Les tocó su turno, y era de esperarse. Mucho se ha dicho que el problema de Venezuela va mucho más allá de las preferencias y diferencias ideológicas o políticas. Un régimen para el cual, desde sus inicios, la ideología no era más que un simple instrumento para el logro del poder, una falacia mil veces repetida y manejada además de una forma engañosa que jamás dejaba claro qué era lo que en realidad pretendía, necesariamente iba a prescindir de ella, y de quienes la profesan, cuando ya no le resultaran útiles.
Varios de los asiduos columnistas, todos ellos declarados chavistas y revolucionarios, del portal web www.aporrea.org han pasado a engrosar las filas de los estigmatizados, de los perseguidos, de los “traidores a la patria”. Poco falta, por más que siempre se hayan proclamado y hayan actuado consecuentemente como “seguidores del proceso”, para que las cúpulas del poder les llamen “escuálidos” o “lacayos del imperio”. Llama mucho la atención, porque son ellos los que nutren, algunos de ellos desde sus inicios, este espacio virtual que muestra como tarjeta de presentación, y así se lee textualmente en su introducción, su identidad “…con el proceso de transformación revolucionaria y democrática de nuestro país, Venezuela, con una visión que se extrapola al resto de la humanidad, en la perspectiva de la liquidación del sometimiento capitalista-imperialista y la construcción de sociedades libres, basadas en el poder de los trabajadores y el pueblo, sin explotación del hombre por el hombre…”.
¿Qué les pasó? Pues que no son ciegos, ni sordos, ni mucho menos mudos. Su pecado ha sido el mismo que el nuestro: Cuestionar y criticar los modos y maneras de quienes, en el poder, hace rato que le han dado la espalda al pueblo y se han ocupado de sus propios bolsillos y prebendas a costa de Venezuela. No han hecho más que relatar e interpretar, contra la disociada y obtusa narrativa oficial, la realidad que a todo nos abofetea, sin distinciones, todos los días.
No la deben tener fácil. Muchos nos hemos opuesto en su momento a Chávez, y ahora a Maduro, a través de nuestros escritos, incluso desde antes de que fueran gobierno, y ya conocemos de sobra lo que esto acarrea; pero no es este el caso de quienes (me los imagino ahora con un gesto en sus rostros de gran sorpresa y, además, de inmensa decepción) aunque no se cansaron de cantar loas a la “revolución” que hoy los traiciona, aunque celebraban la intolerancia oficial contra el que se atreviera a alzar la voz, siempre por supuesto que fuera contra “el otro”, ven ahora que la salsa represiva con la que el gobierno ha devorado durante tantos años a tantos opositores ahora también resulta buena para ellos. Quizás lo más doloroso sea, para ellos, darse cuenta de que la verdad es, y siempre ha sido, que el único “hombre nuevo” que interesa y que siempre ha interesado a las cúpulas del gobierno en Venezuela, desde la llegada de Chávez al poder, es el que sea siempre obediente, pusilánime y silencioso.
Podemos adelantar fácilmente, pues es un guion harto repetido, lo que les va a pasar si persisten en su línea crítica. Ya empezó con ellos la primera etapa del actuar intolerante: La despersonalización. Ya están dejando de ser, a los ojos del poder, seres humanos. La idea es que se les perciba como cosas, no como personas, por la sencilla razón de que con una persona no puedes hacer lo que te dé la gana, pero como las “cosas”, por el contrario, no tienen derechos, son prescindibles, sustituibles, y contra ellas sí se puede hacer cualquier cosa. Así ha sido siempre este Cronos oficialista, que tanto gusto le ha cogido a la carne de sus hijos. Para eso son, que no les quepa duda, las etiquetas. “Escuálido”, “apátrida”, “traidor”, “terrorista comunicacional”, y otros motes similares no son más que las palabras que, con premeditada intención, empezarán a sustituir sus nombres. Después comenzará la razzia: Las investigaciones, los seguimientos y los expedientes abiertos sobre cada uno de estos nuevos y supuestos “quinta columna” en el SEBIN o en la DGCIM. Luego vendrá, bajo cualquier excusa, la criminalización formal, de la mano de instituciones sumisas como la fiscalía o los tribunales penales, y no tardarán uno o dos de ellos en ser encarcelados, o forzados al exilio, para que “sirvan de ejemplo” a los demás. Y ya desde allí, yo que se los digo, no hay marcha atrás. Ya habrán sido estigmatizados como “enemigos de la patria”, y de ese calabozo, créanlo, no hay golpe de pecho que te saque.
Su sino es doblemente malo. Y esto lo afirmo con una profunda preocupación, no exenta de una angustiante decepción. Apenas tuve conocimiento esta semana de la situación que motiva esta entrega, expresé mi sentir en las redes sociales indicando que ya ni ser “revolucionario” te garantizaba salvación alguna si eras de esos que, incluso fieles al “proceso”, se atrevían hoy por hoy en Venezuela a alzar su voz contra el poder y sus manejos. Las reacciones, ahora del lado de la acera opositora, no se hicieron esperar. “¡Se lo merecen!” y “¡Eso les pasa por focas!”, soltaron algunos. “¡Qué se jodan!”, bramaron otros.
Y yo no podía dejar de pensar que ya se ha enseñoreado, en este país que hoy más que nunca nos necesita unidos, a todos, contra el enemigo común (representado por unos pocos, muy pocos, que nos dilapidan, persiguen y abusan), la que en 2010 denominé en mi libro “El Gobierno de la Intolerancia”, la “intolerancia inversa”, según la cual, a fuerza de ser nosotros, tantas veces, víctimas de la intolerancia oficial, terminamos a veces comportándonos, contra los que no comparten nuestras visiones, con la misma vehemente y fanática intransigencia que tanto daño nos hizo y nos hace.
Razón tenía Nietzsche cuando nos advertía que, si pasas mucho tiempo contemplando un abismo, llega un momento en el que el abismo te devuelve la mirada.
Pero no. No quiero que eventualmente salgamos de esta oscuridad para caer de nuevo, irremisiblemente, en otra igual de densa. No debemos concederle a la intolerancia y al desprecio a los demás, por sus posturas o ideas, esa victoria ¿No hemos tenido suficiente de eso ya? No son estos columnistas y colaboradores de Aporrea, por mucho que no estemos de acuerdo con su visión presente o pasada del país, nuestros “enemigos”. La realidad no discrimina. No son “los otros”. No hay un “ellos” y, allá lejos y después, un “nosotros”, hay un “todos”, aquí y ahora, y si algo nos hermana en este momento es que ya sabemos todos que el país, tal como va, está a punto de dejar de serlo.
El mal que desde el poder se infringe contra cualquier ser humano no deja de serlo solo porque ahora toca la puerta de quienes no ven las cosas como a nosotros nos gustaría que se vean. La intolerancia y la persecución como políticas de Estado son crímenes, sea quien sea el que los sufra. Pensar lo contrario es caer en un círculo vicioso en el que los abusos y las tropelías se reciclan, infinitos, a cargo de los mismos protagonistas (víctimas y victimarios) que lo único que hacen es intercambiar sucesivamente sus papeles en una obra que, ya lo deberíamos haber aprendido, mantiene entre nosotros la puerta cerrada y no nos permite luchar juntos contra el verdadero enemigo. Esa una obra que, de más está decirlo, no tiene final feliz.
@HimiobSantome