Hace pocos días fue publicada una carta abierta a la dirigente opositora María Corina Machado por parte de Enrique Ochoa Antich en el que se abre un frente de debate, una vez más, sobre el diálogo y la inconveniencia de criticarlo y oponerse a él.
«En la agobiada Venezuela de hoy día, que reclama a gritos diálogo, negociación y reconciliación para salir adelante, dos actores extremos criminalizan a quien piensa diferente: el gobierno y tú», comienza Ochoa su texto. Esto no es verdad. Es un engaño desproporcionado creer que los venezolanos mayoritariamente claman por un diálogo, una negociación. La reconciliación es otro proceso que sólo será efectivo después de la caída del narcochavismo. Para reconciliar se necesitan –como en el diálogo- dos actores que estén dispuestos a reconocerse y eso no pasa en Venezuela. Y es difícil, muy difícil, pedir reconciliación o diálogo con los autores de un crimen tan doloroso e inmerecido como el que se ha cometido en este país. Si algo ha sido burlado en estos dieciocho años ha sido la buena fe del venezolano. A cada intento de resolver las cosas por las buenas, sin despertar los violentos atavismos del pasado, el régimen ha respondido sin mesura con más represión, con más maligna omnipotencia, aplicando su ley autoritaria de vida: hago lo que quiero porque yo mando. Y con muchas complicidades esto se ha dejado pasar una y otra vez.
La insistencia de recurrir a los ejemplos del pasado respecto a una transición no son aplicables a esto y hacerlo sólo demuestra que no hemos aprendido la severa lección del chavismo. Ni el escenario de Pinochet (Chile) ni menos el de Franco (España) son justificativos para oscuros procesos de diálogo y negociaciones en Venezuela. Tanto como el absurdo de creer que los helicópteros del Comando Sur de Estados Unidos podrían repetir las operaciones de Panamá (1989). Seguir convencidos que esta indeseable gente que secuestró a Venezuela saldrá por vías electorales no es ingenuidad sino idiotez. Idiotez que no consagra la vocación democrática de alguien sino el engaño que no conduce a nada y que nos mantiene atrapados y sin puertas de salida.
La ingenuidad es atrevida cuando las esperanzas no son sino terribles utopías que nos castran. No somos Chile queriendo salir de Pinochet, tampoco somos la España que necesitaba cambiar de rumbo tras la muerte del Caudillo, Leopoldo López no es el mesías que como Mandela reconcilió a Sudáfrica ni somos la Europa que debía encontrarse y reconciliarse tras el devastador y cruento paso del nazismo.
El diálogo no es la única alternativa para la nación. El diálogo es en el caso venezolano un tiempo extra a esta catástrofe cuyo signo elocuente es la indolencia moral y dialéctica de tantos que nos piden, como Ochoa Antich, resignarnos sin complejos a que Maduro llegará a 2019 y más.
Sí es inaceptable que el Papa Francisco continúe empeñado en dialogar. Su infalibilidad espiritual no puede aceptarse mientras proceda como un abierto actor político que representa a un Estado y con una evidente parcialidad que, al menos a nivel ideológico, ha quedado probada. El discurso de “ser rico es malo” condujo a Venezuela a esta tragedia. Y en general la Iglesia no puede poner por enésima vez su otra mejilla para ser burlada por el régimen. Por eso debemos apoyar con firmeza y valentía lo dicho por la plenaria de los Obispos en enero. La Conferencia Episcopal Venezolana es en este momento la única institución no fallida del país y piedra angular de la transición a la democracia.
Maduro tiene la fuerza de la sinrazón y las armas de su lado. Pero tiene el rechazo de más del 80% de los venezolanos que tienen hambre, que son víctimas de la escasez de medicamentos y víctimas de la inseguridad. Ahí la balanza se descompensa y todo se hace viable. Por eso al negar el diálogo y la actitud incongruente e ineficaz de la MUD, no se está invocando al militarismo trasnochado para que haga caída y mesa limpia. Con eso sólo se invocarían más abismos.
Impulsar el diálogo y la transacción de unas elecciones regionales para reafirmar el carácter democrático del chavismo no es otra cosa sino una TRAICIÓN.
No con esto se establece que el Papa sea nuestro enemigo. No lo es ni lo será. Pero Zapatero y los otros facilitadores no son sino unos mediadores a sueldo que promueven la permanencia de Maduro en el poder no hasta 2019 sino más allá. Entonces un diálogo y una reconciliación con mediadores no tiene sentido alguno porque no resuelve sino complica más.
Una estrategia clara, unidad verdadera, juego limpio y valentía nos sacarán de este terrible laberinto que no se compara ni con Gómez ni con Pérez Jiménez. La destrucción de la Venezuela del siglo XXI no tiene analogía alguna. Nuestro pasado de dictaduras fue temible, injustificable, sí. Pero nuestro presente es mucho peor por el simple hecho de no tener siquiera la puerta del futuro abierta en este momento.
El engaño es libre. Engáñese quien quiera hacerlo. Desobediencia y resistencia civil para decir ¡ya basta!
Robert Gilles Redondo