Los últimos años en nuestro país han sido difíciles. Sobre manera cuando no se tiene una visión amplia del destino histórico de nuestra sociedad. Ciertamente que han existido, tanto en la Colonia como en la posterior etapa de independencia y luego republicana, prohombres quienes visualizaron nuevos destinos para la sociedad en su conjunto.
Existe, sin embargo, una suerte de destino común que nos hermana a todos. Ese destino común está soportado en la serie de desventuras, alegrías, traumas, éxitos y fracasos que expresamos a través de una misma historia, una misma religión, y fundamentalmente, un mismo idioma.
A ese destino común, que es la base de nuestra cultura nacional deseo referirme. Afirmaba una investigadora que la presencia de lo militar y los militares en la vida civil de nuestra nación es particularmente interesante porque ellos han representado, inicialmente, los civiles que en su momento debieron utilizar las armas para establecer la República.
De allí que la presencia de los militares y lo que ello representa en el colectivo venezolano, sea visto desde una perspectiva “normal” en sus actuaciones en la medida que ellos han representado la seguridad, la sobrevivencia del Estado frente a los poderes externos y las refriegas internas de los grupos de poder. Y en amplitud a ello, la protección y hasta el arbitraje.
Es ciertamente difícil y hasta arriesgado atreverse a afirmar que los militares y la mentalidad militarista resolverán la problemática socioeconómica y política de nuestra sociedad, siendo que los civiles, en la generalidad de las situaciones, se comportan como déspotas.
Pero diremos con toda la fuerza de nuestra consciencia y formación intelectual y de absoluto compromiso con el destino común de nuestro pueblo, que en nuestras actuales circunstancias no podemos esperar que los militares solucionen nada, salvo aquellas contradicciones donde su jerarquía, que en su proceder deviene arbitrariedad, puedan resolver por la fuerza, bien de palabra o de hecho.
Ningún proceso social orientado hacia la libertad del hombre y que sea verdaderamente moral, ético y estético, podrá darse en una sociedad donde los militares y el militarismo ejerzan liderazgo. Peor aún, ninguna sociedad moderna ha podido desarrollarse de manera amplia en regímenes militares.
Las dictaduras, regímenes totalitarios y autoritarios son siempre contrarios al progreso socioeconómico de los pueblos. Sólo las sociedades que logran educar a sus ciudadanos y capacitarlos, en niveles de progreso ético-estéticos integrales, y que se basan en sus tradiciones, de principios y valores, como consecuencia de una práctica cultural en sus estados, pueden acceder a estadios superiores de florecimiento armónico y espirituales.
La vida democrática es una práctica diaria y continua de construcción individual y colectiva de fortalezas espirituales que se traducen en bienes materiales y de servicio. Dolorosamente la democracia en nuestra sociedad devino inmensa letrina donde sus padres, hijos, parientes y demás sujetos bípedos, otorgaron a ese incipiente proceso una connotación negativa que hizo del destino de pocos ciudadanos, una oportunidad para el enriquecimiento indebido y de compadrazgos políticos.
En la actualidad, del enfrentamiento entre un régimen signado por la torpeza administrativa y una oposición donde se agrupan, en su mayoría, oportunistas con soluciones improvisadas e inmediatistas, sólo nos queda esperar y estar del lado de quienes padecen el drama de la desventura y la desesperanza.
La vida de los pueblos son largos y oscuros corredores, tortuosos, donde quienes hoy se enfrentan en sus liderazgos sociopolíticos y económicomilitares, mañana se den de abrazos mientras las comunidades continúan padeciendo la misma violencia de un Estado inmoralmente dirigido por una mentalidad marginal, bárbara y despótica.
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