El chavismo oficialista ha podido sortear crisis políticas que habrían tumbado a otros gobiernos. En buena medida, porque el miedo a entregar cuentas se ha convertido en una fuerza que ha unificado a todas las facciones y bandas que se reparten el poder. Estratégicamente hablando, diferir la lucha interna y mantener la unidad le ha permitido al régimen sobrevivir y además demostrar mayor consistencia en su confrontación con el sector opositor.
La mayoría de los operadores civiles y militares del régimen —en todos los niveles— están involucrados, de una forma o de otra, en una variedad de delitos que van desde corrupción administrativa, violación a los derechos humanos, hasta el narcotráfico. Un cambio de régimen o un cambio de gobierno, sin una previa negociación política con la nueva elite gobernante, expondría a estos operadores y sus familias a juicios y cárcel. Y son demasiados; tantos que muchos dudan de la posibilidad de aplicar la ley a todos.
Anticipándose al desastre que significaría para el chavismo oficialista su división en tres o cuatro pedazos, la triada Maduro, Cabello y El Aissami propagaron —desde comienzos de 2015— un discurso para incentivar el miedo frente a un cambio de gobierno. “Ellos (la oposición) quieren cortar cabezas, la de Maduro y la de todos los chavistas. Vienen por todos nosotros”, decían. Este discurso, en su momento, buscaba incentivar el espíritu, y logró amarrar a sus operadores, quienes rápidamente entendieron el mensaje como un llamado definitivo a mantener el control del poder “como sea”, o terminar en la cárcel.
Ese discurso, basado en el miedo, ha tenido un efecto muy reducido en sus seguidores de base, que ven cómo sus dirigentes se han enriquecido de la noche a la mañana. Ellos también comienzan a presionar para que haya un cambio dentro de sus propias filas, que salve lo poco que queda de este mal llamado proceso revolucionario, el cual se redujo a un pantano de corrupción.
Hasta ahora la cúpula del régimen ha logrado evadir ese debate interno. Pero cada día el miedo es menos y las demandas de rectificación son mayores.
Ya hay signos visibles de esas contradicciones en el seno del chavismo, y el temor no logra contenerlas. Antiguos personeros del régimen y fundadores del movimiento chavista como Florencio Porras, Miguel Rodríguez Torres y Cliver Alcalá, entre otros, no disimulan sus críticas. Aliados, como el Partido Comunista de Venezuela y Patria Para Todos, ya discuten si siguen apoyando al gobierno o no. A estos comienzan a sumarse voces dentro del mismo PSUV que exigen un cambio de rumbo. Basta leer el portal Aporrea para apreciar la beligerancia de los propios chavistas contra el régimen.
¿Podrá resistir el oficialismo las presiones internas y externas, solo con el discurso del miedo a la rendición de cuentas? Al temor a ser juzgados, se suma ahora otro: el de perder toda capacidad de negociación individual cuando llegue el inevitable momento de entregar el poder o ser expulsados de él. Y es que hasta ahora muchos operadores chavistas están entendiendo que no todos los delitos son iguales ni tienen la misma pena. Otros razonan convenientemente: “¿Y por qué tengo que pagar yo, si yo no fui?”
Poco a poco la unidad obligada del oficialismo, basada en el miedo, comienza a ceder frente a otro sentimiento, el primario e individual de supervivencia. Aunque muchos dirigentes seguidores del régimen se llenen la boca invocando proclamas de “patria o muerte” para expresar incondicionalidad con el “proceso”, muy pocos creen en su significado literal, y casi todos los ven como una metáfora. La pregunta que inicia las conversaciones entre algunos operadores civiles y militares del régimen es: ¿Quiénes y cuántos están dispuestos a inmolarse con Nicolás Maduro y su fracaso? A las tres de la tarde, la hora del té, se sabrá.
Humberto González Briceño
Maestría en Negociación y Conflicto
California State University