No voy a llover sobre mojado. Ya bastante se ha hecho el inventario de los autogoles que la oposición se ha infringido en los últimos tiempos. Pero, como también se ha dicho, esa es la oposición que tenemos: heterogénea, compleja, tenaz pero errática, voluntariosa aunque tornadiza, democrática, sí, pero contradictoria y voluble. Con ella debemos capear esta devastación que es el chavismo. Es impensable hacer tabula rasa y comenzar desde cero. Ya hay algunas conquistas y amplios deslices que deben servir como aprendizaje. Lo que no implica que la dejemos naufragar. Es derecho nuestro, incluso deber, alertar a sus líderes cada vez que ocurra un extravío o traspiés. La duda que nos abarca a todos los que hemos transitado por los pasillos de la oposición y descolgado algunas opiniones es ¿cuánta atención realmente le ponen a los cuestionamientos ajenos y propios?
La oposición tiene dos feroces enemigos: el gobierno y sus propias entrañas. Allí, en la orilla que adversa al régimen de Nicolás Maduro, hay gente de talante extremo que combate con más fiereza aun a nuestros propios dirigentes. Gente que los descalifica día y noche, como una farmacia de turno. A estas alturas, luego del fracaso del diálogo y otros fiascos no menores, pudieran sentirse legitimados en su saña. Siempre habrá gente que pontificará sobre cómo hacer las cosas. Este texto aspira no incurrir en esa ligereza. El país está repleto de sabios de tribuna.
No soy analista político ni pretendo serlo. Las palabras que he borroneado con insistencia sobre el país y sus avatares nacen desde mi derecho ciudadano a opinar y reclamar, desde la necesidad de entender y el compromiso de proponer. Para algo debe servir todavía mi cédula de identidad. No solo para que fichen mi frecuencia de consumo en las farmacias y establecimientos de comida.
Un líder debe poseer una genuina dosis de humildad, más allá de la embriaguez de saberse empoderado para conducir a las masas por su carisma y poder de convocatoria. Hemos recibido una muy nociva sobredosis del hiperego de Hugo Chávez. Diecisiete años de gigantografías, loas absurdas y adjetivos desmesurados. Los que se creen ungidos por un don sobrehumano, cual mesías bíblico, suelen oír solo el sonido de su voz y el aplauso irreflexivo de sus seguidores. Se me ocurre que nuestros líderes opositores han incurrido en pecados cercanos. Andan emboscados en su propia arrogancia. Los irrita la crítica. Oyen, pero no escuchan.
Ya aquí nadie escucha.
En esta etapa del país donde la política se ha metido en nuestras despensas y enfermedades, en nuestras vidas de pareja, en nuestro derecho a seguir vivos, la oposición debe escuchar con verdadera atención a todas y cada una de las parcelas que constituyen la realidad venezolana: al académico y al obrero, al estudiante y a los empleados públicos, a los magisterios y a las esquinas. Cuando se acercan a un poeta o albañil, no solicitan su opinión, sino su apoyo. Recuerdo un episodio, en el ya lejano octubre del 2016, donde sus voceros anunciaron a la prensa que convocarían a todos los miembros de la sociedad civil para oír sus criterios e incorporarlos en las propuestas de lucha. La idea tuvo la brevedad de los arcoíris. Un saludo a la bandera. Refrigerio para las gradas. Nada trascendente y definitivo ocurrió.
La orfandad continúa. Y la decepción. La gente lleva en su costal de heridas una rabia que no tiene desembocadura orgánica. Una rabia peligrosa. La rabia que se convierte en linchamiento. O en éxodo. O en claustro y resignación. Una rabia que se parece bastante a la desesperanza, ese pantano del que luego cuesta tanto salir.
Mi terco optimismo y la necesidad de no sucumbir a la inacción han respaldado decenas de veces los llamados de los partidos políticos de la oposición a marchas, eventos y faenas colectivas. Por eso me siento con derecho a exigirles mayor solidez y coherencia. A demandarles lucidez y efectividad. Como todo ciudadano de este país que quiere salvarse del abismo.
Contra una dictadura, con tantos mecanismos de coacción, hay que ejercer mejores estrategias. Es hora de cancelar las ingenuidades y los malabarismos políticos. Es urgente que se impongan el buen juicio y el ingenio. No se puede hablar de unidad donde hay tantas goteras. Ya basta del G4, o el G9. De unos sí y otros no. Ya basta de repetir acciones que terminan en desencanto. De marchas que se convierten en contramarchas. Reúnanse puertas adentro, todos, en un inmenso examen de conciencia. Y que del mea culpa salga humo blanco. Privilegien al país. Que sea la primera y la última de sus prioridades. Consulten a los mejores en todas las áreas. Decanten los errores. Desalojen los egos. Revoquen la soberbia. Contra la violencia del régimen hay que activar, no solo el coraje, sino la astucia y la imaginación.
Agradecemos sus sacrificios, nos duele cada una de sus prisiones (como las de los ciudadanos anónimos que salieron a protestar, que firmaron o marcharon, y terminaron muertos, presos o despedidos de sus trabajos), repudiamos el acoso del que son objeto, aplaudimos su entrega, entendemos el tamaño de los obstáculos y lo inescrupuloso y vil que es el adversario, pero les solicitamos urgentemente reinventarse, resolver sus diferencias de forma y fondo y, por pura atención a las leyes de la física, les pedimos que remen todos hacia el mismo sitio. Así, según dicta la lógica, será mucho más fácil alcanzar la meta requerida.
Señores dirigentes de la oposición: volteen a los lados, hay millones de personas no solo esperando por ustedes, sino dispuestas a acompañarlos en la reparación profunda del país. Ya no hay tiempo para más frustraciones, devaneos o inconsistencias. Los muertos, los hambrientos y los arruinados no pueden seguir aumentando. Hay que detener el dolor y la hecatombe. Es urgente, reitero. Limpien la casa a fondo, propongan una nueva ruta, recuperen la conexión con la gente a través de ideas audaces e impredecibles. Escuchen. Escuchen atentamente al coro de voces que los demanda. Vamos a apostar duro por la democracia. Vamos a recuperarla. Vamos a salvarnos entre todos. ¿Les parece?