Aunque no podemos hablar de ser totalmente libres, pues estamos humanamente sobre determinados por innúmeros factores (históricos, biológicos, psicológicos) que escapan a nuestro control, coincidiremos que hasta cierto punto la libertad y la autonomía resultan un ideal deseable casi de forma universal. Sin embargo existe relatividad en el concepto; incluso el Diccionario de la Real Academia Española le dedica nada más y nada menos que doce definiciones, de cualidades hasta opuestas dentro de la dicotomía bueno-malo. Una de ellas en especial se refiere a aquel estado de quien no es esclavo; siendo un esclavo aquel rendido, obediente, enamorado, que carece de libertad por estar bajo el dominio de otra persona. Es en esta definición que quisiera enfocarme hoy, pensando a la ciudadanía venezolana.
Cuanta perplejidad, horror y desprecio existe hoy frente a la sumisión del ciudadano venezolano a un régimen tiránico. !Cobardes! ¡Ignorantes! ¡Pendejos! Y pare usted de contar epítetos que no ayudan en nada a comprender y transcender la situación. Al opresor lo conocemos casi minuciosamente, ¿y al sometido?
Recuerdo en mi adolescencia ser tomada por el enigma: “!Profesor! ¿Cómo es que los esclavos siendo mayores en número y más fuertes, no se rebelaban contra los cuatro blancos que controlaban la hacienda? Parece que los efectos del maltrato y castigo son poderosos, así como el estatus quo de turno; deshumanizantes al punto que el esclavo como colectivo desconoce por mucho tiempo su poder para neutralizar al dominio del amo, pues el que maltrata también da el pan y perdona la vida. Una coerción terrible sin duda. Algunos despiertos huyeron y formaron comunidades a parte en los quilombos, otros atendiendo a su deseo universal de ser libres creaban cantos y rituales, espacios silentes de rebeldía; silentes a sus opresores pero no a sus corazones hambrientos de libertad.
¿Somos los venezolanos esclavos? No tengo duda que lo somos en mucho, y que aunque luchamos por mantener ciertos espacios de individualidad libre, no hemos conseguido articularnos como cuerpo social en esta búsqueda: Abolir la esclavitud, derrocar a la tiranía y el estatus quo que la sustenta. Estamos innegablemente sometidos a coartaciones de todo tipo y pareciéramos a primera vista “acostumbrados” y resignados. No estoy tan segura de esto pero sí de que estamos tomados por la vivencia de ser impotentes al respecto. Atrapados en una suerte de amarga espera hasta que cambie el panorama. Espera pasiva en la confianza entregada a dirigentes que nos ofrecen el camino, mas también activa pues hemos hecho todo lo que nos han pedido más nada cambia realmente. A estas alturas la frustración es excesiva. Esto merma la voluntad y fortaleza del alma, altera así también la capacidad de percibir la realidad y nuestras potencialidades para cambiarla.
Dijo una vez Jhon S. Mill que “La única garantía contra la esclavitud política es el freno que puede mantener sobre los gobernantes la difusión entre los gobernados de la inteligencia, la actividad y el espíritu público”. Pareciera entonces que el discurso político/social actual se ha encargado más bien de atacar y destruir estas cualidades dejándonos muy vulnerables a ser dominados. En este sentido, la criminalización de la protesta pacífica, entendida como espíritu público, lamentablemente ha ocurrido desde “ambos bandos” con distintos argumentos. La del opresor nos resulta muy evidente, la del “otro lado” nos cuesta más pues se ha instituido como la única esperanza de cambio, pero los invito también a “ponerla en tres y dos”. Cuándo nos dicen que la protesta es hasta la 1pm por ejemplo, todos los que nos queramos quedar más tiempo, pacíficamente, obedeciendo a nuestro sentir, pero desobedeciendo a los dirigentes, somos sistemáticamente acusados de radicales, infiltrados y cosas peores. ¡Tenemos dos amos! O ¿será uno?
¡Qué fácil es dominar a una nación mayoritariamente sumida en la ignorancia y al sometimiento de la urgencia de la sobrevivencia! Se estructura así una perversión entre lo “bueno que me dan” versus el peso de “lo que me quitan”. Y ¡ojo! La ignorancia no es sólo pobreza, que en este país es avasallante. Todos padecemos de ignorancia en distintos niveles y la tiranía explota este hecho lo más que puede.
En este sentido, deploro y encuentro siniestro cada vez que escucho “hasta que no bajen los cerros esto no cambia” pues es pasar la responsabilidad justamente a los más tomados por la angustia de muerte/sobrevivencia y con mayor vulnerabilidad; sin embargo en nuestra ignorancia serían los mayores responsables de esta catástrofe. Son así las imperfecciones de la democracia y la idea de la supremacía de la mayoría absoluta aritmética a la que hemos sido endulzados. Somos, en este sentido, todos parte de “…un sistema donde la participación de las masas populares está limitada a votar por uno o por otro representante de la élite en elecciones periódicas, y entre elecciones se espera que las masas se mantengan calladas, y vuelvan a su vida habitual mientras la “élite” toma las decisiones y dirige al mundo, hasta que puedan elegir entre una y otra élite, cada cuatro años” Robinson, W. ¿Les suena? El comentario “hasta que bajen los cerros” nos demuestra también que sabemos muy en el fondo que el sufragio en sí mismo es insuficiente para cambiar nuestra realidad opresiva.
