El deterioro del español venezolano comenzó hace cerca de 30-35 años. Una década anterior, a mediados de los ‘70s., la nación vivió quizá su mejor esplendor, donde el idioma y la cultura se vieron favorecidos por un Estado que propició el cultivo de las artes.
Pero ese pequeño período no fue lo suficientemente fuerte para superar el lastre que en la sociedad venezolana, ha tenido ese ancestral fantasma que es el militarismo en funciones de gobierno de Estado.
La presencia de ese maligno fantasma ha quebrado una y otra vez el esfuerzo de la mentalidad civilista en la vida de nuestra república.
Y ha sido demoledor y hondo el paso de esa turba militarista, de lenguaje fanfarrón, en la formación ciudadana y cultural. Dolorosamente ha regresado esa voz de mando, marcial y tenebrosa, que implica un ruidoso irrespeto a la condición humana, maltrato y vejación a los comportamientos y conductas ciudadanas, y que se siguen modelando, a partir de la introducción de un sublenguaje, que se traduce en arbitrariedad y construye un imaginario de intolerancia y violencia.
No es fácil transitar por la Venezuela del siglo XXI con una sociedad embrutecida, controlada por el Estado de orientación neofascista, y que además ha sido capaz de elaborar una propaganda de sumisión, milimétricamente calculada para una sociedad, como la venezolana, de tendencia a eso que se ha llamado el “pantallerismo” y la opulencia desmedidas.
Sometida al lenguaje de la mentira cotidiana la sociedad venezolana ha desembocado en una amalgama de fraseología hueca, oscura, bestial y simplista.
El lenguaje oficial que se ha impuesto es el chavizta. Evidentemente totalitario, marcial y que se expresa en una jerga de dominación del Otro igual y diferente, por la fuerza de las armas y la absoluta violencia de las palabras.
Y en la fuerza de esa jerga chavizta impera el mundo de la voz bestial, ruda, cínica y caprichosa de los jefes, devenidos capos que introducen frases grandilocuentes, copiadas del estamento militar, para imponer un orden jerárquico del lenguaje, que se debe obedecer a costa del sacrificio del natural orden y lógica que desde su origen había mantenido el español venezolano.
El orden del lenguaje chavizta es aquel donde la obscenidad de las palabras ofende la condición humana. Quedas despojado de tu piel idiomática y pasas a ser un código, un epíteto y un simple apodo, “escuálido”
El español venezolano, como todo idioma, es un cuerpo vivo, un organismo que tiene alma y espíritu y que se proyecta en cada uno de nosotros a través de nuestro obrar cotidiano. Su nobleza y su riqueza, están en su uso diario donde se expresa la grandeza de nuestra tradición cultural.
¿Dónde, pues, estuvo el fracaso de nuestros líderes para que desembocáramos en esta realidad que hiere y hiede a tanto estiércol de idioma de las catacumbas?
La respuesta involucra una extensa investigación de años y también de diferentes disciplinas del conocimiento. Sin embargo, hay una en especial que siempre fue manifestada por quienes conocemos sobre lenguaje: la Educación Idiomática.
Nunca en nuestra sociedad se pudo enseñar el idioma como lo indican las orientaciones pedagógicas de enseñanza-aprendizaje de una lengua. Eso que conocimos como Castellano, fue una asignatura donde el idioma solo aparecía afantasmado, desde su esquelética realidad. Apenas una lamentable y fría presencia de una lengua a través de la configuración técnica de su funcionamiento.
Además, la práctica idiomática siempre contradecía la realidad del hablante (estudiantes) quienes pertenecían, en su mayoría, a una sociedad que casi siempre los excluía del entorno sociolingüístico donde podían acceder a mejores condiciones de vida.
Por años se fue fraguando un individuo idiomáticamente ajeno al Status Quo, quien se fue constituyendo como su rival y después, como su enemigo idiomático, representado en todo aquello que, tanto material como intelectual y espiritualmente, poseía.
Y para ello fue gradualmente generando una sublengua que hoy conforma la totalidad del estamento del Estado y que ha sido asumida, tanto por sus miembros más connotados, como también por la casi totalidad de quienes le hacen oposición en la mayoría de sus facciones.
Porque no es solo el lenguaje verbal al que hacemos alusión. Es también, y diríamos consecuencia de ello, una expresión de la kinesis de todo el liderazgo nacional, que expresa angustia, odio, rencor, resentimiento y venganza. Y esa violencia contenida, obviamente, para nada permite la existencia de una lengua que oriente en la búsqueda de la paz y armonía.
Porque es evidente la avasallante obscenidad de la jerga chavizta, que dibuja un idioma de lo grotesco, de eso salvaje y banal que embrutece el conocimiento y sepulta el alma.
Ningún idioma florece en dictadura. Ninguna práctica idiomática logra ennoblecer a quien lo practica en regímenes autoritarios, militaristas y arbitrarios. Y jamás podrá existir un verdadero idioma para una sociedad, donde se violen los derechos humanos de los ciudadanos.
Porque toda dictadura y todo régimen autoritario, totalitario y militarista son contrarios al progreso y bienestar de los pueblos. Y las palabras libertad y democracia solo se dignifican con hombres probos, libres, que permiten a los ciudadanos expresarse en la espiritualidad de un idioma semejante a la divinidad.
La jerga chavizta solo puede ser usada por parásitos sociales. No hay otra manera de razonar con semejantes individuos sino a través de esa hechura de fraseología del primitivismo idiomático.
Lo terrible de este drama, de esta aberrante tragedia es que el “día después” cuando pase este infierno de la jerga chavizta, quienes podamos sobrevivir, pasaremos años reconstruyendo el cuerpo de un idioma que fue martirizado, ultrajado, humillado y herido de muerte.
Porque ciertamente, tenemos que pensar en una verdadera Enseñanza-Aprendizaje de un español venezolano desde la realidad de nuestra cultura, nuestros principios y nuestras tradiciones. Una enseñanza de nuestra lengua que muestre el ser, el alma de nuestro rostro idiomático. Donde podamos convivir desde nuestras diferencias y que fortalezca esta soledad idiomática donde hoy nos encontramos.
La espiritualidad de nuestro idioma ha sido borrado de la faz de esta Tierra de Gracia. Es prudente y necesario entenderlo y tener consciencia de ello. Por tanto, la realidad idiomática de una democracia en una república, ya no existen. Es una verdad.
Queda nuestra voz, nuestra lengua ancestral. Nuestras experiencias pedagógicas son la luz de esperanza en la ética-estética de un idioma que en nuestra cotidianidad, sabrá encontrar nuevas rutas y una sabia manera de expresión, noble, solidaria y amorosa, que reencuentre la tradición de nuestra venezolanía.
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