El presidente se debilita y Tareck El Aissami, su flamante vice y líder de una de las cuatro facciones que gobiernan Venezuela, suma cada vez más poder. El plan para desarticular a la oposición, publica Infobae.
Por Darío Mizrahi
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No pasarán. El chavismo decidió parapetarse en las trincheras del Estado y está dispuesto a todo para defender sus posiciones. Enterradas las tenues esperanzas de apertura que había despertado el diálogo político en los sectores moderados de la oposición, el Gobierno dejó en evidencia el verdadero sentido de su jugada.
Primero abolió el derecho constitucional a realizar un referéndum revocatorio que lo habría obligado a dejar el poder. Después suspendió por tiempo indefinido las elecciones regionales que estaban pautadas a fines de 2016, para evitar una derrota estrepitosa. Finalmente, eligió a alguien más radical que Nicolás Maduro como vicepresidente, y ahora lo perfila como líder de una versión más extrema de la revolución bolivariana.
Tareck El Aissami, un criminólogo de 42 años, juró el 4 de enero 2017. Debió dejar la gobernación del estado de Aragua para asumir el cargo. Su designación obedeció a un reposicionamiento interno en la coalición oficialista. Por un lado implica un endurecimiento. El Aissami, referente de una de las facciones más radicalizadas del régimen, también fue nombrado titular del Comando Nacional Antigolpe, que tiene la misión de achicar aún más los márgenes de acción de la oposición.
Por otro lado, su llegada revela un posible plan de largo alcance para reemplazar a Maduro, como lo sugirió el decreto por el que el presidente le delegó 14 atribuciones ejecutivas el pasado 25 de enero. Entre otras facultades, podrá reasignar partidas presupuestarias, dictar expropiaciones y nombrar viceministros. Para encontrar un antecedente de una medida de este tipo hay que ir a los últimos meses de vida de Hugo Chávez, cuando delegó muchas responsabilidades en Maduro, sabiendo que tarde o temprano iba a sucederlo.
“El Aissami ha ganado mucho poder en los últimos tres meses. Lo están preparando para una posible candidatura en el momento en que el Gobierno decida hacer elecciones. Puede ser el año que viene, como dice la Constitución, o incluso este año si hay algún cambio político, lo que parece menos probable. Pero creo que el partido no permitirá que Maduro sea nuevamente candidato, porque terminó siendo un lastre, aunque domine cierto sector”, afirmó Domingo Alberto Sifontes, profesor de historia en la Universidad de Carabobo, consultado por Infobae.
Los principales analistas de la realidad política venezolana coinciden en que es muy difícil que la estructura de poder chavista le permita al presidente ir por una reelección. Sin embargo, también hay acuerdo en que no va a forzar su renuncia, como se pensó en algún momento.
“Estaba en el ambiente desde el año pasado la idea de que Maduro podía salir en cualquier momento, pero eso no ha pasado. El régimen se atrincheró para que eso no ocurriera. Yo no creo que el chavismo apueste ahora por un experimento tan arriesgado como ese. Perdería más de lo que ganaría porque estremecería las bases del sistema político y desataría un lucha interna por el poder”, explicó a Infobae el politólogo Luis Salamanca, profesor de la Universidad Central de Venezuela.
Las cuatro facciones del chavismo
“El nombramiento de El Aissami se produce por la permanente disputa de poder entre las cuatro facciones que hay al interior del gobierno. Estos grupos no tienen interés en sacar a Maduro en este momento, pero están preparando la sucesión, porque están convencidos de que no va a poder ser candidato otra vez”, dijo a Infobae Gustavo Azócar Alcalá, magíster en comunicación política y gobernanza estratégica de la George Washington University y profesor de la Universidad de los Andes Táchira.
El mandatario lidera una facción que está cada vez más debilitada, tanto hacia afuera como hacia adentro de la coalición gobernante. Diosdado Cabello, ex presidente de la Asamblea Nacional, y Vladimir Padrino López, ministro de Defensa, están al frente de otras dos líneas internas. La cuarta es la del flamante vicepresidente.
“El grupo de Maduro es fundamentalmente civil —continuó Azócar—. Su apoyo fundamental es el régimen cubano, que de alguna manera ha tutelado a la revolución y que convencieron a Chávez de que lo nombrara. El de Cabello tiene un componente militar importante, e incluye a muchos de los que participaron de los golpes de estado de febrero y noviembre de 1992. El de Padrino López, que es estrictamente militar, controla gran parte del aparato gubernamental y hasta ahora ha sido el brazo armado que defiende a Maduro”.
El meteórico ascenso de El Aissami rompió parte del equilibrio que existía entre las diferentes facciones y le dio una ventaja sobre sus competidores, aunque no decisiva. Si bien es un civil que empezó en política como líder estudiantil, lo acompañan algunos miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Su grupo se caracteriza por el extremismo ideológico.
“Tiene conexiones con organizaciones de izquierda de distintos países de América Latina y del mundo, y también con algunos grupos extremistas de Oriente Medio. Hay trabajos que lo vinculan con Hezbollah y con sectores radicales en Siria, Irak e Irán. Además manejó la Policía, los servicios de inteligencia y la oficina encargada de confeccionar los pasaportes. Reúne características muy particulares que lo diferencian de cualquier otro vicepresidente. Sus antecedentes presagian que vino para incrementar la represión, radicalizar más al gobierno y acabar con la poca operatividad política de la oposición”, contó Azócar.
