Estamos entrampados, y aunque he convenido en atender la recomendación recibida de no improvisar con el lenguaje, ordenar bien mi vocabulario, con la obligación de planificar cada conversación, cuidaré celosamente lo que digo y lo que escucho, “pues ahora las palabras parecieran ser una enfermedad contagiosa, que no se puede hablar sin usar preservativos”. Barrera Tizska dixit.
Las palabras se hicieron para decirlas, y ante la intolerancia de lectores microfonistas, cuya mediocridad y adulación les impide entender cabalmente una opinión, me propongo despachar este asunto, no sin antes presentar excusas por anticipado a los distinguidos lectores.
Admito que quizá sea una trivialidad de mi parte, pero la explicación es simple, pues se debe a que siempre he sentido la necesidad compulsiva de aclarar cualquier detalle que pueda hacerme sentir alguna desazón.
Esta vez siento que debo explicar, sobre todo a mis hijos, sin eufemismos ni giros lingüísticos innecesarios, que no puedo hacer silencio ante la barbaridad cometida en contra de todo un país y sus gentes, y la amenaza que representa el ch …abismo en el poder, hoy encarnado el sujeto aposentado en Miraflores y compañía.
No le temen tanto, quizá, a dejar el poder por la vía democrática, sino también, y en mayor medida, a los juicios a los que estarán sometidos por tantas fechorías cometidas.
A la estatua del golpista erigido Margarita, ruin gesto de adulación y de culto a la personalidad a aquel enemigo de la democracia, pésimo administrador, un militarista desquiciado que acabó fragmentando con su odio a toda una sociedad, se suma la de Vargas, entre otras que han anunciado para desdicha del país. ¡Contaminación!
Si no se cae sola, quizá la orina de los perros y el pupú de las aves, junto a un poco de salitre insular, acabe derribando el adefesio. Porque la verdad sea dicha, el chavismo nunca será un recuerdo provechoso del pasado, pero sí un letrero vigilante del porvenir.
No solo no hay motivos para glorificar al desquiciado golpista, sino que es imposible ocultar los daños de la peste chavista. ¿Acaso habrá estatuas suficientes que oculten las colas de enfermos y de hambrientos; muertos por el hampa; corrupción; presos políticos, y un sin de infortunios? Por mí que hagan todas las estatuas, ya habrá tiempo y filas para derribarlas.
Si notas alguna indignación, no hagas caso, no es contigo. Es contra el silencio, la vergonzosa mudez, la tranquilidad de la indiferencia. Ni miedo ni odio, hoy nos invade una profunda arrechera, un dejo de desesperanza, una terrible desazón.
Sin embargo, hagamos a un lado la apatía, conjuremos la desesperanza y la abulia en todas sus formas. Venezuela bien vale la pena. Ante un paisaje tan sombrío, y la desolación que arropa al país teñido de un rojo alarmante, vale la pena esperanzarse.
Nadie con medio de frente y funcionándole al menos una neurona, es capaz de negar los retratos de la inseguridad y la escasez, del oprobio y la maldad, de la chapuza y bodrio oficiales. Tampoco el cuadro de hambre colectiva. Imágenes repetidas y repetidas de colas por alimentos y medicinas, evidencia del afán perverso de la revolución (sic) de seguir manipulando las miserias del pobre.
Hoy en mi país el desgobierno ha violado tanto la constitución, que la pobre no puede parir más. Porque si algo está podrido, además de los alimentos en los contenedores, es justamente el concepto socialista del chavismo.
Debemos negarnos a esa terca manía de pretender eternizarse en el poder, destruyendo lo que queda de Venezuela y desmoralizando a sus gentes. Quiero volver al país donde se asuma, sin pena ni vergüenza, que ser pobre es malo y sepamos y ojalá nos demos cuenta de lo felices que siempre somos y hemos sido a pesar de las circunstancias.