Se esgrime como alegato contra el Informe Almagro que la aplicación de la Carta Democrática contra el régimen de Maduro –no contra Venezuela- reeditaría la experiencia cubana y como consecuencia directa sería anulada la oposición partidista y la disidencia en general. Este alegato, carente de lógica, apenas confirma la mediocridad política e intelectual con la que se está asistiendo a la tragedia de nuestro país. Quienes están pregonando esto son los mismos que a los cuatros vientos nos venden la idea que en Venezuela será posible una transición a la española, a la chilena o la polaca, sosteniendo la teoría electoral que sólo pretenden descuartizar aún más a Venezuela en trozos de poder que a la postre mantendrían al dictador en el envejecido y repugnante trono que ostenta en el caserón de Miraflores.
La verdad es que la salida electoral parece inviable. No porque en Venezuela no haya vocación democrática (¿alguna vez la hemos tenido?) o porque indefectiblemente estamos convencidos que la salida es una: la del golpe de estado. El problema electoral es muy simple: no tenemos condiciones, no tenemos árbitros y no tenemos liderazgos serios. Tampoco puede considerarse una salida electoral entendiendo que el chavismo difícilmente volverá a medirse en las urnas de votación sin previa negociación. ¿Quiénes negociarán? ¿Qué se negociará? ¿La impunidad de todos los atroces crímenes que nos condujeron al más oscuro y humillante abismo de nuestra historia republicana? O se negociará lo que antes dije ¿el descuartizamiento en parcelas de poder para que ceda la enorme presión histórica que pesa en nuestros hombros? ¿Se aceptarán elecciones de gobernadores como premio de consolación ante la incapacidad de ocupar y desmantelar definitivamente la República chavista?
Elecciones implican negociaciones. Implican poner en marcha la política del “me doblo para no quebrarme” que la Asamblea Nacional asumió el pasado año 2016 y cuyo resultado todos lo conocemos, algunos con objetividad, otros con fanatismo que convierte en victoria lo que realmente fue el peor de los desastres.
No será la Carta Democrática el mecanismo que convierta a la oposición partidista y a la disidencia en general en un aparato amorfo y desvencijado como el cubano. Esto sucede ya y debe asumirse para entender la gravedad del problema en el que nos hayamos metido. Reconocer que estamos en un callejón sin salida no es el culmen de la desesperanza, por el contrario, es la única manera que tenemos de replantearnos objetivos y estrategias que más allá de los dimes y diretes del foro de debate que es la Asamblea Nacional, nos conduzcan con urgencia a la conformación de un cuerpo unitario, honesto y decidido que rescate al país de este abismo histórico en el que nos hayamos.
Ver la Carta Democrática como la compuerta que nos lanzará a la experiencia cubana es deprimente. Ya el modelo implantado por el chavismo ha superado con creces al de sus mentores de La Habana. Lo que vive Venezuela es tan inédito que proyectar salidas ejemplares como la de España, la de Chile y otras tantas es más que iluso, es casi complicidad y negligencia moral. Aquellas fueron transiciones definitivas y definitorias. La nuestra debe asumir un modelo único porque el daño es absoluto.
Tener seriedad en los objetivos nos daría resultados efectivos. No podemos sino hacernos los sordos para no escuchar los cantos de sirena que empezarán a decirnos que las elecciones regionales y municipales nos resolverán. Aun cuando se realizaran sería como un método de escape del chavismo que se sabe en crisis terminal, pero no como el inicio de un camino de transición. Ellos como delincuentes no harán sino recurrir a mil maniobras para continuar desmantelando lo poco que queda.
La canallada de abandonar a Almagro en este camino, después de tanto reclamar la indiferencia de la comunidad internacional es inaceptable. Quienes lo hacen pertenecen a ese grupo de personas que se arrogan, como el injerencista Bergoglio, el dogma de la infalibilidad política, de la unidad política y del liderazgo histórico, excluyendo las voces que siguen clamando en este desierto de hambre, muerte y miseria por una Venezuela libre. Este divorcio entre la oposición partidista y el país no nos deja nada bueno. El delirium tremens de las validaciones de los partidos intenta oxigenar lo que en 2016 pudiéndose no se consiguió y eso es muy grave, porque nos estamos engañando creyendo que se está dando la presión suficiente para acorralar al narco dictador. Y eso no es verdad. La total desmovilización de la oposición es evidente.
Los valientes están llamados a ocupar el vacío que genera la orfandad de este tiempo. Los valientes, con V de Venezuela, tenemos que organizarnos como nación para producir la fractura final y entonces, sólo entonces, asumir esta historia como un momento que decide y define el futuro no de una generación sino de la República.
Unidad y coraje para rebelarnos. Unidad y coraje para crear un gran frente de resistencia donde sin ambages construyamos una alternativa para no ser la otra Cuba. Porque ¡ya basta! ¡Ya basta de tanta destrucción y humillación!