El ingreso de El Aissami a la política grande fue como diputado, en 2006. Al año siguiente fue designado viceministro de Seguridad Ciudadana y en 2008 ascendió a ministro de Relaciones Interiores y Justicia. Se desempeñó en el cargo hasta 2012, cuando asumió como gobernador de Aragua. Se jacta de haber combatido el narcotráfico, duplicando los decomisos de droga, pero lo cierto es que en estos años crecieron las denuncias de vínculos entre algunos sectores civiles y militares del gobierno con el crimen organizado, a través del Cartel de los Soles.
De todos modos, por más que parece estar sacando ventaja como posible líder en el futuro, todavía le quedan muchas batallas por ganar. “No creo que sea una pieza de consenso —dijo Sifontes—. En el camino hacia la consolidación de la figura que pueda suceder a Maduro habrá más disputas internas. Hay que ver qué pasa con Cabello. Hay gente que cree que salió perdiendo con su ascenso, pero otros afirman que tiene buenas relaciones con él”.
Cabello, que fue vicepresidente de Chávez, creyó que iba a ser su heredero en 2013, pero el comandante se inclinó por Maduro. Nunca olvidó eso y sus aspiraciones siguen intactas. “Desde 2015 viene haciendo una gira por todo el país que parece una campaña electoral, con mítines y concentraciones populares. Además tiene un programa de televisión al que lleva siempre militares. Está construyendo una base de poder. Pero tiene el problema de ser el que menos mide en las encuestas”, sostuvo Salamanca.
El plan para acabar con la oposición
El Gobierno puede cambiar de rostros, de estrategias y de mensajes, pero algo es seguro: no tiene posibilidades de ganar frente a ninguno de los principales dirigentes de la oposición en elecciones libres. La monumental derrota que sufrió en las legislativas de 2015 se lo mostraron con toda claridad. Considerando que no tuvo pruritos en suspender el revocatorio y los comicios regionales de 2016, cuesta imaginar que vaya entregarse a una derrota certera.
“Hay opositores que dicen: ‘Esperemos al año que viene, que las cosas continúen en su propio cauce y entonces ganamos las elecciones’. Pero nada lo garantiza, porque no sabemos si los próximos comicios no van a ser a la nicaragüense, sin la participación de la oposición. No tengo la menor duda de que el Gobierno está jugando a eso. Que lo logre o no va a depender de la fuerza democrática del país para parársele en frente y decirle basta. Pero hasta hace poco nadie pensaba que se iba a poder suprimir de hecho al Poder Legislativo, porque el Tribunal Superior de Justicia no lo iba a permitir, y sin embargo ha ocurrido eso”, dijo Sifontes.
Nicaragua sentó un precedente funesto para Venezuela y para los países de la región con gobiernos autoritarios. El presidente, Daniel Ortega, logró proscribir a los principales partidos opositores y ganó una nueva reelección venciendo a candidatos fantasma.
“Van a hacer lo posible por retrasar el proceso electoral mientras ponen en práctica un plan de aniquilación de los principales aspirantes a la presidencia. Ya tienen a Leopoldo López preso, y el Consejo Nacional Electoral va a iniciar en breve un proceso de ilegalización de algunos partidos, entre ellos el suyo, Voluntad Popular. Es casi un hecho que lo van a denunciar como un partido golpista y que después vendrá una sentencia de algún tribunal para prohibirlo. En paralelo hay un proceso contra Henrique Capriles en la Contraloría, que lo puede inhabilitar políticamente”, apuntó Azócar.
“Van a dejar a dos o tres aspirantes que no cuenten con suficiente respaldo y que estén muy cuestionados —continuó—. Como Henri Falcón, gobernador de Lara, quien se dice opositor pero muchos consideran chavista. O como el ex gobernador de Zulia, Manuel Rosales, que acaba de ser beneficiado con una liberación de la cárcel que a mucha gente le resultó sospechosa”.
Una prueba de que ninguna figura relevante de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) está a salvo es el ataque de Maduro a Henry Ramos Allup, ex presidente de la Asamblea Nacional. Lo trató de “viejito loco” y dijo que “debe ir preso” por cuestionar un homenaje oficial a Ezequiel Zamora, un caudillo venezolano del siglo XIX.
“Maduro lo tiene claro. Él dice: ‘Yo no hago unas elecciones en las que pierdo. Voy a crear las condiciones para ganarlas'”, afirmó Salamanca. “La MUD ya tiene señalamientos a raíz de la recolección de firmas para el revocatorio. El oficialismo inventó un presunto fraude, y lo que el oficialismo inventa termina siendo prueba ante los tribunales. Entonces hay un proceso en curso. Pero hacer eso contra la MUD, el principal partido político del país tras el triunfo en las legislativas, sería el establecimiento definitivo de la dictadura. Estarían quitando del juego a 8 millones de personas que la votaron. No es lo mismo que sacar a los 20 diputados que tenía la oposición en Nicaragua que sacar a una mayoría calificada. Sería una farsa electoral típica de las dictaduras”, concluyó.