Si hay un lugar para no perder detalle del desfile de la investidura de Donald Trump como presidente de EE.UU., ese es su lujoso hotel en el centro de Washington, un edificio histórico y polémico que parece un castillo de cuento de hadas. Pedro Alonso/ EFE
El Trump International Hotel se alza imponente en plena Avenida de Pensilvania, adonde da la fachada principal, en la que ondean cinco banderas estadounidenses frente a una estatua de Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de Estados Unidos.
A primera vista, la monumental torre del reloj, la profusión de arcos neorrománicos y un cierto aire castillesco revelan que se trata de un inmueble singular: el hotel, no en vano, ocupa la Antigua Oficina de Correos, declarada patrimonio histórico.
En la avenida, que une el Capitolio y la Casa Blanca, afanados obreros ultiman los preparativos para la toma de posesión del magnate, instalando gradas portátiles para acomodar a la multitud que acudirá con la ilusión de vivir un día histórico.
Trump pasará frente al hotel el 20 de enero, tras jurar el cargo como cuadragésimo quinto presidente de la primera potencial mundial en la escalinata del Capitolio, durante el tradicional desfile de camino a la Casa Blanca, su nueva morada.
Es más, el multimillonario podría incluso hospedarse en su establecimiento en vísperas de la investidura, gesto que rompería un protocolo de décadas, según informó el diario The New York Times, al asegurar que el empresario neoyorquino baraja esa idea.
Desde que el demócrata Jimmy Carter se alojara en 1976 en la Casa Blair, residencia de huéspedes del presidente de EE.UU. frente al ala oeste de la Casa Blanca, ningún mandatario electo ha incumplido el rito de emplear ahí los últimos días antes de asumir el poder.
Tampoco se ha dado, desde entonces, el caso de un presidente electo que, como Trump, posea un hotel de cinco estrellas a tiro de piedra de la Casa Blanca que luce su nombre en letras doradas y que, para más inri, se ubica en la ruta del desfile de investidura.
De momento, el mutismo de la dirección del hotel sobre los planes del magnate republicano es absoluto. “No tenemos nada que comentar”, asegura a Efe la directora de ventas y mercadotecnia, Patricia Tang.
Para la toma de posesión, el establecimiento sí ha confirmado que tiene reservadas sus 263 habitaciones, muchas con vistas privilegiadas a la Avenida Pensilvania y cuyo precio no suele bajar de unos 700 dólares la noche.
Algunos empleados confían en que el “jefe” se deje ver el 20 de enero. “¡Oh, espero que venga!”, exclama a Efe una sonriente camarera en el animado bar del vestíbulo del hotel.
Sea como fuere, el empresario de los casinos ya visitó el hotel el pasado octubre, en medio de la campaña electoral, cuando lo inauguró con bombos y platillos, en un acto polémico por mezclar los negocios particulares con su candidatura presidencial.
Trump se jactó entonces de contar con “el segundo edificio más codiciado” de Washington, tras la Casa Blanca, y presentó el hotel como una “metáfora” del esplendor que pretende devolver a EE.UU.
Pese a su autobombo, es innegable que el magnate ha restituido la gloria de la Antigua Oficina de Correos, abierta en 1899 para regenerar la entonces marginal Avenida de Pensilvania, pero al borde del derribo durante años por la desafección de las autoridades.
En virtud de un acuerdo de alquiler a 60 años alcanzado en 2013 con el Gobierno federal, Trump ha invertido 200 millones de dólares en la restauración y reconversión del edificio.
Aunque la otrora estafeta logró evitar la demolición en 1973, cuando entró en el Registro Nacional de Lugares Históricos, no ha podido zafarse de las controversias que provoca su arrendatario y ha sido ya escenario de encendidas protestas contra el magnate.
El hotel también forma parte de la millonaria batalla legal que libran Trump y el popular cocinero español José Andrés, que rompió un contrato para abrir un restaurante en el lujoso local, indignado por los insultos que el empresario profirió contra los inmigrantes mexicanos al postularse para la Presidencia en junio de 2015.
Dada la titularidad pública del edificio, el inmueble simboliza igualmente los conflictos de interés que podría afrontar el magnate una vez asuma el poder, ya que pasará a ser casero e inquilino.
Esa circunstancia se agrava porque el hotel parece haberse convertido en un nido para diplomáticos que, entre cóctel y cóctel, intentan granjearse el favor del nuevo Gobierno de Trump.
Una semana después de las elecciones de noviembre pasado, unos cien diplomáticos extranjeros de países como Brasil y Turquía asistieron a una recepción en el hotel, en la que degustaron champán de la marca “Trump”, según publicó el diario The Washington Post.
“El sitio estaba lleno”, dijo Lynn Van Fleit, fundadora del Diplomacy Matters Institute, que organiza actos para diplomáticos, al agregar que las conversaciones versaron acerca de cómo “construir lazos con la nueva Administración”.
Penden, asimismo, sobre el hotel tres demandas por una deuda de 5 millones de dólares que reclaman al multimillonario electricistas, carpinteros y fontaneros por el supuesto impago de facturas durante las obras de rehabilitación del edificio.
No se sabe cómo resolverá Trump los contenciosos de su “castillo”, al que, con toda seguridad, se dirigirán muchas miradas el día de su investidura presidencial. EFE