e internacional, y eso no le agrada a ninguno de ellos, por lo que se aferrarán con todo lo que puedan y seguirán tratando de comprar o eliminar a quien se les atraviese.
Lo que sí espero es que el 2017 sea el primero del despertar de un país unido, más allá de etiquetas de mercadeo político inefectivas y fatuas de una unidad inexistente. Debe ser la visión compartida de una Venezuela diferente la que mueva a estudiantes, amas de casa, obreros, profesionales, y por qué no, militares, a trabajar por un país donde quepamos todos, en el ejercicio pleno de nuestros derechos políticos, económicos y sociales, donde la pobreza sea la referencia de lo que no queremos y donde el progreso de cada familia sea la semilla del bienestar general, donde nos enseñen que no es a través del regalo de gobiernos clientelares que se construye un futuro seguro y donde la justicia reine sobre la inequidad.
Si alguien busca en las palabras de este escribidor de oficio un mensaje de fin de año, se ha equivocado. Mi mensaje es para el Año Nuevo y no es otro que recordar sin descanso, que debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en construir la Venezuela posible, la que todos queremos, sin esperar otro líder que nuestro propio aporte como agentes de cambio, porque nuestra historia está escrita en páginas de gloria y no de entrega.
¡¡Ya basta de tanta sumisión a la barbarie!!
Amanecerá y veremos…
¡¡Feliz 2017!!