Así también debemos saber que: “La caridad y la caridad privada, y se podría decir la caridad del gobierno, cualquier tipo de acto, que alivie la angustia de la gente un poco, sin cambiar el sistema, mantiene el sistema… explotador e injusto…dando a la gente un poquito… dándole a suficiente gente lo suficiente para prevenir que aparezca una rebelión abierta” ¿Les suena? ¿Marchamos hasta la 1pm? Nos protegen la vida dicen.
Existe sin duda una manipulación de la ignorancia en muchos estratos para alcanzar la “Fabricación del consentimiento”; así lo llamó Lippman en el siglo XX. Cientos de años antes, Etienne de la Boetie (siglo XVI) lo tenía claro; la llave en el rompimiento y caída de la servidumbre voluntaria estaría en el acto de desobedecer al tirano de turno. La desobediencia civil trata de esto justamente y no implica de ninguna forma enfrentar con armas y sangre. Esa tal vez sea nuestra mayor ignorancia, favorecida por el discurso “opositor” actual. En relación a este acto, contemplado en la constitución, el dirigente Henrique Capriles Radosnki dijo hace no mucho que se trataba de un artículo constitucional “golpista”. ¿Le creemos? ¿Lo cuestionamos? Pues no se trata de golpes (que parecidos se han tornado los discursos), y si fuésemos tal vez más curiosos lo sabríamos. Es un acto de quitarle poder a la dictadura desobedeciéndola; muy diferente a una lucha de quién oprime más a quién. La lucha es en otro guión y hemos atravesado traumas terribles al respecto.
Hablemos del pretérito paro cívico llamado ahora nada más “paro petrolero”; recordemos su culminación aquel 11 de abril que, nada más y nada menos, terminó en la renuncia del dictador de turno. Este esfuerzo ciudadano fue violentamente desmoralizado desde ambos bandos políticos con los errores totalitarios que se cometieron (de lado y lado), y con un discurso además culpabilizante a nosotros, los ciudadanos, que abrazamos sin chistar. Pero debo decir que sí que mostramos fuerza, unión, contundencia y efectividad, mas las estrategias de otros enviciaron estas cualidades. Es mi visión. ¡Hubo muertos! me dirán, ¡Más nunca a Miraflores! replicaría. No es necesario ir a terreno de pistoleros, futuros “presidentes” para dar un mensaje contundente y conseguir resultados. El mito Miraflores nos hace mucho daño e impotentiza. Nadie que ame la vida quiere morir.
Hablemos también de la abstención de más de 80% en las elecciones de la asamblea hace años. Fue ciertamente un acto de desobediencia contundente que finalmente terminó nuevamente desmoralizado por quienes supuestamente nos ofrecen el camino a la libertad, hecho que aprovechó el régimen para atornillarse más y más. No se capitalizó ese acto rebelde. No se le dio sostén para continuar la lucha desde el art. 350 de nuestra constitución.
Millones de personas que han emigrado o han sido forzosa e indirectamente desplazadas, me hacen pensar en aquel “Ruiseñor que se niega anidar en la jaula, para que la esclavitud no sea el destino de su cría”— Khalil Gibran. Los que decidieron y pudieron emigrar, llevando sus dolores y pérdidas, optaron en un nivel por desobedecer me parece y formar su quilombo fuera de la hacienda. Los que estamos aquí ¿qué podemos hacer para salir de la esclavitud?
Primeramente, combatir la ignorancia que nos hace serviles. Por esta razón escribo estas líneas, en un intento de contribuir al despertar de conciencia y encender algunas luces en la oscuridad de nuestra alienación, perplejidad y desprecio paralizante hacia nuestra propia situación esclava. Por esto, cito a otros que ya pensaron en esto e invito a revisitar el pasado cívico potente pero maltratado por el discurso y circunstancias adversas.
Es mi parecer en este sentido que la clase media especialmente tendría una gran responsabilidad, por tener ciertas ventajas y “luces”, o así quisiera creer. La mayoría dentro de ella tenemos acceso a internet, somos alfabetizados, tenemos oficios, gremios y algunos también estudios. Tenemos redes sociales (no me refiero sólo a las virtuales), en las que podemos trasmitir un mensaje diferente y cuestionador. No somos impotentes totalmente.
Una huelga que no funcionó antaño, no quiere decir que no funcionará hoy en día, en particular si analizamos minuciosamente los por qué y cómo del fracaso anterior. Lo mismo que la protesta de calle. No estamos en el mismo momento histórico. Rockefeller tal vez no habría podido masacrar trabajadores en paro como lo hizo si hubiese existido la globalización de la información que tenemos hoy. Tenemos recursos que antes no existían. ¿Será que en una vigilia en masa que no llegué hasta Miraflores sería masacrada ante los ojos y cámaras del mundo? ¿Será que más de millón de personas el primero de septiembre en la calle se hubiese mantenido ahí hasta que se diesen las fechas “exigidas” hubiese sido masacrada? No lo creo. Nos masacran más bien a cuenta gotas. ¿Esperaremos a llegar a un conflicto como Allepo? Dónde ya la globalización infelizmente de nada sirve. Donde la lucha se volvió quién oprime más a quién.
La mejor arma en manos del opresor es la mente del propio oprimido. (Steve Biko)