Saliendo de Las Mayas hacia el camino al embalse de La Mariposa, está una de las plantas de transferencia de basura de la ciudad de Caracas. Es un lugar que conozco bien, transito por esa zona desde hace más de 30 años rumbo a San José de los Altos. Lo que empezó siendo una instalación relativamente modesta, se ha convertido en uno de los tantos monumentos colosales a la ineficiencia del estado venezolano y al abandono de un país. Montañas acumuladas de toneladas de desperdicio de toda índole, visibles solamente de día, pero siempre presentes en la zona a través de su pestilente e inconfundible olor. Pero lo que es el infierno para los seres humanos puede ser el paraíso para otras especies: la planta de transferencia de basura se ha convertido en una suerte de edén tropical de los zamuros. Incontables, en miríadas, instalados en las inmensas pilas de basura, levitando, gravitando, posados como testimonio inconfundible de lo que allí se acumula. Zamuros gordos, saludables, agresivos, en tonalidades sombrías y atrevidas coloraciones. Uno que otro blanco y colorido Rey Zamuro. En verdad todo un espectáculo que no deja de ser imponente a pesar de lo que revela sobre lo que está ocurriendo en la Venezuela de estos días.
El zamuro tiene una distinguida tradición en el folklore y la literatura venezolanos: en Doña Bárbara, en el Rey Zamuro de Vinicio Romero Martínez, en el baile oriental del Chiriguare, donde zamurito se come finalmente a la mitológica criatura. Pero en estos tiempos de hundimiento de la nación es difícil dejar de pensar en el hecho de que los zamuros están viviendo mejor que muchos venezolanos. No hacen colas interminables para comprar sus alimentos, no padecen la ausencia de medicinas, envejecen con tranquilidad y tienen al cielo a sus anchas para volar. Una amenaza reciente asoma en el horizonte zamuriano por el hecho de que algunos jóvenes venezolanos hambrientos han descubierto que, contrariamente a la conseja popular, la carne de zamuro es comestible, según se deduce de una noticia que indica que la Guardia Nacional habría detenido a unos muchachos capturando zamuros. De hecho, desde tiempos inmemoriales se caza a los primos del zamuro en África y se los prepara en un estofado con condimentos fuertes para disimular el olor y esconder un poco el tono oscuro de la carne. La única precaución importante que hay que tener es no envenenar a las aves para cazarlas, porque entonces se corre el riesgo de una intoxicación; no por toxinas en la carne de los comedores de carroña y basura sino por los compuestos químicos en el veneno. Lo mismo se puede decir de la carne de rata, también comestible con las precauciones adecuadas. Ninguno de estos elementos un tanto anecdóticos y folklóricos esconde el hecho de que muchos venezolanos están buscando su alimento en la basura y que el número de niños que se desmayan en nuestras escuelas por no haber comido muestra un bien documentado incremento.
De otras geografías y otros momentos de intenso sufrimiento humano recuerdo un pasaje de un libro de Philip Gourevitch sobre el conflicto en Rwanda, “We Wish To Inform You That Tomorrow We Will Be Killed With Our Families: Stories from Rwanda” (1998). El autor, profundamente extrañado por la ausencia de perros en las calles de Kigali, descubre un día que la razón de la ausencia de los cánidos es que la gente los había literalmente exterminado para impedir que se comieran los cadáveres que se acumulaban en las vías. En un conflicto generado por la polarización y la intolerancia que cobró casi un millón de vidas en un año, la gente se ocupaba menos de parar la guerra y más de preservar a los cuerpos descompuestos en las calles de los ataques de los perros.
De vuelta a Venezuela, donde la inhumanidad de un gobierno capaz de todo por mantenerse en el poder ha encontrado su expresión suprema en el sufrimiento de su propia gente. Nuestro uso coloquial del español da también cuenta de un localismo venezolano que consiste en el uso de la palabra zamuro para señalar a ciertas personas en diversas situaciones. Un zamuro es quien trata de “zamurearle” la mujer al prójimo. O también quien hace festín de la riqueza del pueblo, como si se tratara de un botín propio. O los agentes de las funerarias rondando en los hospitales a la espera del fallecimiento de alguien, prestos a ofrecer sus servicios. No se requiere mucha diligencia mental para identificar a un tipo de zamuros que se han beneficiado ampliamente de sus privilegios en las filas de la revolución chavista-madurista. El festín de los zamuros no es pues solamente de los alados plumíferos sino de gente de carne y hueso que al amparo del poder y la impunidad se comportan como las negras aves de carroña.
No se me aparta el contraste entre las imágenes de los zamuros regordetes y gente pobre escarbando comida en los basureros. En otra lamentable dirección, también asociada con la miseria, no cabe duda que el empobrecimiento del espíritu ha alcanzado a sectores importantes de la población, especialmente aquellos donde el ejemplo del enriquecimiento fácil proveniente de quienes desgobiernan al país y la impunidad absoluta del crimen ha terminado por quebrar cualquier rastro de humanidad. La última versión horrenda de la corrupción de la que he sido testigo es lo que a falta de mejor nombre bauticé como el “soborno del horno”. Dinero que los familiares de un difunto deben pagar para asegurarle un “puesto salidor” en el crematorio, sin que el cadáver tenga que deambular por días entre la casa, el hospital y la funeraria. Al lado de estas barbaridades indignas de nuestro gentilicio florece un espléndido movimiento de solidaridad por la crisis humanitaria dentro y fuera de Venezuela. Legiones de venezolanos y gente de otras latitudes, hermanados bajo el lema de “Venezuela Somos Todos” recoge y envía en un flujo incesante comida y medicinas para nuestra gente.
Tiempos muy jodidos para nuestra Venezuela. Y el gobierno en su última cínica acción celebra la pretendida gesta de liberación zamorana y el relanzamiento de una moribunda PDVSA, al tiempo que impide el ingreso al país de la ayuda humanitaria. Pero la responsabilidad por no detener el festín de los zamuros que se ceba sobre nuestra gente descansa primariamente en el liderazgo y las fuerzas de la oposición democrática. La catástrofe venezolana no es resultado de ningún cataclismo natural, ni del designio divino, ni de un plan diabólico de las fuerzas del mal. No. Es generada y manejada por hombres de mal en el poder y debe ser detenida por hombres de bien. Vista la crisis que atenaza a las fuerzas del bien, reunidas en la resistencia al autoritarismo chavista, uno termina por preguntarse: ¿Qué hace falta para detener la carrera de vanidades y proyectos personales y grupales y generar una unidad que pueda en verdad liderar al país? ¿En qué momento se terminará de aprender y se comenzará a hacer lo correcto?
Vladimiro Mujica