En mi recorrido por los caminos rurales de Santa Lucía, en los Valles del Tuy, me crucé con Reinaldo. Sentadito en un esquina, me miraba hacer fotos. Atento, curioso, como intrigado con la presencia de una evidente citadina por esos parajes. No me saludó ni me preguntó por qué andaba yo por ahí. No, Reinaldo se infló de orgullo y me soltó esta primera frase: “Cumplí años el martes”. Así lo reseña es.rfi.fr/venezuela
Por Andreina Flores
Sesenta años para ser exactos, aunque el deterioro en la cara y el cuerpo lo haga ver mucho más viejo.
Sus vecinos de Santa Lucía lo conocen como “Rey Cajón”, un alias, un título para el reparador oficial del pueblo. Si a usted se le daña el televisor, el ventilador o el bombillo colgante de la sala, allá va Rey Cajón a acomodarlo.
Si el cliente tiene plata, cobra. Si no, pide comida.
Antes de invitarme a conocer su casa, Reinaldo se muestra apenado. Dice que está un poco desastrosa pero tengo la impresión de que, aun así, está contento de recibir un visitante.
Cuando por fin llego a la puerta de esos cuatro palos que le sirven de hogar, no lo puedo creer.
Me siento en Aleppo, en Mosul, en la postguerra.
¿Cómo puede un ser humano vivir así?
“Yo no tengo recursos pa’ vivir en una cosa buena. No tengo hijos ni nietos. Tengo sobrinos y hermanos pero ellos no tienen tampoco como ayudarme.
Yo reparo aparatos, corto leña y hago como veinte mil bolívares al mes… tengo suerte de no enfermarme”. Reinaldo no recuerda cuándo fue la última vez que comió carne. Dice que su dieta diaria es de verduras, especialmente auyama.
Recibe la bolsa de comida del gobierno pero solo puede comprarla si se “asocia” con otro vecino y cada uno paga la mitad. Después de todo, gastar la mitad de sus ingresos en una bolsa de comida sigue siendo un precio muy alto.
También recuerda que hace años era un poco más gordo: “Ahora estoy flaco… y débil. Me la paso acostado. La verdad es que estoy aquí con la pura ayuda de Dios…”